Tras audiencia con el Cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el Santo Padre Francisco aprobó la promulgación de los decretos relativos a las virtudes heroicas de tres personas que en vida se entregaron al amor de Dios, y confiaron en su misericordia y perdón.
Se trata de Enrica Beltrame Quattrocchi, hija de un matrimonio beatificado en el 2001, Fray Plácido Cortese, fraile franciscano muerto bajo tortura de la Gestapo, y de María Cristina Cella Mocellin, de corta pero fructífera vida.
Hija de los Beatos Luigi Beltrame y María Corsini, Enrica Beltrame Quattrochi es reconocida por la iglesia católica como venerable, tras nueve años de su partida a la eternidad. La familia Beltrame Quattrocchi vivió en santidad, demostrando que “es posible, es hermoso, es extraordinariamente fecundo y es fundamental para el bien de la familia, de la Iglesia y de la sociedad”, como expresó San Juan Pablo II en la beatificación de los padres, acontecida en el 2001.
Enrica tenía la intención de seguir los pasos de sus hermanos: Don Tarcisio, Sor Cecilia y Don Paolino, pero su destino era otro, su vocación era acompañar a sus ancianos padres. Se implicó en el voluntariado, en las Damas de San Vicente con las que acudía a las zonas más difíciles de la capital, en la Acción Católica junto a su madre, y se dedicó a la enseñanza. A partir de 1976 fue Superintendente del Ministerio de Patrimonio Cultural y Medioambiental. Su vida estuvo marcada por varias enfermedades, dificultades económicas, pero sobre todo por la oración y la participación diaria en la misa. En sus últimos años se dedicó a ayudar a parejas en crisis. El amor a Dios era su razón de vivir.
El Fraile menor Plácido Cortese, por su parte, era una persona sencilla y paciente, que asumía con paciencia las situaciones difíciles. Nacido en 1907 en Cres (actualmente Croacia), se ordenó sacerdote en 1930. Durante la Segunda Guerra Mundial, en nombre de Mons. Francesco Borgongini Duca, Nuncio apostólico en Italia, se dedicó a asistir a los internados croatas y eslovenos en los campos de concentración italianos cerca de Padua.
Trabajó arduamente para facilitar la huida de antiguos prisioneros aliados y personas perseguidas por los nazis, incluidos los judíos, pero los alemanes interpretaron sus intenciones como actividad política, por lo que el 8 de octubre de 1944, fue atraído fuera de la Basílica de San Antonio y llevado al cuartel de las SS a Trieste, donde fue torturado hasta morir.
La vida de María Cristina Cella Mocellin fue, aunque corta, fructífera. Conocida como la mamá de Cinisello Balsamo, ciudad donde nació, Cristina inició su experiencia vocacional en la comunidad de las Hijas de María Auxiliadora de Don Bosco, aunque después de un tiempo conoció a Carlos, y se sintió llamada al matrimonio. A los 18 años le diagnosticaron un sarcoma en la pierna izquierda, pero esto no le impidió culminar sus estudios y casarse, pese a los numerosos tratamientos y terapias.
Tuvo dos hijos, y durante su tercer embarazo la enfermedad amenazaba su vida, pero se rehusó a interrumpirlo, y decidió continuar sometida a un tratamiento que no pusiera en riesgo la vida de su bebe. En una carta escrita a su tercer hijo, narra esto:
“Me opuse con todas mis fuerzas a renunciar a ti, tanto que el médico entendió todo y no añadió nada más. Ricardo, eres un regalo para nosotros. Fue esa noche, en el coche de vuelta del hospital, cuando te moviste por primera vez. Parecía como si estuvieras diciendo «¡gracias mamá por quererme!». ¿Y cómo no te íbamos a querer? Eres precioso, y cuando te miro y te veo tan bello, animado, simpático, pienso que no hay sufrimiento en el mundo que no merezca la pena soportar por un hijo”
María Cristina murió a los 26 años, segura del amor del Padre, fiel a Él en sus planes.