Amedeo Lomonaco – Ciudad del Vaticano
Son las 10:14 horas del 27 de abril de 2014. Es el segundo domingo de Pascua, el día de la Fiesta de la Divina Misericordia. En estas coordenadas se encierra una densa página de la historia de la Iglesia: es la coyuntura en la que el Papa Francisco proclama santos a Juan XXIII y Juan Pablo II, ante una multitud de fieles, al menos 800 mil. Pero el «público» es aún más amplio. De hecho, más de dos mil millones de personas están conectadas a través de los medios de comunicación: las imágenes del corazón de Roma, repleto de peregrinos, se alternan con primeros planos en los tapices con las efigies de los nuevos santos, en el rostro del Papa Francisco y en el de uno de los más de 800 concelebrantes, el Papa emérito Benedicto XVI. Es una fiesta de la fe con un río humano que serpentea por la plaza de San Pedro, la Via della Conciliazione y las zonas adyacentes. La Iglesia del Concilio y la Iglesia invitada a no tener miedo se abrazan en el tercer milenio, en el corazón del pueblo de Dios. En medio de los giros y tumultos de la historia surgen dos hombres, Angelo y Karol, que con sus vidas han ofrecido al mundo un testimonio indeleble. Son santos, modelos a seguir e imitar.
Mirando las heridas de Jesús
Sólo han pasado siete años desde aquel 27 de abril. El de hoy parece otro mundo. Pero incluso en la época actual, desfigurada por un sufrimiento planetario que paraliza muchos sectores del tejido social, se puede vislumbrar la esperanza. En su homilía, el Papa Francisco recuerda que esta esperanza está firmemente anclada en el Hombre que, a pesar de la cruz, vence la oscuridad y la muerte. San Juan XXIII y San Juan Pablo II, dice el Papa, «tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús», «de tocar sus manos heridas y su costado traspasado». Eran «dos hombres valientes», que en «cada persona que sufría veía a Jesús». Conocieron las tragedias del siglo XX, «pero no se dejaron abrumar por ellas». «Más fuerte fue en ellos Dios; más fuerte fue la fe en Jesucristo». «Más fuerte en ellos -añade el Papa Francisco- fue la misericordia de Dios. Palabras que hoy, en medio de las heridas del mundo y de las plagas de la emergencia sanitaria, exhortan una vez más a la humanidad afligida a confiar en el Señor, a volver los ojos hacia Jesús. Ver las heridas, pero no agobiarse y superar juntos, como hermanos, los dolores de la crisis.
San Juan XXIII
Nacido en Sotto il Monte el 25 de noviembre de 1881, Angelo Giuseppe Roncalli se ordenó sacerdote en 1904. En 1921, fue llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo Central de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe. Cuatro años después, Pío XI le nombró visitador apostólico en Bulgaria. En 1935, fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Nueve años después, Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París. En 1953, fue creado cardenal y nombrado Patriarca de Venecia. Fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958. Su magisterio social se recoge en las encíclicas Mater et Magistra (1961) y Pacem in Terris (1963). Durante su pontificado, convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II. Murió la tarde del 3 de junio de 1963, el día después de Pentecostés.
San Juan Pablo II
Nacido en Wadowice, Polonia, el 18 de mayo de 1920, Karol Józef Wojtyła asistió a cursos de formación en el seminario mayor clandestino de Cracovia a partir de 1942, durante la Segunda Guerra Mundial. Fue ordenado sacerdote en 1946 y doce años después fue nombrado obispo auxiliar de Cracovia por Pío XII. El 13 de enero de 1964 fue nombrado arzobispo de Cracovia por Pablo VI, que lo creó cardenal el 26 de junio de 1967. Fue elegido Papa el 16 de octubre de 1978. Durante su pontificado, realizó 104 viajes apostólicos, el último de ellos fuera de Italia, los días 14 y 15 de agosto de 2004, a Lourdes. El 13 de mayo de 1981 sufrió un grave ataque en la plaza de San Pedro. Tras una larga estancia en el hospital, perdonó a su agresor. Murió en su apartamento del Palacio Apostólico el sábado 2 de abril de 2005, en la víspera del Domingo in Albis o de la Divina Misericordia, que él mismo había instituido.