Cada año los fieles, no sólo del Táchira, sino de otros lugares de Venezuela y más allá, se acercan a los pies de nuestra madre de la Consolación de Táriba para decirle ¡gracias! y también para pedirle por diversas necesidades. Sin duda alguna, siente lo que nuestras madres, experimenta en su corazón la angustia por nuestro mal comportamiento y a la vez la alegría cada vez que nuestra actitud está acorde a la voluntad de Dios. Este es un momento de fiesta que no se presenta sólo una vez al año, sino todos los días, ya que el amor por nuestra Madre de la Consolación es y debe ser permanente.
La Virgen es seguridad y garantía, ya que, a través de ella, llegamos a Dios. Ella es madre sin excepción, ella acoge en su corazón a todos sin distinción, ella une en su vida a tantos y tantos hijos dispersos que están en constante búsqueda del verdadero camino, ella nos abraza a todos.
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María Santísima, la madre de la consolación, la madre de quien viene todo amor y comprensión, nos cuida, nos protege y nos invita también a ser constantes, fieles y sobre todo, a comportarnos como buenos hijos. Ella se apresura a visitar a su prima Isabel. Ese gesto es muestra que, en medio de su silencio, existe un gran corazón y por ello fue conveniente que, desde lo alto, el buen Dios se fijara en este ser tan especial y puro, tan maravilloso y sencillo, tan inmenso y humilde.
María es verdadero modelo de humildad y comprensión, en ella se conjugan todas las prerrogativas necesarias para convertirse, como lo hizo, en ejemplo para todas las generaciones. Es evidente que la sencillez de María engrandece su imagen, su figura y su vida entera, enaltece lo que en una persona debiera ser algo normal: el amor de Dios presente en la vida cotidiana.
María nos visita, nos acompaña, corre presurosa a atender a sus hijos, ¡bendita entre las mujeres! ¡bendita y dichosa porque estás con nosotros!, ¡bendita porque nos llevas en tu corazón!
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María Santísima nos visita, nos acompaña; ella, la Virgen Apurada corre presurosa a atender a sus hijos.
¡Bendita tú María! Porque no te rebajaste, sino diste plenitud a la humildad que nace de un corazón sincero…
¡Bendita tú María! Porque gracias a tu disponibilidad, se abrieron las puertas del corazón de Dios para que todos pudiésemos recibir sus gracias…
¡Bendita tú María! Porque nos das a tu Hijo, para que con su vida, muerte y resurrección, seamos bendecidos, amados y salvados.
¡Bendita tú María! Madre de la Consolación, pues a todos nos das la posibilidad de apoyarnos en tu regazo y comprender que en ti está el camino que nos lleva a Jesús…
Acudamos fieles a nuestra Madre de la Consolación, acudamos con humildad y con convicción, pidámosle con fe por nuestra patria, por nuestro estado, por nuestra diócesis y llevemos el más grande regalo que un hijo puede dar a su madre: fidelidad, obediencia y amor.