El pasado 4 de octubre, S.S. León XIV firmó la Exhortación Apostólica Dilexi Te (Te he amado), transformándose así en el primer documento de relevancia de su muy joven pontificado. Un documento que inició Francisco y que él culmina. Curiosamente, el primer documento como Sucesor de Pedro de Francisco, la Carta Encíclica Lumen Fidei, también fue escrito a dos manos con su predecesor, Benedicto XVI, como dejando constancia clara y evidente de la unidad petrina.
Un documento que nos permite imaginar a Cristo dirigiéndose a cada uno de nosotros diciendo: no tienes poder ni fuerza, estás agobiado y lleno de dudas, pero a pesar de todos los problemas, dificultades, enfermedades y vicisitudes, «yo te he amado» (Ap. 3,9).
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Mientras leía el documento, me asaltó el recuerdo de la Madre Félix Torres, fundadora de la Compañía del Salvador y de los colegios Mater Salvatoris. En los Ejercicios Espirituales de 1945, año muy importante para la humanidad, pues sellaría el final de la Segunda Guerra Mundial, la Madre Félix meditó mucho sobre la pobreza. La abrazó de tal manera que, recordando a San Francisco de Asís, la llamó amadísima, amadísima pobreza.
Escribió: “Me abrazo a ti y me uno a ti para siempre; amando, abrazando y uniéndome a la vez para siempre a los desprecios por amor a mi Señor Jesucristo”. Y es que, para ella, la pobreza no era necesariamente algo malo o negativo, sino un termómetro de amor hacia Cristo. Para ella, “nada es pobre si Cristo está presente”.
Mientras leía Dilexi Te, no solo la recordé muchas veces, sino que comprendí que la pobreza tiene muchos rostros. No solo existe la pobreza material o económica. Existe también una pobreza que se esconde detrás de nuestros dolores y sufrimientos, cuando nos sentimos descartados, marginados, rechazados.
Cuando nos sentimos arropados por la desolación y el miedo. Cuando somos así de pobres, tanto la Madre Félix como León XIV nos recuerdan que Cristo nos dice te he amado, te sigo amando y te amaré por siempre. Al mismo tiempo, es una invitación a acompañar desde la mirada del amor a aquel que sufre.
La palabra pobre ha sido empleada una y otra vez como una categoría de espíritu económico. Sin embargo, y esto es muy a título personal, yo la entiendo en un sentido mucho más amplio.
La pobreza, como expresión negativa, supera todos los discursos y, en algunos casos, suele ser más dolorosa y lamentable. Desde esa perspectiva voy tomando cada línea de la exhortación, muy especialmente cuando, en el primer capítulo, León XIV retoma el pasaje del Evangelio en el cual defiende a aquella mujer que derrama sobre Él un perfume muy valioso. Cristo afirma: «A los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre» (Mt 26, 8–11).
Enseña el Santo Padre que, para el Señor, ningún gesto, por muy insignificante que pueda parecer, quedará en el olvido, especialmente cuando su destino es un corazón afligido por el dolor, la soledad, la necesidad, como lo estuvo Él mismo, por cierto. Aquí la mirada se extiende hacia el testimonio que fue San Francisco de Asís. Siendo joven, Francisco vivió un “renacimiento” cuando tuvo que enfrentar la realidad de aquellos leprosos que fueron “descartados” de la sociedad.
En cierta medida, y como ya muchos han afirmado, Dilexi Te es una extensión del espíritu con el cual Francisco tejió Dilexit Nos, pero también muchos aspectos de su pontificado, muchas veces malinterpretado y atacado con ferocidad.
En todo caso, estas son unas primeras impresiones de un documento que revela el corazón de la Iglesia Católica y su mirada amorosa hacia todos aquellos que hemos descartado abiertamente o en cómplice silencio. Paz y bien, a mayor gloria de Dios.
Valmore Muñoz Arteaga