A propósito de la invitación del Papa Francisco
PRESENTACIÓN
El domingo 22 de marzo el Papa Francisco pidió a la Iglesia universal y a toda la humanidad que el miércoles 25 de marzo supliquemos a Dios que libre a la humanidad de la pandemia del coronavirus con la oración del Padrenuestro.
Un grupo de hermanos sacerdotes de la Diócesis de San Cristóbal en Venezuela, atentos a la invitación del Santo Padre, articulamos esfuerzos para meditar cada una de las palabras del Padrenuestro y compartirlas con nuestros feligreses a través de diversos medios
El Padrenuestro lo encontramos en el capítulo 6 del Evangelio según san Mateo (Mt. 6, 9-13) y en el capítulo 11 de san Lucas (Lc. 11, 1-4). Inicia con una profesión de fe: “Padre nuestro, que estas en el cielo”, y continua con siete peticiones. Las tres primeras están relacionadas con DIOS PADRE: santificar su nombre (1ra), desear la venida de su reino (2da), y anhelar que su voluntad sea hecha (3ra). Y las otras cuatro están relacionadas con NOSOTROS donde como HERMANOS le pedimos al Padre de todos: el pan de cada día (4ta); el perdón de las ofensas (5ta), la superación de las tentaciones (6ta), y la liberación de todo mal (7ma). Siete peticiones, que une el alma y el cuerpo, el cielo y la tierra, lo divino y lo humano.
Es una oración que reúne los principios de la sabiduría: sencillez y profundidad. San Lucas la destina a principiantes, mientras que san Mateo a expertos. Y a lo largo de 2000 años la han rezado los apóstoles y discípulos, los mártires y las vírgenes, los papas y los niños de catequesis. La han rezado los atletas y los moribundos. La han rezado los doctos en las universidades y las maestras en las escuelas. La rezamos hoy nosotros unidos al Papa en medio de esta pandemia, y la rezarán todavía los cristianos del año 4000. Y la razón: porque es la oración que Él nos enseñó. “Si oramos correcta y justamente –dice san Agustín-, no se nos ocurrirá nada distinto de lo que ya dice la oración del Señor”.
Seguramente rezamos el Padrenuestro desde que somos niños. André Frossard, un ateo que se convirtió, decía “nunca me he acostumbrado a la existencia de Dios”. Un cristiano no puede acostumbrarse a rezar el Padrenuestro; estamos llamados a rezarlo y a meditarlo como novedad; rezarlo siempre, como si siempre estuviéramos estrenándolo. Y para estrenar el Padrenuestro en medio de esta crisis de salud, como hijos pródigos busquemos ir a la casa del Padre. Busquemos un regresar atrás, busquemos ir a nuestra casa de la infancia, para recrearnos. Si no nos hacemos como niños ante las cosas de Dios, su Reino no vendrá a nosotros.
Los invito también que a lo largo de estas meditaciones hechas por pastores del pueblo para sus ovejas, estemos centrados, no en nuestras facultades humanas para aprender y comprender, sino en las facultades divinas del Señor para enseñar. De aquí brotará la alegría porque estamos aprendiendo de Él. Digamos como los primeros discípulos: Señor, enséñanos a orar.
Le pedimos a María Santísima, “Trono de la sabiduría”, nos acompañe a lo largo de esta oración meditada de la Padrenuestro. Y que Ella “Salud de los enfermos” se una a nuestra súplica para que Papito Dios ponga fin a esta pandemia que hoy está azotando a sus hijitos.
Pbro. Edgar Gregorio Sánchez
Párroco de Nuestra Señora del Carmen de San Cristóbal
Padre nuestro, que estás en el cielo (Mt. 6,9; Lc 11,2)
Los apóstoles le pidieron a Jesús que los enseñara a orar, y Jesús, tomando como modelo una de las oraciones rabínicas que tenía 18 peticiones, les compuso el Padre nuestro, que tiene varios elementos originales.
Uno de ellos, quizás el más importante, el que está al inicio: “Padre, Padre nuestro”. Los judíos no llamaban a Dios “Padre”, para no complicarse la vida con una posible blasfemia. Y por eso Jesús, que es el Hijo de Dios Padre, sencillamente les dice a sus discípulos que se van a convertir en un futuro en hijos de Dios gracias a la redención. Por eso les enseña la oración dirigida a Dios por supuesto, a su Padre por supuesto, pero también que es el Padre de los creyentes. “Padre” que significa que estamos no solamente en sus manos, que el es nuestro creador, sino que nos ha introducido en su familia. Por eso San Pablo y la Iglesia nos van a recordar que somos miembros de la familia de los hijos de Dios. Y es “Padre nuestro” no es “Padre mío”.
Quizás en el correr de los tiempos nosotros a hablamos de “mi Padre” como Jesús habla de “su Padre”, pero es “Padre nuestro” con una doble connotación: Padre de Jesús, que nos ha asociado a él y por tanto Padre en la comunión de nuestra vida con Cristo, pero a la vez Padre nuestro, el Padre de los hijos que formamos la Iglesia. Y, que estás en el Cielo, es decir, en la plenitud, y desde la plenitud nos invitas como un imán a llegar hacia ti. Por eso las diversas peticiones que siguen tienen que ser muy vinculadas al Padre que nos da la posibilidad de santificarlo, de cumplir su voluntad y de cumplir también nuestra obligación.
“Padre nuestro que estas en el Cielo” significa fe, esperanza y caridad. Caridad de amor que nos da el padre, Esperanza porque llegaremos a su encuentro, porque está en el Cielo, y Fe porque creemos en ese Padre, en el cual depositamos nuestra confianza en la oración.
Padre Nuestro que estás en el Cielo.
Mons. Mario Moronta Rodríguez,
Obispo de San Cristóbal.
Santificado sea tu nombre (Mt 6,9; Lc 11,2)
Recordemos que Jesús respondió a la petición de los discípulos “Señor enséñanos a orar”, dejándoles el Padre nuestro. Es actualmente la oración de los discípulos del siglo XXI, pues como lo dijo Tertuliano “El Padre nuestro es la síntesis del Evangelio” y para Santo Tomás de Aquino “es la más perfecta de todas la oraciones”.
En él se encuentran 7 peticiones: las 3 primeras se dirigen al Tú de Dios y las otras 4 se refieren a nuestras necesidades. Santificado sea tu nombre es la primera petición la cual nos recuerda que sólo Dios es santo. En cada Eucaristía lo decimos: “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios del universo”
Santificar el nombre de Dios es reconocer su grandeza y su gloria, es dar a Dios lo que le corresponde. Es sentir que el universo entero con todas sus criaturas le alaban, bendicen y glorifican pues Él es quien da vida a todas las cosas. Como dijo San Pedro Crisólogo: “ Pedimos a Dios santificar su nombre porque él salva y santifica a toda la creación por medio de la santidad”.
Santificar el nombre de Dios es hacer posible que su Nombre sea honrado cada vez más, que su Santidad se manifieste en sus creaturas. Y como lo hizo María Santísima en el canto del Magnificat reconocer “que su Nombre es Santo”. Aquí pedimos que sea santificado en nosotros que estamos en él, pero también en los otros a los que la gracia de Dios aún espera. Esta petición tiene carácter de universalidad, que su Nombre sea reconocido por toda la creación, no sólo como una idea o un privilegio de pocos, sino que toda creatura pueda engrandecer el Nombre de Dios con su vida y buenas obras.
En febrero del año pasado, el Papa Francisco nos regaló su reflexión sobre esta petición, a continuación un extracto de ella: “La santidad de Dios es una fuerza en expansión, y nosotros le suplicamos para que rompa rápidamente las barreras de nuestro mundo. Cuando Jesús comienza a predicar, el primero en pagar las consecuencias es precisamente el mal que aflige al mundo. Los espíritus malignos imprecan: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios!» (Marcos 1, 24). Nunca se había visto una santidad semejante: no preocupada por ella misma, sino volcada hacia el exterior. Una santidad – la de Jesús- que se expande en círculos concéntricos, como cuando arrojamos una piedra a un estanque. El mal tiene los días contados, el mal no es eterno, el mal ya no puede hacernos daño: ha llegado el hombre fuerte que toma posesión de su casa (cf. Marcos 3, 23-27). Y este hombre fuerte es Jesús, que nos da a nosotros también la fuerza para tomar posesión de nuestra casa interior”. (Papa Francisco. Audiencia General. Miércoles, 27 de febrero de 2019)
En el Antiguo Testamento el profeta Ezequiel nos recuerda una gran verdad de parte de Dios: «Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones, profanado allí por vosotros. Y las naciones sabrán que yo soy Yahveh – oráculo del Señor Yahveh – cuando yo, por medio de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos». (Ez 36, 23)
Concluimos la reflexión de esta primera petición con una oración: Oh Dios, Padre Nuestro, tu nombre es santo ante todas las naciones y espera ser santificado por nuestra vida. Manda tu Espíritu a hacer de nosotros, en la Iglesia de tu Hijo, el sacramento continuado de tu santidad para que todas las personas te rindan gloria. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
(Recomiendo leer el Catecismo de la Iglesia Católica del número 2807 al 2815. Dios les bendiga.)
Pbro. Félix Caicedo López,
Arcipreste de San Pablo y Formador del Seminario.
Venga a nosotros tu reino (Mt 6,10; Lc 11,2).
Hermanos, nos encontramos meditando la oración que Jesús dirige a sus discípulos por petición suya antes de cumplir su misión. En esta segunda petición nos atrae al Padre, nos lleva a Él: “Venga a nosotros tu reino”. Una petición que nos conduce a pensar en lo propio del amor, que es pensar primeramente en aquel que amamos. Una petición llena de esperanza por su cumplimiento ahora en nuestra vida y al final de esta peregrinación terrena en el Reino celestial contemplándole a Él.
Mientras peregrinamos por este mundo pidamos al Señor que su reino que no es otro que su misma persona, su palabra que penetra en nuestros corazones, la vida de Dios que crece secretamente en nosotros y nos trasforma venga a nosotros a través de su Espíritu, para que demos frutos; frutos de justicia, de amor, de paz, de gozo por tenerlo a Él junto a nosotros.
Luchemos pues por tener un corazón puro, por vivir siempre en gracia y poder clamar con convicción a Dios su reino, para poder lograr que en nuestra vida no domine el pecado sino el deseo de conservarnos puros en nuestras acciones, pensamientos y palabras.
Nuestra vocación hermanos es a la santidad, es decir a la vida divina junto a Dios, el mismo Jesús nos dice: “Dejen de hacer cálculos. Dios es el único que conoce el día y la hora. Permanecer vigilantes, vivid en la fe, la esperanza y la caridad, para no faltar a la fiesta de Dios (Cf. Mt 25,1-13)”. Pongamos pues a nuestro servicio todos los medios necesarios para vivir con Él, como Él lo quiere y así llegar al final a ese reino definitivo en la gloria del Padre.
Pbro. Miguel Antonio Duque,
Párroco de la Santísima Trinidad de San Cristóbal.
Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo (Mt 6, 10; Lc 11, 3)
La petición del Padre Nuestro supone: que en el cielo se hace la voluntad de Dios y que en la tierra no se hace siempre. La experiencia humana nos dice que es así. Vemos a la justicia amordazada, vemos que se acumulan fortunas a costa de la miseria de los pobres. Vemos que las mayorías no hacen en la vida lo que pueden, lo que deben y quieren hacer.
Vemos que millones de hombres sufren absurdamente. Vemos que se peca en todos los órdenes. Y que es difícil la convivencia familiar, nacional e internacional. Experimentamos el pecado. Nada de esto es la voluntad directa de Dios.
La voluntad de Dios es de justicia y salvación. Dios quiere que la humanidad se construya en fraternidad, en libertad, en verdad, porque estás son las sendas que llevan a la salvación.
La dificultad no es teórica, es práctica y se presenta en cada caso: qué es ahora y qué no es ahora voluntad de Dios. Es, por ejemplo, el caso de la mujer soltera que se decide a tener un hijo. El niño nace mongólico y deforme. A la mujer le sobreviene una fuerte crisis de culpabilidad. Piensa: «Dios castigó mi pecado en el hijo enfermo, Dios quiso que existiera este hijo nacido para sufrir y para hacer sufrir». Así piensa la mujer. Pero Dios nunca obra así con los hombres, aunque seamos pecadores.
Dios ofrece la salvación a todos. Propone su voluntad, no la impone, invita, no obliga. Manifiesta su voluntad pero no anula la libertad del hombre. Dios es amor, ama primero. Su voluntad es que el reino llegue, pero la venida del reino no es mecánica. Dios cuenta con la colaboración del hombre. La salvación de Dios pasa por las mediaciones humanas.
Hay dos escenas bíblicas especialmente significativas de lo que es aceptar la voluntad de Dios. Dos escenas difíciles: la agonía de Getsemaní y la anunciación de María.
En Getsemaní, Jesús tiene conciencia clara de su muerte inminente. Su ciencia humana le hace ver su vida y su actuación como un fracaso: no se ha convertido su pueblo, no se le ha aceptado como Mesías enviado por Dios, la humanidad pierde la gran ocasión de salvarse, se impone la injusticia y la mentira de los jefes como si esa fuera la voluntad de Dios. La angustia es tan profunda que expresa como un sudor de sangre.
Jesus pide al cielo que, si es posible, las cosas sucedan de otra manera, que pase de él aquel cáliz. En ese momento trágico se oyen las palabras finales de Jesús: «que no se ha mi voluntad, sino la tuya, Padre». La resurrección es la respuesta del Padre al Hijo que confió en él. Se impuso la verdad, triunfo la justicia.
Para la Encarnación, Dios pide la colaboración de la humanidad. La respuesta de María al ángel mensajero fue positiva: «Soy la esclava del Señor, que se haga en mí según su palabra».
Jesús aceptó la voluntad del Padre. María también aceptó. Sentencia San Agustín: «El Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti». Dios cuenta con la libertad humana.
Pedir en el Padre Nuestro: «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo», es pedir que se haga la voluntad de Dios en todos los lugares y siempre.
Padre Iván Jaimes,
Párroco del Divino Redentor de la Unidad Vecinal.
Danos hoy nuestro pan de cada día (Mt 6, 11; Lc 11, 3)
Considero que cuando nos dirigimos a Dios diciéndole “danos hoy nuestro pan de cada día”, nosotros, de la manera como se lo decimos al igual que el niño le pide a su papa que le pan, estamos expresándole nuestra confianza a Dios. Cristo dijo que Él era nuestro Papá universal, que todo lo provee, a quien podemos pedirle directamente lo que necesitamos. Pienso que como criatura necesitamos alimentarnos, más debemos ante todo considerar que solo Dios nos concede el pan material pero también, sobre todo, nos da el Pan espiritual, pleno y verdadero, quien es su Hijo, Jesucristo, quien se proclamó Pan Vivo bajado del Cielo.
Hoy toda la humanidad nos unimos como en un solo corazón para pedirle al Señor del Cielo y de la Tierra que nos conceda este alimento material de cada día, y en medio de tanta zozobra mundial, pero ante todo debemos pedirle que no nos deje sin el Alimento Espiritual porque sería causa de nuestra verdadera muerte.
Que Cristo, Pan Vivo bajado del Cielo reconforte a todos los enfermos de esta pandemia y no muera nadie sin haberse alimentado con el Pan Espiritual.
Pbro. Hidebrando Ruiz,
Párroco del Sagrado Corazón de Jesús de La Castra.
Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden (Mt 6, 12; Lc 11,4)
Como dice el salmista: “pecador me concibió mi madre” y el Apóstol: “el bien que quiero no lo hago y el mal que no quiero lo hago”. Somos pecadores, desobedientes a Dios, el Justo peca 7 veces al día.
Debemos pedir todos los días y a cada rato perdón a Dios por nuestras desobediencias a su voluntad. La omnipotencia de Dios, dice Santo Tomás, se manifiesta, sobre todo, en el hecho de perdonar y usar de misericordia, porque la manera que Dios tiene de demostrar su poder es perdonar libremente y por eso a nosotros nadamos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar.
Lejos de nuestra conducta, el recuerdo de las ofensas que nos hayan hecho, de las humillaciones que hayamos padecido, por injustas, inciviles y toscas que hayan sido.
Aunque el prójimo no mejore, aunque recaiga una y otra vez en la misma ofensa o en aquellos que me molesta, debo renunciar a todo rencor. Debo conservarme sano y limpio de toda enemistad.
Nuestro perdón ha de ser sincero, de corazón como Dios nos perdona a nosotros.
El perdón rápido, sin dejar que el rencor o la separación corroan el corazón ni por un momento.
La mayoría de las veces, en la convivencia ordinaria, ni siquiera será necesario decir te perdono; bastará sonreír, devolver la conversación, tener un detalle amable, disculpar.
El Papa Francisco en la fiesta de la Sagrada Familia dijo que “el lubricante de las familias es el perdón.”
Mons. Ángel Delgado,
Párroco de Jesús Obrero del 23 de Enero.
No nos dejes caer en tentación (Mt 6,13; Lc 11, 4)
Directamente el tentador busca nuestro daño. Pero Dios, cuando permite al tentador que nos solicite, busca nuestro bien.
Se trata de tentaciones que no podemos rehuir, que debemos aceptar. Son aquellas que el Padre nuestro tiene presentes: no pedimos que Dios nos preserve de ellas, sino que nos proteja de ellas. Dice el salmo: «Bienaventurado es el hombre que soporta la tentación una vez probado, recibirá la corona de la vida» (Sal 1,12). ¿Cómo íbamos a estar libres de toda prueba en esta vida que por definición es vida de prueba?
Todos somos tentados, el viejo y el joven, el rico y el pobre, el docto y el ignorante ¿Y quién de nosotros no puede vencer la tentación y extraer un beneficio de su victoria? Este es el fin que Dios persigue cuando permite que seamos tentados.
Todo conspira en bien de los que aman. La tentación nos descubre a nosotros mismo, revela qué hay en nuestro interior.
La tentación robustece al alma lo mismo que el viento es un estímulo mecánico que contribuye al desarrollo del árbol.
La tentación hace posible nuestro progreso, lo mismo que ocurre en el vuelo de las aves, las cuales no avanzan solamente por el impulso de sus alas, sino también por la resistencia que el aire les ofrece.
La tentación nos adoctrina sobre el corazón humano y nos hace más comprensivos con las flaquezas ajenas.
Esta petición del Padre nuestro, llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos «deje caer» en ella. “No entrar en la tentación» implica una decisión del corazón: «Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón… Nadie puede servir a dos señores (Mt 6, 21 – 24) «Si vivimos según el Espíritu obremos también según el Espíritu» (Ga 5, 25).
Por tanto, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio y en el último combate de su agonía. En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. Para ello nos recomienda y nos pide la vigilancia del corazón.
Pbro. Javier García Mora,
Párroco de la Transfiguración del Señor de Barrio Libertador.
Y líbranos del mal (Mt 6,13).
Un saludo de Paz y Bien queridos hermanos. Para cerrar estas meditaciones, tenemos la última petición que Jesús nos enseña a la hora de orar a nuestro Padre Celestial: “y líbranos del mal” (Mt 6, 13).
Es necesario aclarar que, la expresión “líbranos del mal”, no significa que nos mantenga alejados del mal, no, nada más erróneo que pensar en ello. La Sagrada Escritura siempre nos ha enseñado que estamos para enfrentar las adversidades, pues ellas, además de permitirnos crecer, nos dan la oportunidad de demostrar lo grande que es Dios con sus predilectos, con aquellos que lo aman y lo siguen con sincero corazón. Ya dirá el mismo apóstol San Pablo: “en mil maneras somos atribulados, pero no nos abatimos” (2 Cor 4, 8), es decir, aunque nos vemos rodeados en tinieblas y sombras de muerte (Cf. Sal 22), no nos dejamos envolver en ellas, no nos rendimos, porque el Señor es nuestra defensa (Cf. Sal 27,1), es nuestro Pastor (Cf. Sal 23) es nuestro guía y consuelo en las adversidades (Cf. Sal 16 y 17). La expresión “líbranos” entonces significa: “ayúdanos a vencer, a salir victorioso de las obras del mal”.
Ahora es necesario preguntarnos, ¿Qué es el mal? Y por qué librarnos de él. El mal es el demonio mismo, es aquel, de quien pedimos ser liberados porque busca nuestra perdición y condenación. El mal es darle la espalda a Dios, al único al que verdaderamente le importamos a pesar de nuestros pecados y miserias, como lo demuestra el hermoso pasaje del Hijo Pródigo y el Padre Misericordioso (Cf. Lc 15, 11-32).
Ahora bien, ¿cómo nos libramos del mal? Lo primero sería, cumpliendo cada palabra que nos ofrece la oración del Padre nuestro, es decir: santificando su nombre; haciendo presente su reino de justicia y de paz; cumpliendo su voluntad; compartiendo nuestro pan con el hambriento, no sólo material, sino espiritual incluso; y perdonando a los que nos ofenden. Pero también nos podemos librar del mal, a ejemplo de Jesús en el relato de las tentaciones, conociendo la Palabra de Dios que es una lámpara en nuestro caminar (Cf. Mt 4, 1-11; Lc 4, 1-13).
Sin embargo, el mismo apóstol San Pedro, agrega otras actitudes que muy bien podemos imitar: “Aparta tu lengua del mal y no pronuncien tus labios una mentira; apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela” (1Pe 3, 10-11). Como decía el buen San Agustín: “Ahí tienes el remedio contra los días malos”. (1. Serm. Mont., II, IX 35; 2. Serm. 57. 10; 3. Serm. 58, 11).
En este momento que vivimos de cuarentena social, y muy propiciamente en este tiempo de cuaresma, muchos clamamos a Dios que nos libre de este mal convertido en enfermedad, sufrimiento y muerte para algunos, y preocupación, angustia y tristeza para otros, pero entendamos que, nuestra petición: “líbranos de este mal Señor”, significa, permítenos salir victoriosos, renovados, fortalecidos, encendidos con el fuego de tu amor; que este mundo, al finalizar su cuarentena, vea su rostro transfigurado a imagen y semejanza de Aquél que nos creó y lo ha dado todo por nuestra salvación. Hoy decimos junto a Timoteo: “El Señor me librará de todo mal” (2Tim 4,18), porque Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos (Cf. Mc 12, 27) y vivos especialmente en la fe, pues vive en aquellos que confían en Él. Dios te bendiga.
Pbro. Juan Carlos Gómez Yanez,
Párroco de San Juan Eudes de El Palmar.
CONCLUSIÓN
La oración del Padre Nuestro, resulta ser para nosotros bastante familiar.
Notamos que desde muy pequeños la gran mayoría de nosotros conoce esta oración, por lo menos la hemos pronunciado.
Para cada uno de los católicos esta es como el icono, esta es la oración que nos representa y por eso siempre la tenemos allí, de cabecera.
Ahora bien, que hay del pronunciar estas palabras al descubrir su significado, y no solamente de descubrir su significado sino ser capaces de vivirla.
El Padre Nuestro nos genera dos lazos, dos vínculos que no se pueden disolver. El primero es, el reconocernos nosotros ante Dios como sus hijos y vivir como tal, el cumplimiento de su voluntad; y segundo el vivir como hermanos, porque si nos une el vínculo de tener el mismo padre debemos actuar como hermanos, aún con aquel hermano con el que pueda yo tener diferencias, aún aquel con el que no me le lleve muy bien, aun aquel al que no conozco pero también profesa esta misma fé, somos netamente hermanos.
Ahora bien, cuando Jesús hace la propuesta de este tipo de Dios, un Dios padre, un Dios de bondad, un Dios de misericordia quizás para el contexto no cabía y al principio fue difícil para asumirlo de esta forma. Para nosotros, en nuestra realidad resulta distinto, porque ya lo hemos vivenciado, ya se han quemado etapas en la historia y ya se ha demostrado, queda netamente demostrado que Dios es un Dios de bondad, Dios es un Dios de misericordia.
Por eso, cada vez que pronunciamos esta oración del Padre Nuestro, nos debe hacer sentir, nos debe llevar a esa conexión íntima con ese Dios generoso, ese Dios de bondad, que esta dispuesto a respaldar a su pueblo, que esta dispuesto a respaldar a sus hijos ante cualquier situación, ante cualquier adversidad que se pueda atravesar.
Nosotros no tenemos que sentir desconfianza, no tenemos que sentir temor porque tenemos a un Dios que nos está respaldando, tenemos a un Dios que esta a cada instante con nosotros, tenemos a un Dios que no deja que sus hijos puedan sucumbir en la tribulación. Dios nos ama entrañablemente.
Hace unos días pronunciábamos esas palabras de «no me dejes caer en tentación » anteriormente lo estábamos meditando y la peor tentación por la cual nosotros podamos atravesar es la de sentir que Dios nos ha abandonado. La peor tentación y seria una catástrofe para nuestras vidas, es perder la confianza en El Señor.
No tengamos miedo, Dios está con nosotros, en medio de la tribulación, en medio de la adversidad, aún en las alegrías y en nuestros éxitos, Dios siempre está con nosotros, el nos acompaña y jamás quiere el sufrimiento para sus hijos.
Sintamos esa fortaleza, sintamos esa confianza que Dios está con nosotros y nos sacará, de cualquier situación por la cual podamos atravesar.
Que el Señor les bendiga, les acompañe y proteja siempre.
Pbro. Yohan Guerrero,
Vicario Parroquial de Nuestra Señora del Carmen de San Cristóbal.