“Elijamos el camino del ‘sí’ a Dios, no del ‘si’”. En el tercer domingo de Pascua, en medio del bloqueo dispuesto para prevenir el contagio de Covid-19, el Papa Francisco dirigió la oración del Regina Coeli desde la Biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano. Antes del rezo mariano, la reflexión del Papa sobre el Evangelio del día, que narra el episodio de los dos discípulos de Emaús:
El Evangelio de hoy, ambientado en el día de Pascua, narra el episodio de los dos discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). Es una historia que comienza y termina “en camino”. De hecho, está el viaje de ida de los discípulos que, tristes por el epílogo de la historia de Jesús, dejan Jerusalén y vuelven a casa, a Emaús, caminando unos once kilómetros. Es un viaje que tiene lugar durante el día, con una buena parte del trayecto cuesta abajo. Y está el viaje de regreso: otros once kilómetros, pero hechos al anochecer, con parte del camino cuesta arriba después de la fatiga del viaje de ida, y de todo el día. Dos viajes: uno fácil durante el día y el otro agotador por la noche.
En la vida tenemos dos direcciones opuestas
De los dos viajes, el Santo Padre señaló que el primero, de día cuesta abajo, transcurre “en la tristeza”, mientras el segundo, cuesta arriba y de noche, lo hace “en la alegría”. ¿Por qué?
En el primero está el Señor caminando a su lado, pero no lo reconocen; en el segundo ya no lo ven, pero lo sienten cerca de ellos. En el primero están desanimados y desesperanzados; en el segundo corren para llevar a los demás la bella noticia del encuentro con Jesús Resucitado.
Esos “dos caminos diferentes de aquellos primeros discípulos”, precisó Francisco, “nos dicen hoy que en la vida tenemos ante nosotros dos direcciones opuestas”:
Está el camino de los que, como aquellos dos del principio, se dejan paralizar por las desilusiones de la vida y van adelante con tristeza, y está el camino de los que no se ponen a sí mismos y sus problemas en primer lugar, sino a Jesús que los visita, y a los hermanos que esperan su visita. Es decir, los hermanos que esperan que nosotros cuidemos de ellos.
“Este es el punto de inflexión”, afirmó el Papa: “dejar de orbitar alrededor de uno mismo, a las decepciones del pasado, a los ideales no realizados, a tantas cosas feas que han pasado en la propia vida», y «seguir adelante mirando a la realidad más grande y verdadera de la vida: Jesús está vivo, Jesús me ama”.
¡Esta es la realidad más grande, y yo puedo hacer algo por los demás! ¡Es una realidad bella, positiva, luminosa!
El cambio de marcha es este: pasar de los pensamientos sobre mi yo, a la realidad de mi Dios; pasar – con otro juego de palabras – de los “si” a “sí”. De los “si» a los «sí», ¿qué significa?: “si Él nos hubiera liberado, si Dios me hubiera escuchado, si la vida hubiera ido como yo quería, si tuviera esto y aquello…”. Como un lamento.
Este «si» no ayuda, no es fructífero, no nos ayuda a nosotros ni a los demás. Estos son nuestros «si», similares a los de los dos discípulos, quienes pasan, sin embargo, al sí: «Sí, el Señor está vivo, camina con nosotros. Sí, ahora, no mañana, nos ponemos en camino de nuevo para anunciarlo”.
Sí, puedo hacer esto para que la gente sea más feliz, para que la gente mejore, para ayudar a mucha gente. Sí: sí, puedo. Del «si» al «sí», de la queja a la alegría y a la paz, porque cuando nos lamentamos, no estamos en la alegría; estamos en un gris, en ese aire gris de la tristeza. Y esto ni siquiera nos ayuda a crecer bien. De «si» a «sí», de la lamentación a la alegría del servicio.
Pero Francisco plantea una pregunta a la atención de los fieles: ¿cómo ocurrió este cambio de paso, del “yo” a Dios, y de los “si” a los “sí”, de los discípulos? La respuesta es “encontrando a Jesús”:
Los dos de Emaús le abren primero su corazón, luego le escuchan explicar las Escrituras, y entonces lo invitan a casa. Son tres pasos que también nosotros podemos cumplir en nuestras casas: primero, abrir el corazón a Jesús, confiarle las cargas, los cansancios, las desilusiones de la vida, confiarle los «si»; y después, el segundo paso, escuchar a Jesús, tomar el Evangelio en mano, leer hoy este pasaje, el capítulo veinticuatro del Evangelio de Lucas; tercero, rezarle a Jesús, con las mismas palabras que aquellos discípulos: «Señor, quédate con nosotros» (v. 29): con todos nosotros, porque te necesitamos para encontrar el camino”.
Señor, quédate conmigo. Señor, quédate con todos nosotros, porque necesitamos de Tí para encontrar el camino». Y sin Ti, hay noche.
No hay imprevistos en el camino de Dios
Finalizando su catequesis, el Papa hizo presente que “siempre estamos en camino”, y que “nos convertimos en aquello hacia lo que vamos”. E insistió:
Elijamos el camino de Dios, no el camino del yo; el camino del «sí», no el del «si». Descubriremos que no hay ningún imprevisto, no hay subida, no hay ninguna noche que no se pueda enfrentar con Jesús. Que Nuestra Señora, Madre del Camino, que al aceptar la Palabra hizo de toda su vida un «sí» a Dios, nos muestre el camino.