Alessandro De Carolis – Ciudad del Vaticano
Los números del último Informe del Centro Astalli, publicados hace unos días, cuentan las «vidas suspendidas» de los migrantes, atrapados entre las garras de la pandemia, que bloquea o ralentiza la vida cotidiana, y la mordedura de la incertidumbre de quienes tienen que inventar una vida cotidiana desde cero en un nuevo país. El Centro se reunió con 20.000 personas en 2019, incluidos refugiados y solicitantes de asilo, 11.000 sólo en Roma. Y sin rodeos, el último informe afirma que «las políticas migratorias, restrictivas, cerradas – incluso discriminatorias – que han caracterizado el último año, agravan la precariedad de la vida, la exclusión y las irregularidades, haciendo más vulnerable a toda la sociedad».
Dar la bienvenida con amor fraternal
Un detalle transversal bien conocido por el Papa que, al citar el Informe, en un mensaje al Padre Camillo Ripamonti, director del Centro Astalli, aprecia especialmente el coraje «con el que, escribe, enfrenta el ‘desafío’ de la migración, especialmente en este delicado momento para el derecho al asilo, ya que miles de personas, continúa, huyen de la guerra, las persecuciones y las graves crisis humanitarias». Francisco también se acerca a esa categoría de personas que el derecho internacional define como «refugiados» y que «ustedes – enfatiza a los colaboradores del Centro – acogen con amor fraternal: estoy espiritualmente cerca de todos con oración y afecto y los insto a tener confianza y esperanza en un mundo de paz, justicia y fraternidad entre los pueblos».
Un ejemplo de solidaridad
La última «caricia» del Papa al Centro Astalli es en realidad un deseo universal: «su ejemplo, dice, puede provocar un compromiso renovado en la sociedad por una auténtica cultura de hospitalidad y solidaridad».