Este viernes, 26 de julio, se ha producido en La Habana la muerte del cardenal Jaime Ortega Alamino, quien por más de 35 años se desempeñó como Arzobispo de la ciudad. Desde hace semanas, su estado de salud se había deteriorado progresivamente, víctima de una penosa enfermedad, por la cual pidió al Papa su renuncia en 2016 del arzobispado.
Su peregrinar religioso siempre estuvo marcado, durante más de cinco décadas, por las relaciones a veces tensas entre la Iglesia católica -a la cual el representaba en nombre del Vaticano- y el gobierno comunista, pues con la anuencia de la iglesia y el Papa Francisco, contribuyó al restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos que se produjo oficialmente en diciembre de 2014.
Durante las conversaciones previas al anuncio, Ortega Alamino sirvió como emisario entre Raúl Castro y Obama.
Después de su retiro, fijó residencia en el Centro Cultural P. Félix Varela (antigua sede del Seminario San Carlos y San Ambrosio), donde con la oración y su experiencia, continúo sirviendo a la doctrina de su fe.
En 2017 publicó el libro “Encuentro, diálogo y acuerdo. El papa Francisco, Cuba y Estados Unidos”, donde recoge sus experiencias sobre el deshielo de las relaciones entre Washington y La Habana.
Durante su tiempo al frente de la iglesia cubana tuvo el honor de supervisar tres visitas papales a la isla en un espacio de apenas 17 años (Juan Pablo II en 1998, Benedicto XVI en 2012 y Francisco en 2015). En cada una de esas visitas obtuvo importantes concesiones del régimen comunista para que la comunidad de feligreses cubanos pudiera desarrollar con mayor potencial su fe. Por ejemplo, consiguió que el gobierno diera días de asueto general al 25 de diciembre y el Viernes Santo.
Sin embargo, también se enfrentó a la dictadura en dos de los episodios más oscuros de la historia moderna de la isla: el hundimiento del transbordador “13 de marzo” en 1994 y la encarcelación masiva de opositores políticos en 2003 lo que se dio en llamar “La Primavera Negra”.
Su voz se hizo escuchar ese 13 de julio de 1994: «Los acontecimientos violentos y trágicos que produjeron el naufragio de un barco donde perdieron la vida tantos hermanos nuestros son, según los relatos de los sobrevivientes, de una crudeza que apenas puede imaginarse. Que los hechos se aclaren, que se establezca la verdad con la justicia; pero que el odio resulte perdedor», dijo Ortega en un mensaje público.
Hoy en día, más de 25 años después, aún las autoridades cubanas deben una explicación sobre el hecho y los criminales tanto prácticos como intelectuales siguen sin enfrentar a la justicia.
Entre los cargos que tuvo en su vida eclesiástica se destacan: vicepresidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba y Consejero de la Pontificia Comisión para América Latina.
También son varios los premios y reconocimientos que le fueron otorgados en vida: doctorado Honoris Causa de las Universidades de St. Thomas y Berry en Miami Florida, de Providence, en Rhode Island, de la Universidad de San Francisco, Universidad de Creighton y la Medalla de la Universidad Católica de Eichstätt, en Alemania. Así como el premio anual de la Fundación Bonino Pulejo de Messina, el Gaudium et Spes, y de los Caballeros de Colón. (Periódico Cubano)