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La Historia del Beato: La Infancia de José Gregorio Hernández

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II Parte: Su infancia…

La infancia del “médico de los pobre”,  José Gregorio Hernández,  transcurrió en su pueblo natal rodeado de su familia y un ambiente de siembra y agricultura. Llevó una típica de  niños andinos, disfrutando de los paisajes y campos, y jugando papagayo, trompo, metras…

El Beato venezolano se forjó desde su infancia y a lo largo de su vida con diferentes personas como sus padres, sus maestros y profesores le ofrecieron los elementos necesarios para desarrollar armónica y hacer de este pequeño un testimonio vivo de la santidad. Su madre fue su gran maestra, le enseñó a leer, escribir, gramática, los números y catecismo, además a través del ejemplo de caridad con los pobres y enfermos, la generosidad, la piedad, así como el fervor religioso que creció en el con el transcurrir del tiempo.

Cundo el Dr. Hernández tenía apenas ocho años, y eran cinco sus hermanos recibe un fuerte golpe, muere su madre. Hernández, teniendo ya la edad para iniciar sus estudios es inscrito en la única escuela de la localidad, así continuó y reforzó aquellas enseñanzas impartidas por su madre, destacándose entre sus compañeros por su puntualidad e interés en los estudios.

Los testimonios y relatos manifiestan la avidez de conocimientos en aquel niño trujillano, hasta el punto que el maestro llamó a Don Benigno Hernández, padre de José Gregorio Hernández para decirle que él consideraba que no tenía más que enseñar a su hijo, y que no convenía desaprovechar aquellas cualidades que resaltaban en su inteligencia privilegiada. Le aconsejó que lo enviara cuanto antes a Caracas a perfeccionar sus estudios, porque este niño había nacido para la Ciencia y las Letras.

Aquel maestro pueblerino acertó la inteligencia de José Gregorio Hernández, pero lo que quizás nunca pensó es que aquel niño trujillano, inteligente y educado, sería elevado a los altares. Los maestros, los profesores, son de gran importancia en la sociedad, su impulso y acción no hace solo buenos ciudadanos, sino también buenos santos.

 

Carlos Peña / Diario Católico

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