Los hombres muchas veces somos sometidos a circunstancias complejas que parecieran tejidas con la finalidad exclusiva de minar nuestra fe. En la actualidad, pareciera inevitable estar entrando y saliendo de noches oscuras del alma. A veces noches de oscuridades tenues, pero otras tantas, espesas, densas, asfixiantes. Circunstancias que buscan someter nuestra voluntad obligándola a mirar desde la embriaguez de la desolación todo lo que nos rodea, enrareciendo toda posibilidad de esperanza.
Estos tiempos llenos de amenazas de todo tipo y naturaleza, de confusiones, odios, violencia y superficialidades, son propicios para volver a María, ya que ella nos acerca amorosamente a las fuentes de la vida, como escribe el autor: a la vida sin adjetivos, es decir, a la Vida. María es maestra de esperanza contra toda esperanza.
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La vida de María está llena de momentos en los cuales, pudiendo haber fallado y sucumbido, se aferró a la fe y a la esperanza en un Dios que no abandona y logró salir airosa para gloria del Señor. Un primer momento es el conflicto que supuso su divina concepción y su relación esponsal con José que, por cierto, no solo muestra la fe de María, sino la del propio José y cómo esa fe triunfa y da pie al surgimiento de la santísima familia de Nazaret. El segundo momento es la presentación de Jesús y las palabras que, frente al niño, dijera Simeón.
Un tercer momento, sin duda, fue su presencia ante la cruz donde sufría y moría su Hijo. Tres momentos en los cuales, María, se muestra al cristiano y a los hombres en general, como “la madre del amor hermoso y del temor, del conocimiento y de la santa esperanza” (Eclo 24,17). Por ello, Sal Ildefonso nos exhorta siempre a imitar la señal de la fe de María, ya que, ejercita con las obras lo que cree (San Gregorio). El justo vive de la fe (Hb 10,38) y así vivió María, a diferencia de muchos de nosotros que no vivimos conformes a lo que creemos y por ello, cómo nuestra fe realmente está muerta. (St 2,26).
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María es la perfecta seguidora de Cristo, es la discípula por excelencia, y por ello nos la deja el Señor, por medio de San Juan, para que la alberguemos en nuestro hogar, en la calidez de nuestro corazón. En este sentido suena hoy la hora del seguimiento, la hora en que los cristianos deben ser más radicales, es decir, debe ir más allá de la raíz de las cosas. Por ello, María es salud para los enfermos y fuerza para las familias que sufren por sus enfermos.
Esto lo vio perfectamente San Juan Pablo II, quien le dedicó unas palabras con las cuales concluyó e invito a que medites en silencio. “Oh Virgen María, Salud de los enfermos, que has acompañado a Jesús en el camino del Calvario y has permanecido junto a la cruz en la que moría tu Hijo, participando íntimamente de sus dolores, acoge nuestros sufrimientos y únelos a los de Él, para que las semillas esparcidas durante el Jubileo sigan produciendo frutos abundantes en los años venideros. Madre misericordiosa, con fe nos volvemos hacia Ti. Alcánzanos de tu Hijo el que podamos volver pronto, plenamente restablecidos, a nuestras ocupaciones, para hacernos útiles al prójimo con nuestro trabajo. Mientras tanto, quédate junto a nosotros en el momento de la prueba y ayúdanos a repetir cada día contigo nuestro «sí»”, seguros de que Dios sabe sacar de todo mal un bien más grande”. Paz y bien.
Valmore Muñoz