Nuestro proceso de primarias confirmó la crisis de las costumbres y hábitos políticos. La formas tradicionales de concebir y hacer política no encajan en el cambio de época que se acelera en el mundo. Incesantemente los nuevos paradigmas de ayer se hacen viejos hoy. En medio de este choque entre dos épocas los dirigentes convencionales se hunden en un desprestigio y una pérdida de representatividad que arrastra a justos y pecadores.
El sistema de conducción que correspondió a la época de la democracia de Punto Fijo pierde estabilidad por razones que no suelen aparecer en análisis que se recitan como un saludo a la bandera.
Mientras tanto un liderazgo con experiencia, formación y años de lucha es abandonado por sus errores y por no haber encontrado el camino acertado para hacerse una referencia anti autoritaria.
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La inhabilitación política masiva y real, ocurre por ausencia de una política práctica coherente que se funde en valores y no en creencias.
El gobierno y la oposición no toman nota de esta alteración del eje de la política y se dedican a compartir una falta de consecuencia con sus misiones. En el caso de las oposiciones están bajo cuestionamiento dirigentes formados, con experiencia y liderazgo acumulado.
Si es cierto que se está abriendo un cambio de ciclo, el equipo colectivo para impulsar la nueva época aun no toma el escenario. En sus agendas ocupa más espacio el pasado que el porvenir. Sus discursos se corresponden con un país que ya no existe y un modelo de desarrollo fuera de juego.
Ante el choque, ser dirigente de un partido hoy se ha hecho más complicado. Se exige un conjunto de atributos difícil de conseguir en una persona. Por eso es necesaria la asociación plural y sinérgica mediante un pensamiento, que sea diverso, pero con capacidad de importar futuro a un presente complejo. Es decir, comunicarse con el país a través de soluciones viables a problemas cotidianos de vida o muerte para la mayoría, a la vez que se frezca una esperanza objetiva basada en una nueva épica ciudadana.
En esas condiciones el consenso no es el punto de arranque sino una de las pistas para que la posible victoria electoral no se escape por posiciones extremas que se aíslan de los sectores que encarnan esa materia prima del cambio que es el descontento.
En las nuevas formas de generar democracia desde la sociedad más que del Estado no caben caudillismos, jerarquías burocráticas o centralismos. Mantener tal atraso político cultural es uno de los motivos del rechazo a partidos que sin éxitos políticos ni anclajes sociales pretenden ser el Estado Mayor de ficticias alternativas que siempre tienden a ser iguales a nada.
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El triunfo de María Corina fue un revolcón a la prepotencia de líderes que pierden potencia.
En ese evento la gente hizo un aprendizaje fundamental: se puede apoyar en una coyuntura una opción distinta a la decisión de las Direcciones Nacionales, sin que signifique automáticamente una ruptura con toda la política del partido.
En la lucha por transitar del autoritarismo a la democracia entraron a jugar papel importante los independientes y una legión de managers de tribuna que pueden contribuir a manejar reglas de juego muy distintas al Manual de los cuarenta años de democracia.
Pero a muchos de nosotros nos cuesta desprendernos de juicios, prejuicios, esquemas y convicciones a punto de chocar contra el desenvolvimiento de una nueva época.
No advertimos que en el encontronazo algunas irrupciones adquieren revestimientos impuros y plebeyos. Y que hay que aceptarlo porque así se inician los nuevos ciclos.
Simón García