Una verdadera reconciliación no puede existir sin la garantía de poder profesar libremente la propia fe. Este derecho no es un «privilegio» otorgado por las instituciones, sino una condición esencial para la formación de sociedades justas, en las que la conciencia humana tenga amplio margen para formarse y expresarse concretamente. Este principio sustenta la reflexión que el Papa León XIV ofreció a la delegación de la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, recibida en audiencia esta mañana, 10 de octubre, en el Aula de los Papas del Palacio Apostólico Vaticano.
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El Pontífice inició su discurso recordando la creciente hostilidad y violencia perpetrada contra diversas comunidades religiosas, incluida la cristiana. En consonancia con la misión de la fundación —establecida en 1947 para abordar el sufrimiento de la posguerra—, el Papa reiteró: «No abandonemos a nuestros hermanos y hermanas perseguidos». En este sentido, se hacen eco de las palabras de San Pablo en la Primera Carta a los Corintios:
“Si un miembro sufre, todos sufren con él”.
en su corazón una profunda necesidad de verdad, de sentido, de comunión con los demás y con Dios». Una necesidad que surge de lo más profundo del alma humana y que hace de la libre profesión de fe no una opción, sino un elemento esencial.
“Enraizada en la dignidad de la persona humana, creada a imagen de Dios y dotada de razón y libre albedrío, la libertad religiosa permite a las personas y a las comunidades buscar la verdad, vivirla libremente y dar testimonio de ella abiertamente. Por lo tanto, es una piedra angular de toda sociedad justa, ya que salvaguarda el espacio moral en el que la conciencia puede formarse y ejercitarse”.
La libertad religiosa, continúa León XIV, «no es simplemente un derecho legal ni un privilegio concedido por los gobiernos». Es más, constituye «el pilar de la auténtica reconciliación». Su negación priva a los seres humanos de la capacidad de responder a la «llamada de la verdad» y conduce a la lenta desintegración de los vínculos éticos y espirituales que sustentan a las comunidades. «La confianza da paso al miedo, la sospecha sustituye al diálogo y la opresión engendra violencia», afirma el Pontífice, citando a su predecesor, Francisco:
“No hay paz posible sin libertad religiosa, ni libertad de pensamiento y de expresión, ni respeto por las opiniones ajenas”.
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