El fuego que nos presenta Jesús es un fuego que quema, que resplandece, que ilumina, que consume, que envuelve nuestra vida. Preguntémonos: ¿nos quema dentro la palabra de Jesús a tal punto de no dejar de pensar en Él? ¿hemos defendido la palabra de Dios en alguna discusión? ¿nos dejamos guiar por la luz que se desprende del fuego que emanan las acciones y las palabras del Maestro? A este respecto, podemos evocar lo que manifestaron los discípulos de Emaús al reconocer a Jesús al partir el pan: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 32).
CREER ES TENER FE EN DIOS
Acoger la Palabra que en Jesús se pronuncia como la verdad en la que debemos creer, es lo que nos lleva a leer -a la luz del Evangelio- las incoherencias que encontramos en nuestra vida y en la vida de la comunidad cristiana. Creer es una lucha, un combate espiritual.
La actitud del cristiano hoy debe ser la de quien camina en la verdad y la fe, sintiendo en su corazón el resplandor y la fuerza del mensaje de Cristo. No podemos dejarnos llevar por la superficialidad y las apariencias con el fin de que todo pareciera “que está bien”, ya que un verdadero cristiano toma la Palabra de Dios como la verdad que lleva a la libertad. La fe no nos divide, lo que nos divide es la incertidumbre de pensar que otros caminos nos pueden dar lo que solo Dios nos da.
Ante la afirmación de Jesús: “he venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!” (Lc 12, 49), cabe preguntarse si realmente estamos dispuestos a vivir el Evangelio con la fuerza y la convicción que requiere. El Evangelio se presenta como contradicción para aquellos que, olvidando la vocación a la que Dios llama, se refugian en la superficialidad y la comodidad, obviando el verdadero camino que nos lleva a ser Iglesia en un mundo sediento de la Palabra de Dios, la cual debe ser leída, explicada y vivida en lo cotidiano, en favor de los pobres, los excluidos, de aquellos que necesitan de nuestra ayuda y que no pocas veces son despreciados.
Esto nos motiva a seguir luchando por fomentar la verdadera paz que nos da Jesús, una paz real, honesta y transparente; una paz que aleja las apariencias de quienes se esconden detrás de cortinas de humo de corrupción y de otros malos comportamientos pretendiendo escudarse en supuestos gestos de bondad y generosidad; una paz que nos permite caminar junto a Dios sin miedo y sin temor, ante los ataques que sufre la Iglesia y quienes formamos parte de ella, por llevar en alto el deseo de transmitir el Evangelio de la verdad, sin exclusión y con la fuerza que solo Dios nos da.
NUESTRA MADRE DE LA CONSOLACIÓN
Cada año los fieles, no sólo del Táchira, sino de otros lugares de Venezuela y más allá, se acercan -como ha sucedido este año- a los pies de nuestra Madre de la Consolación de Táriba, para decirle ¡gracias! y también para pedirle por diversas necesidades que surgen en medio de las contradicciones que el mundo pueda presentar.
¡Bendita tú María! Porque no te rebajaste, sino diste plenitud a la humildad que nace de un corazón sincero…
¡Bendita tú María! Porque gracias a tu disponibilidad, se abrieron las puertas del corazón de Dios para que todos pudiésemos recibir sus gracias…
¡Bendita tú María! Porque nos das a tu hijo, para que con su vida, muerte y resurrección, seamos bendecidos, amados y salvados.
¡Bendita tú María! Madre de la Consolación, pues a todos nos das la posibilidad de apoyarnos en tu regazo y comprender que en ti está el camino que nos lleva a Jesús.
Acudimos ti, Madre de la Consolación, con humildad y con convicción; a ti, única hija privilegiada del Dios verdadero, única hija ilustre de Venezuela, de nuestra tierra tachirense; a ti te pedimos con fe por nuestro país, por nuestro estado, por nuestra diócesis, llevando el más grande regalo que un hijo puede dar a su madre: fidelidad, obediencia y amor. ¡Gracias Madre! Así sea.
José Lucio León Duque