60 años de vida consagrada
Recientemente la Hna. María Paz de Jesús Hostia, cumplió 60 años de haber profesado por primera vez sus votos religiosos en el monasterio de la Orden del Santísimo Redentor de Astorga (España), el 23 de Mayo de 1961.
Nació el 28 de Abril de 1939 y es oriunda de San Antonio del Táchira -Venezuela-, proveniente de una familia católica cristiana, la mayor de 17 hermanos y su nombre de pila es Ilda Rosa Guerrero Castellanos. Su mirada inspira tranquilidad y paz, su sonrisa sosiego para quienes buscan alegría, tiene poca movilidad en su pierna izquierda por varias caídas y manifiesta que nunca se ha arrepentido de haberse consagrado a Dios en un monasterio de claustro.
El Diario Católico conversó con esta hermana redentorista de 82 años, ella nos recibió en el monasterio en donde realiza su vida de clausura comunitaria, Monasterio “Cristo Redentor”, ubicado en las adyacencias del Santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
¿Cuál fue el signo que Dios utilizó para llamarle?
A los 13 años recibí la primera comunión y a los días siguientes se me dio la oportunidad de asistir a la adoración Eucarística en mí colegio, es allí en esa visita con el Santísimo Sacramento en donde sentí el llamado claro de Dios para que me consagrase a Él. De allí en adelante he tenido la certeza de que Dios me ha dado su gracia y me ha acompañado en mi consagración.
¿Cómo reaccionó su familia al enterarse que usted había tomado la decisión de ser religiosa?
Es una historia muy larga, pero se las voy a resumir. Nunca le conté a nadie lo que estaba a punto de hacer. Pues tuve que esconderles a mis papás lo que iba a hacer pues no estaban muy de acuerdo de que yo fuera religiosa. Cuando tomé la decisión de irme a España a formarme, durante 11 años estuvieron disgustado mis papás conmigo. El Padre Redentorista Vicente Martiachi, quien fue mi director espiritual me ayudó a tomar esta crucial decisión, toda mi vida se lo voy agradecer.
¿Le habían comentado todo sobre ser Monja de Clausura?
Al principio me recomendaron con el Monasterio de las Hermanitas Carmelitas Descalzas de clausura, pero no se consolidó y me fui con las Redentoristas en España. Ciertamente cuando se está adentro uno descubre que la vida comunitaria es difícil, pues tenemos hermanas de diferentes culturas pero lo he sabido llevar, porque las acepto tal y como son con paz y serenidad y he descubierto que somos una familia. En el monasterio de España en mi tiempo de noviciado si me costó, los trabajos manuales en el campo y la costura.
¿Quiénes fueron sus pilares en la formación religiosa?
Por supuesto mi director espiritual el padre redentorista Vicente Martiachi , los sacerdotes redentoristas que estuvieron en aquel tiempo en el santuario Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, quienes siempre estuvieron pendientes de mí y paradójicamente mis padres con quienes me pude reconciliar.
¿Se ha arrepentido alguna vez de la decisión que tomó hace 60 años?
Nunca me he arrepentido de la decisión que tomé, desde un principio me decidí a seguir y amar al Señor con mi consagración, pues mi renuncia fue decisiva, absoluta y sin vuelta atrás. Soy feliz en donde estoy, nunca me he sentido culpable de haberme ido así de la casa sin haberle comentado a mis papas de lo que había decidido. Es tanto que cuando me colocaron el nombre de María Paz de Jesús Hostia, y después del Concilio Vaticano II daban la oportunidad a las hermanitas de retomar su nombre de pila no lo hice, acepté este nombre como la confirmación de mi llamado.
¿Qué es ser redentorista?
Ser Redentorista en la Iglesia es una invitación a ser memoria viva e Jesús. El Salvador, signo y testimonio vivo del amor infinito del Padre para todos los hombres.
¿Cuál es el legado que quiere dejarle a la humanidad?
Mi oración y oblación por la humanidad de manera especial por los sacerdotes y seminaristas, mi amor profundo por quienes más sufren y mi maternidad oblativa.
De todo el tiempo que tiene de experiencia en la vida contemplativa, nos puede decir ¿cuál es la clave para ser feliz?
Estar abandonados completamente al amor de Dios, no hay otra clave mayor que esta.
Jean Carlos Yepes / Diario Católico
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