La Iglesia Universal celebra cada 1 de noviembre la Solemnidad de Todos los Santos. Esta fiesta se instituyó en el siglo IV, cuando la cantidad de mártires de la Iglesia llegó a ser tal que no era posible dedicar un día a cada persona. Inicialmente se conmemoraba el 13 de mayo, hasta el siglo VII, cuando el Papa Gregorio IV instituyó la dedicación como hoy se evoca.
El portal de noticias Aciprensa refiere que es posible que el cambio de fecha se hiciera para contrarrestar la celebración de la fiesta pagana de «Samhain» o año nuevo celta, que se celebraba la noche del 31 de octubre. No obstante, el significado de esta celebración litúrgica es honrar a todos quienes en vida fueron testimonio de la bondad y el amor de Dios.
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La Iglesia los ha llamado “santos” porque dedicaron su vida a hacer la voluntad del Creador y por eso mismo se entregaron al servicio de los hermanos e incluso donaron su vida por la fe. Muchos luego de un proceso riguroso fueron canonizados, pero tantos otros que teniendo los méritos no figuran en el santoral, son honrados en esta solemnidad.
El Papa Benedicto XVI explicó el sentido de enaltecerles: «El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo».
Así, el día de todos los Santos es posible recordar a tantas personas, incluso familiares, amigos y conocidos que en su vida terrena tuvieron esas cualidades. Por ello la liturgia de ese día recuerda el sermón de las Bienaventuranzas, cuando el Señor exaltó a los sufridos, a los hambrientos, los que padecen injusticias y también a los misericordiosos, a los que trabajan por la paz y a los que padecen por causa del nombre de Cristo.
Invitación
Esta solemnidad es también una invitación a recordar que todos los bautizados están llamados a la santidad. Desde el mismo día del sacramento, todo cristiano es investido como “sacerdote, profeta y rey”, es una vocación a abrazar la fe y a participar de la edificación del Reino de Dios en la tierra. Cristo mismo lo enseñó cuando dijo “Sean Santos como su Padre del cielo es Santo” (Mateo 5,48), instruyendo que es algo posible.
El Magisterio de la Iglesia, la tradición y la vida de muchos santos han puesto de manifiesto que la santidad no es un privilegio de pocos, sino la invitación a todos. San José María Escriba fundamentó su ministerio en enseñar que en la familia, en el trabajo, en la escuela y en toda circunstancia de vida podemos honrar a Dios y dar testimonio de Él, haciendo méritos para gozar de la Gloria eterna.
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A modo de cierre, recordar las palabras del Papa Francisco sobre los santos: “No son simplemente símbolos, seres humanos lejanos e inalcanzables” sino “personas que han vivido con los pies en la tierra y han experimentado el trabajo diario de la existencia con sus éxitos y fracasos, encontrando en el Señor la fuerza para levantarse una y otra vez y continuar el camino”. Por lo tanto, “la santidad no se alcanza solo con las propias fuerzas, sino que es fruto de la gracia de Dios y de nuestra libre respuesta a ella”.
Ana Leticia Zambrano