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Rechazar la gratuidad del Señor es el pecado de todos nosotros

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En su homilía el Papa comenzó comentando el pasaje del Evangelio propuesto por la liturgia del día en el que el evangelista Lucas se refiere a un hombre que quiso dar una gran fiesta pero cuyos invitados, con diferentes excusas, no aceptaron su invitación. Entonces envió a sus sirvientes a llamar a los pobres y a los lisiados para que llenaran su casa y disfrutaran de la cena. Francisco afirmó que puede decirse que este relato resume la historia de la salvación y también presenta la descripción del comportamiento de muchos cristianos.

La fiesta es alegría y gratuidad

«La cena, la fiesta, es la figura del cielo, de la eternidad con el Señor», explicó Francisco y dijo que en una fiesta nunca se sabe a quién se va encontrar, se conocen a personas nuevas y también se encuentran personas que no se querría ver, pero el clima de la fiesta es la alegría y la gratuidad. Porque una fiesta verdadera debe ser gratuita: «Y en esto nuestro Dios siempre nos invita así, no nos hace pagar la entrada. En las fiestas verdaderas, no se paga la entrada: paga el dueño, paga el que invita». Pero hay quienes anteponen sus propios intereses a la gratuidad:

Ante la gratuidad, ante la universalidad de la fiesta, está esa actitud que cierra el corazón: «Yo no voy». Prefiero estar solo, con la gente que me gusta, cerrado». Y esto es pecado, el pecado del pueblo de Israel, el pecado de todos nosotros: la cerrazón. «No, para mí es más importante esto que aquello. No, yo elijo lo que es mío. Siempre lo mío. Y en lo mío no hay gratuidad.

Elección entre el encuentro con el Señor y «mis cosas»

Este rechazo – prosiguió Francisco – es también desprecio hacia quien invita, es decir al Señor: «No me molestes con tu fiesta». Es cerrarse «a lo que el Señor nos ofrece: la alegría del encuentro con Él».

Y en el camino de la vida muchas veces nos encontraremos ante esta elección, a esta opción: o la gratuidad del Señor, ir a visitar al Señor, encontrarme con el Señor, o cerrarme en mis cosas, en mi propio interés. Por eso el Señor, hablando de una de las cerrazones, decía que es muy difícil que un rico entre en el reino de los cielos. Sin embargo hay ricos buenos, santos, que no están apegados a la riqueza. Pero la mayoría está apegada a la riqueza, está cerrada. Y por esto no pueden comprender lo que es la fiesta. Tienen la seguridad de las cosas que pueden tocar.

Buenos y malos: el Señor espera a todos

La reacción del Señor ante nuestro rechazo es decisiva: quiere que todo tipo de personas sean llamadas a la fiesta, conducidas, incluso forzadas, malas y buenas. «Todos están invitados. Todos, nadie puede decir: ‘Yo soy malo, no puedo…’. No. El Señor porque tú eres malo te espera de una manera especial.»  El Papa también recordó la actitud del padre con el hijo pródigo que regresa a casa: el hijo había comenzado un razonamiento, pero él no lo deja hablar y lo abraza. «El Señor – dijo – es así. Es la gratuidad».

En cambio refiriéndose a la Primera Lectura, en la que el Apóstol Pablo advierte contra la hipocresía, el Papa Bergoglio afirmó que a los judíos, que rechazaban a Jesús porque se creían justos, el Señor les dijo una vez: «Pero yo les digo que las prostitutas y los publicanos los precederán en el reino de los cielos». Y añadió que el Señor ama a los más despreciados, pero nos llama a nosotros. Sin embargo, frente a nuestra cerrazón se aleja y se enoja como dice el Evangelio. Y concluyó:

Pensemos en esta parábola que el Señor nos da hoy. ¿Cómo va nuestra vida? ¿Qué prefiero yo? ¿Aceptar siempre la invitación del Señor o encerrarme en mis cosas, en mis pequeñeces? Y pidamos al Señor la gracia de aceptar siempre ir a su fiesta que es gratuita.

En la misa participó un sacerdote de 96 años

La Misa de esta mañana contó con la presencia, entre otros, de un sacerdote de 96 años de edad que preciosamente hoy celebra su 70° aniversario de sacerdocio. (Vatican News)

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