El viernes anterior al domingo de Ramos, la Iglesia Universal recuerda a la Santísima Virgen María en la advocación de “La Dolorosa”, meditando el sufrimiento de la madre celestial en el trance de la pasión, crucifixión y muerte de Jesucristo, pues, aún confiando en la promesa de la resurrección, no fue eximida del dolor al ver la crueldad y el padecimiento de su hijo.
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El portal de noticias Aciprensa refiere que esta conmemoración se remonta a los orígenes del cristianismo, pero fue hasta el siglo XV, cuando el Papa Benedicto XIII institucionalizó la memoria litúrgica. Si bien, en 1814 se trasladó la celebración de la advocación mariana al día 15 de septiembre, el Magisterio de la Iglesia permitió que se conservara la tradición de acompañar el dolor de María Santísima en el llamado “Viernes de concilio”.
Siete dolores
Es así como este día se resalta la humildad y sometimiento confiado de María a la voluntad del Padre, un camino que le había sido anunciado desde la presentación del Niño Jesús en el templo, cuando Simeón le dijo: “este niño está puesto como signo de contradicción (…) y a ti, una espada te atravesará el alma” (Lucas, 2,35); este episodio es el que se conoce como el primer dolor de la Santísima Virgen.
De acuerdo con la descripción del evangelio, el segundo dolor de María fue la huida a Egipto con el niño Jesús, escapando de Herodes, quien había dado orden de asesinar al Mesías. Luego, en la adolescencia del Señor, el relato del niño perdido y hallado en el templo se refiere como el tercer dolor de la madre celestial.

Ya en el camino al calvario, el cuarto dolor de la Virgen fue el encuentro con su hijo, y más tarde, la crucifixión y agonía del Señor. Estos se conocen como el cuarto y quinto dolor.
El sexto dolor fue recibir el cuerpo sin vida de su Jesús cuando fue bajado de la cruz y el último, al sepultarlo.
El Papa Francisco se ha referido a esta advocación mariana, destacando el desprendimiento de la Santísima Virgen, quien siempre intercede por los demás: “Hoy nos hará bien detenernos un poco en pensar en los dolores de la Virgen, que es nuestra madre y cómo los ha llevado: los ha llevado bien, no con un llanto falso sino con el dolor de un corazón destruido. Nos hará bien detenernos un poco y decirle a Nuestra Señora: “Gracias por haber aceptado ser madre cuando el Ángel te lo dijo, y gracias por haber aceptado ser madre cuando Jesús te lo dijo”.
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Es así como en el Viernes de Concilio se invita a meditar sobre el padecimiento que será recordado en la pasión que se proclamará en la Semana Santa, y honrar la fidelidad de la madre en este trance. Más, en el contexto del año jubilar, tener presente que “vienen horas terribles, sin embargo, estarán llenas de misericordia y plenas en gracia. Aguardemos con esperanza, la Madre Dolorosa estará a nuestro lado. Ella nos recordará en todo momento que después de la tiniebla, la luz se abrirá paso para siempre”.
Ana Leticia Zambrano