Pbro. Jhonny Alberto Zambrano Montoya
Fe creída, Fe viva
En este artículo buscó que podamos comprender el SIGNIFICADO DE LA FE Y LA CULTURA como realidades autónomas que, sin embargo, tienen influencia mutua. La fe necesita de la mediación cultural para poder expresarse. Esto lleva a valorar la importancia que tiene el diálogo de la fe con las culturas en el proceso de “inculturación” del Evangelio. Ante esto es de apreciar el potencial de la fe cristiana para evangelizar las culturas, encarnando los valores cristianos en ellas.
¿QUÉ ES LA FE? La Sagrada Escritura nos enseña que la Fe es la aceptación decidida y total por parte del hombre de Dios que se revelo en Jesús, Dios encarnado.
San Agustín distingue en la fe dos elementos: el CONTENIDO DE LA FE (fides quae creditur) y el ACTO DE FE (fides qua creditur). Por tanto, la fe es al mismo tiempo acto y contenido.
El cerebro no es solo neuronas
¿QUÉ ES LA CULTURA? Tomaré una definición de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II en su numeral 53: “Es propio de la persona humana no poder acceder a la verdadera y plena humanidad más que a través de la cultura, es decir, cultivando los bienes y valores de la naturaleza. Por consiguiente, siempre que se trata de la vida humana, naturaleza y cultura están en la más íntima conexión. Con la palabra “cultura” se indica, en sentido general, todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus múltiples cualidades espirituales y corporales (…) La cultura humana lleva consigo necesariamente un aspecto histórico y social, con lo que la palabra ‘cultura’ adquiere muchas veces un sentido sociológico y etnológico. En este sentido se habla de la pluralidad de las culturas”.
Teniendo estas dos definiciones tenemos que decir, que la preocupación de la Iglesia por evangelizar las culturas no es algo novedoso, lo novedoso es hacerlo “en un mundo marcado por el pluralismo, por el choque de las ideologías y por profundos cambios de las mentalidades”. (Juan Pablo II, Al Consejo Pontificio de la Cultura, 15 enero 1985).
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En los paises de antigua civilización se dio el proceso evangelizador forjando una sociedad cristiana, en medio de las multiples debilidades humanas que poseia. En este mismo sentido el cristianismo del tercer milenio debe responder cada vez mejor a esta exigencia de inculturación.
En primer lugar, la Iglesia debe hacerlo permaneciendo en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial. En segundo lugar, llevando consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado el Evangelio.
Una de las novedades más importantes en el proceso de dialogo entre la fe y la cultura se da a partir de san Pablo VI, al aparecer en la reflexión eclesial sobre la cultura un avance. Se trata del paso de un punto de vista clásico (filosófico) a un punto de vista más sociológico y etnológico.
Para poder explicarlo con mayor argumentación, me referiré a dos documentos: El primero la Constitución Pastoral Gaudium et Spes (1965) en su nº 53, donde los Padres Conciliares constataron ambas maneras de entender la cultura, aunque, una vez destacada la perspectiva sociológica, no la tomó en consideración al convocar a los cristianos a que trabajaran para que la cultura superior dejara de funcionar como barrera de discriminación entre los pueblos o grupos sociales.
Sin embargo, La Exhortación Apostolica Evangelii Nuntiandi (1975) de san Pablo VI, en sus numerales 18 al 20, sí que desciende decididamente al plano de la cultura cotidiana de las gentes, poniéndose de manifiesto los pensamientos y formas de sentir dispersos e inseguros de la humanidad, fragmentados en diversas concepciones del mundo, en su mayoría ajenos a la buena noticia de Jesús.
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Por tanto, se comienza entonces a hablar de “EVANGELIZAR LAS CULTURAS” y con san Juan Pablo II de “INCULTURACIÓN”. Aunque, a menudo, se toman como sinónimos, sin embargo, la primera se centra en la influencia renovadora y transformadora del Evangelio en las culturas, mientras que la segunda pone el acento en la Encarnación del Evangelio en las culturas, con la consiguiente asunción de valores y formas culturales.