En 2025 corresponde según lo ha enseñado el Magisterio de la Iglesia católica, la celebración del año jubilar o año santo, dedicado especialmente al perdón y a recuperar el sentido de la fe.
El presbítero Mauro Orrú, párroco de la iglesia Santa Lucía y San Mario, en el sector El Corozo, municipio Torbes, explicó el significado de este tiempo para los católicos y planteó algunas interrogantes que conviene formularse, como punto de partida para estrechar la relación con Dios y ayudar a vivir este tiempo de gracia que, basado en las Sagradas Escrituras, ofrece la Santa Madre Iglesia.
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“Para entender lo que significa el año jubilar, debemos recurrir en primer lugar a la Palabra, pues de allí venimos y sigue siendo para nosotros la luz de los criterios – expresó el sacerdote-. El jubileo proviene de la celebración que hacían los judíos, la fiesta del perdón. En el libro del Levítico hay una serie de explicaciones y prescripciones sobre el significado de este tiempo”.
Continúa diciendo que la palabra “jubileo” viene del hebreo y alude al cuerno del cordero, instrumento que se utilizaba para para anunciar el inicio de este tiempo, el Yom Kipur o la fiesta del perdón. Un año que tenía un valor espiritual, social y económico muy importante, pues era un tiempo de perdón total. Si había deudas, éstas quedaban saldadas, era un año de redención, de restauración, que giraba en torno al concepto de libertad.
“Para nosotros los cristianos el año jubilar se centra en la profecía de Isaías que Jesús actualizó en la sinagoga de Nazaret, tal como lo narra el evangelio de San Lucas: «El Espíritu del Señor está sobre mí; porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y dar a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18‑19; cfr. Is 61,1‑2)”, explica el sacerdote.
Historia
El primer jubileo de la Iglesia fue en el año 1300 con el papa Bonifacio VIII. Para ese tiempo, los cristianos pensaban que estaba llegando el fin del mundo, por eso muchas personas se trasladaban hasta donde estaba el sucesor de Pedro, a pedir perdón por sus pecados.
Entonces el Pontífice instituyó el jubileo. Quienes realizaban la peregrinación a Roma como gesto de contrición recibían la indulgencia plenaria. Al principio era cada cien años. En 1343, con el papa Clemente VI pasó a ser cada 50 años. A partir de 1470, con el pontífice Pablo II comenzó a ser cada 25 años. Estos son los jubileos ordinarios, es decir, que se celebran en intervalos regulares.
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También se han tenido jubileos extraordinarios, convocados por los Pontífices en atención a circunstancias especiales, por ejemplo, el jubileo de la misericordia convocado por el Papa Francisco en 2015. También se viven los años santos de redención, que conmemoran el sacrificio de Jesús en la cruz.
Vivencia
El jubileo es un año en el cual, abrigados por la enseñanza de la Iglesia, los católicos participan de ritos, como la apertura de la Puerta Santa en Roma (basílicas de San Pedro, San Pablo, Santa María la Mayor y San Juan de Letrán) y en los templos que dispensa el Santo Padre, a donde se realizan las peregrinaciones que, vividas con fe, pueden significar un gran crecimiento en la vida espiritual.
El padre Mauro señala “no es un año para añadir devociones, sino para recuperar mi dignidad de hijo de Dios, con todo lo que concilia eso: libertad, alegría, celebrar, reencontrarse con los demás, borrar las deudas que tengo”, expresa el párroco de Santa Lucia y San Mario.
En este sentido, propone que la primera tarea del católico en el año jubilar es preguntarse ¿estoy viviendo como un ser libre? ¿me reconozco como un hijo de Dios creado para vivir la libertad?
Estas interrogantes sobre la libertad aluden al sentido originario de la celebración del año santo y la intención es entender que las normas y principios no son para oprimir, sino para vivir la comunión dentro de la comunidad, para saborear la fraternidad. Si cada quien hace lo que debe hacer para estar bien consigo y con los hermanos, hace el bien con el corazón y permanece en comunión.
“Dios no quiere soldaditos obedientes, quiere hijos dóciles” apunta el padre Mauro, quien sostiene que las normas y los preceptos se deben cumplir por amor y no por miedo. “Jesús no habla de esclavo, habla de siervo, (…) de diácono y ese es el servidor que, por amor, libremente, hace las cosas”.
El sacerdote recuerda que “el pecado es la peor esclavitud, porque no me da la posibilidad de llegar a la plenitud de mi ser. El hombre esta creado para amar, para servir, para ser feliz y el pecado ocurre cuando se utilizan mal estos dones de Dios. El jubileo nos recuerda que debemos liberarnos del pecado reconociendo cuáles son las esclavitudes, las cadenas que nos separan de la comunión con el Padre”.
Indulgencia
En el año santo o jubilar, la Iglesia concede la indulgencia plenaria, que es el perdón absoluto de todos los pecados. Esto significa “la condonación de la estancia en el purgatorio por las faltas cometidas” de tal manera que, quien la reciba y mantenga la gracia, al morir irá directamente al cielo.
El padre Mauro explica que la Iglesia tiene el poder de borrar los pecados: “Todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mateo 16, 19). “La indulgencia plenaria quita la deuda, ya no hay que pagar, no hay ninguna deuda, eso es parte del gran tesoro que la Iglesia tiene y que puede dar gratuitamente”.
Para recibir la indulgencia plenaria en el año jubilar se deben cumplir condiciones como son: confesarse, comulgar, rezar por el Papa y visitar los lugares destinados para obtenerlas. Los cristianos pueden ganar indulgencias para sí mismos o para las almas del purgatorio.
Sobre este particular, el Padre Mauro hizo una aclaratoria: “Dios no me perdona porque lo merezco, ni porque haga algunos ritos. Dios me perdona gratuitamente, porque lo necesito. El perdón, la gracia de Dios no se compran”.
De esta forma, concluyó invitando a acoger el año santo como un tiempo para recuperar el verdadero sentido de la fe, que es aceptar al Señor en el corazón y reflejar en la actitud de vida: poner a Dios y a los hermanos en el lugar que se merecen.
Ana Leticia Zambrano