Con una misa de acción de gracias en el santuario de la Virgen de Caacupé y San Blas de La Matanza, los prelados rindieron homenaje a las cocineras de los comedores comunitarios que ofrecen comida a niños, ancianos, desempleados y familias en situación de extrema pobreza. Junto con los bancos de alimentos, los Hogares de Cristo, redes de escuelas y hospitales, los comedores son uno de los muchos proyectos de la Iglesia para ayudar a los necesitados.
Para muchos argentinos en situación de vulnerabilidad, la Iglesia supone la garantía de no pasar hambre, de poder comer todos los días, de tener una familia, recibir cuidados, escucha, formación, de volver a la vida o directamente de “escapar de la muerte” como algunos lo definen.
La Iglesia, a través de infinidad de proyectos y organizaciones como Cáritas, los comedores comunitarios, los bancos de alimentos, los Hogares de Cristo, la red de escuelas y hospitales, realiza un ingente trabajo con las comunidades vulnerables y ofrece refugio y asistencia básica para los más necesitados. Detrás de cada iniciativa hay historias de sufrimiento, de desaliento, de abandono, de falta de oportunidades, pero también de esperanza, de superación, de fe, de misericordia y de amor al prójimo.
Uno de esos proyectos que promueven la cultura del encuentro son los comedores comunitarios, que se esparcen por todo el país y que ofrecen comida a personas en situación de vulnerabilidad para combatir el hambre y la desnutrición. La demanda de alimentos en estos centros, que suelen estar ubicados en los barrios más marginales, se ha incrementado considerablemente a raíz de la pandemia. El 19 de junio, el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor Óscar Ojea, celebró una misa de Acción de Gracias en el Santuario de la Virgen de Caacupé y San Blas de La Matanza, en la provincia de Buenos Aires, para homenajear a la legión de mujeres que cocinan en estos comedores, a las que llamó “madres de la patria”, como símbolo de unidad y hermandad y agradeció por su entrega y por su incansable labor. Monseñor Ojea bendijo las manos de las cocineras y resaltó su espíritu de comunión y de solidaridad.
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“Yo también soy responsable de la necesidad de mi hermano. No me puedo lavar las manos”
El presidente de la Conferencia Episcopal recordó el milagro de la multiplicación de los panes y los peces y el descuido inicial de los apóstoles que se olvidaron de la compasión que Jesús les había enseñado y se despreocuparon de la multitud que tenía hambre y nada que comer. “Yo también soy responsable de la necesidad de mi hermano. No me puedo lavar las manos. Somos hermanos. No me puedo desentender. Cada uno sabe qué grado de responsabilidad puede tener con respecto a su hermano”, señaló el prelado. Y recalcó la urgencia de acabar con la globalización de la indiferencia: “Cómo nos ha pegado esta cultura, esta globalización de la indiferencia, esta dureza de corazón. ‘A mí qué me importa. Es un problema de él, que se arregle como pueda’. Esto está tan metido adentro de nosotros y es tan contrario al Evangelio”.
Vía Vatican News