Sobre las 6:15 p.m. del martes 7 de octubre, llegaba el Papa León XIV al Palacio Apostólico del Vaticano. A la entrada del edificio lo aguardaba un centenar de representantes y líderes de la Pastoral Hispana de los Estados Unidos, formando una especie de calle de honor cóncava.
Lo recibieron con un aplauso cerrado y con expresiones de alegría mientras descendía del papamóvil y se dirigía al micrófono que había sido instalado apenas unos minutos antes, desde donde daría un breve saludo e impartiría su bendición.
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“La noticia de que el Papa nos recibiría nos sorprendió positivamente” recuerda con emoción Elisabeth Román, presidenta del Consejo Nacional Católico de la Pastoral Hispana (NCCHM, por sus siglas en inglés). “Al finalizar la eucaristía del Jubileo de los Migrantes, el domingo pasado, encontré en mi teléfono varias llamadas perdidas, y cuando fui contactada nuevamente, tuve conocimiento de que este anhelado encuentro sería posible”.
En español
El momento había llegado. Antes de comenzar su intervención, el Papa preguntó: “¿en español?”. “Siii”, respondieron en coro. “Buenas tardes”, fue su saludo espontáneo, “bienvenidos a Roma, al Vaticano, al lugar del martirio de San Pedro”, continuó. Era el saludo de un padre que acoge a sus hijos, provenientes de más de 50 diócesis de los Estados Unidos, quienes habían viajado hasta Roma para vivir “este año Santo de esperanza”, como dijo el Papa.
“Es una alegría poder encontrarlos a todos ustedes y poder darles una bendición”, afirmó el obispo de Roma, al expresar el sentido y la importancia de la pastoral hispana: “tienen en sus manos una tarea muy grande que es acompañar a las personas que realmente necesitan, profundamente, una señal de que Dios jamás abandona a nadie, al más pequeño, al más pobre, al extranjero, a todos”.
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