En la vida de la Iglesia, cada detalle de la liturgia es una expresión de nuestra fe profunda en la presencia real de Jesucristo. El culto divino no es un mero formalismo, se considera el encuentro de la comunidad con el Señor, y por ello, todo aquello que utilizamos debe reflejar la dignidad y la nobleza del Misterio que celebramos. Hoy, deseo reflexionar con ustedes sobre el respeto y el cuidado que debemos a los vasos sagrados y a las vestiduras litúrgicas.
Los vasos que contienen el Cuerpo y la Sangre del Señor son, sin duda, objetos de la más alta dignidad. La norma de la Iglesia es clara y tradicional: estos deben ser elaborados con materiales que sean verdaderamente nobles y que tributen honor al Señor. Esta exigencia no es un capricho estético, sino un imperativo teológico.
Como pastores, debemos vigilar que en nuestras parroquias se repruebe absolutamente el uso de vasos comunes, de escaso valor, o aquellos que se rompen fácilmente como la arcilla, el cristal o la creta. Esto es vital, pues el uso de materiales indignos o frágiles debilita, a los ojos de los fieles, la doctrina de la presencia real de Cristo en las especies eucarísticas.
Lea también: Pbro. Jorge Ghazal nuevo Inspector de la familia salesiana en Venezuela
Que el cáliz y la patena, por su calidad y belleza, sean un signo visible de la grandeza del don que contienen. Es, además, laudable que la bendición de estos vasos sea impartida por el obispo, para asegurar su idoneidad.
En el momento de la purificación, manifestamos también nuestra reverencia. Sacerdotes, diáconos y acólitos instituidos deben realizar la purificación de la patena y el cáliz inmediatamente después de la comunión o de la misa, con el debido cuidado prescrito por el misal. Y reitero la norma para el cuidado de los corporales y purificadores deben conservarse siempre limpios. El agua del primer lavado, que pudo haber tocado las especies, debe verterse en un lugar apropiado de la Iglesia o sobre la tierra, nunca de manera profana.
Vestiduras
Las vestiduras sagradas poseen un doble fin, uno de ellos el expresar la diversidad de los ministerios y manifestar las características de los misterios de la fe a lo largo del Año Litúrgico mediante los colores. El decoro es esencial.
Recordemos que la vestidura propia del sacerdote celebrante es la casulla revestida sobre el alba y la estola. No es lícito, y debe ser extirpada cualquier costumbre contraria, que un sacerdote omita la estola bajo la casulla.
Del mismo modo, aunque se permita a los concelebrantes omitir la casulla por justa causa (como el gran número o la escasez de ornamentos), esta es una dispensa de la norma, y no un ideal; es recomendable que, en la medida de lo posible, se provean los ornamentos necesarios. La dalmática, vestidura propia del diácono, debe ser usada para conservar la insigne tradición de la Iglesia.
Hermanos, repruebo enérgicamente el abuso de que los ministros celebren la santa misa sin las vestiduras sagradas o usando solo la estola sobre hábitos monásticos o vestidura ordinaria. La vestidura es un signo de que, en ese momento, actuamos no por mérito propio, sino in persona Christi, y el sacerdote debe distinguirse de los fieles laicos presentes.
Que la belleza de nuestros vasos y la dignidad de nuestras vestiduras litúrgicas nos ayuden a comprender mejor que la misa es la acción de Cristo mismo, y que somos un pueblo jerárquicamente constituido que participa en el don más grande de Dios. Cuidemos lo sagrado.
Mons. Lisandro Rivas
Obispo de la Diócesis de San Cristóbal



