El 12 de diciembre la Iglesia Universal recuerda la aparición de la Santísima Virgen en su advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, en la colina de Tepeyac, México, a San Juan Diego para pedirle que transmitiera al Obispo de la localidad, su deseo de que se levantara un templo en aquel lugar.
Los detalles de las cuatro apariciones, ocurridas entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, están narrados en el documento denominado “Nican Mopohua”, escrito por Antonio Valeriano quien, según refiere la historia, obtuvo el testimonio del propio San Juan Diego. El título completo de este relato expone: «Aquí se cuenta cómo hace poco milagrosamente apareció la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios, nuestra Reina; allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe».
La aparición de la Madre de Dios en México, además de ratificar su virtud, santidad y privilegio como la primera intercesora ante el Señor, tiene un significado particular, pues es ésta la primera que ha dejado muestra tangible de su presencia, como es la tilma dibujada con su imagen. El término utilizado para calificar este milagro es “mariofanía”, que denota presencia viva y que solo ha ocurrido en Guadalupe y en Venezuela con la estampa de la advocación de Nuestra Señora de Coromoto.
Apariciones
El relato de las apariciones de la Virgen Santísima en el monte de Tepeyac pone de manifiesto la actuación de Dios a través de su madre en la evangelización del continente americano. La propagación de la fe quedó marcada por este acontecimiento que transmitió el mensaje de salvación a las culturas originarias del Nuevo Mundo.
Juan Diego era un indígena azteca, quien luego de ser evangelizado recibió el sacramento del bautismo. El primer encuentro con la Madre de Cielo, sucedió cuando se trasladaba por el camino de Tlatilolco para asistir a misa. Al pasar por el cerro de Tepeyac, captó su atención un bello canto de aves, al que siguió una voz que lo llamó por su nombre: “Juanito, Juan Dieguito”.
Se acercó y encontró a la hermosa Señora, radiante, quien le dijo: “»Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive (…) Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mi confíen; oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores”.
La Virgen le pidió a Juan Diego que visitara al Obispo, Juan de Zumárraga (sacerdote de la orden Franciscana) y le transmitiera su mensaje. El azteca se puso en marcha inmediatamente y en el primer encuentro con el prelado le expuso lo que había visto y oído; pero él no le creyó. Regresó al lugar donde estaba la Reina del Cielo y le manifestó su tristeza por no haber logrado la encomienda. María le pidió que fuese de nuevo al día siguiente y le ratificara que era enviado por “la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios”.
En la segunda visita de Juan Diego al Obispo, éste le hizo varias preguntas y después le indicó que debía presentarle una prueba que respaldara su testimonio. Juan Diego regresó al lugar de la aparición donde la Virgen le indicó que al día siguiente le entregaría la señal que pedía el prelado.
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Ocurrió entonces que un primo de Juan Diego, llamado Juan Bernardino se encontraba muy enfermo y le pidieron a Diego que trajera un sacerdote. Él se apresuró a buscar la ayuda y cuando iba de camino lo interceptó la Bella Señora. A la preocupación de Juan Diego por su pariente, María respondió: “(…) no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí?, ¿No soy tu madre?, ¿No estás bajo mi sombra?” En aquel momento Bernardino fue sanado por la Santísima Virgen, quien también se le apareció y le indicó que deseaba ser venerada con el nombre de Guadalupe.
María le pidió a Juan Diego que cortara las flores que encontraría en el cerro de Tepeyac y las guardara en su tilma, le encargó que las llevara al Obispo y que solo ante él desplegará el manto. Así lo hizo el siervo bueno, y cuando las flores cayeron al suelo, en la tela se mostró la hermosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, la misma que hoy se venera en la ciudad de México y que es visitada por millones de personas cada año.
En 1910, el papa Pío X la declaró «Celestial Patrona de América Latina” y en 1945, Su Santidad Pío XII la nombró “Emperatriz de las Américas”.
Tilma
La tilma en la que apareció milagrosamente la imagen de Nuestra Señora ha sido valorada científicamente desde 1929 y los hallazgos han sido sorprendentes. En los ojos de María, se reflejan varias figuras humanas que coinciden con la narración de lo ocurrido el 12 de diciembre de 1531.
La conservación del tejido durante casi 500 años también ha sido un elemento de estudio, mientras que la disposición de las estrellas en el manto de la Virgen coincide con el cielo del solsticio de invierno del día del milagro.
El portal de noticias Catholic.net refiere varias argumentaciones emitidas por investigadores de Universidades de Estados Unidos, así como de la NASA, donde señalan que la imagen no está impresa, sino suspendida sobre la tela, sin tocarla.
Devoción
La aparición de María en la advocación de Guadalupe tiene un gran significado sobre el amor y la presencia de Cristo en el continente, a través de su madre. A lo largo de la historia, el Magisterio de la Iglesia le ha venerado con profundo respeto, destacando el amor y la ternura expresada a la humanidad en su trato a Juan Diego.
En marzo de 2022 cuando el Papa Francisco consagró a Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María, recordó las palabras de la Virgen de Guadalupe y, confiando en su divina protección exclamó: “Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecies nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio”.
Ana Leticia Zambrano