S.S. León XIV ha vuelto a poner a los más pobres como protagonistas de la opción preferencial de la Iglesia. Lo hace en un momento en el cual el mundo sigue apostando por su descarte. Por su parte, en Dilexi Te nos extienden una invitación a asumir el desafío de pasar a la otra orilla, de asumir el tema en cuestión con espesa seriedad, ya que “la realidad es que los pobres para los cristianos no son una categoría sociológica, sino la misma carne de Cristo”. Estamos en tiempos en los cuales recordamos que el Señor se hizo carne, “carne que tiene hambre, que tiene sed, que está enferma, encarcelada”. Lo recordó también Francisco cuando señaló que la Iglesia pobre para los pobres “empieza con ir hacia la carne de Cristo”.
Estas palabras nos invitan, no solo a replantearnos nuestra relación con el que sufre, sino a comprender la necesidad de una transformación profunda en nuestro corazón. Una transformación que asuma, sin atajos de ningún tipo, que el sufrimiento lo compartimos todos los hombres. Allí tenemos un punto de encuentro que se llena de luz renovadora cuando lo sentimos como posibilidad de compartir esos sufrimientos con los de Cristo en la cruz.
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Aprender a vernos y a ver al otro desde las entrañas de la caridad. Por ello, nos ofrece León XIV un concepto en el que merece la pena ahondar un poco: atención amante.
Francisco y León XIV, al recordarnos la opción preferencial por los pobres afirmada por el Concilio Vaticano II, señalan que esta opción se sustenta de manera decidida en la atención puesta en el otro, pero no se trata de una atención simple y llana. Nos hablan de una atención amante.
Para comprender en qué consiste, ponen frente a nuestros ojos la parábola del buen samaritano con la finalidad de conectar con una verdad profunda tallada en nuestro corazón: nuestra vocación de prójimo. Esta atención se sustenta sobre el hecho de considerar a los más pobres, no solo como un problema social, sino como una cuestión familiar, ya que cada uno de ellos es de los nuestros.
Recuerdo en este momento a Simone Weil, para quien la atención no consiste en contraer la mente como un músculo, sino en abrirla. Es un acto de receptividad, no de tensión. “La atención consiste en suspender el pensamiento, en dejarlo disponible, vacío y penetrable al objeto”, escribe. No se trata de forzar la solución, sino de crear el espacio interior donde pueda aparecer lo que buscamos. Atender es, en gran medida, una manera de esperar. Una atención verdadera, una atención amante, requiere de humildad.
La Navidad nos interpela siempre: Dios se hace hombre y un hombre pobre. Esa verdad atraviesa toda la historia de la Iglesia, desde sus orígenes, cuando comprendió que la pobreza incidió en cada aspecto de la vida del Señor: “Desde su llegada al mundo, Jesús experimentó las dificultades relativas al rechazo […] “no había lugar para ellos en la posada” (Lc 2,7)”.
Hasta en la actualidad, cuando nos recuerda que Jesús, abandonado en la cruz, vive en cada ser humano, muy especialmente en los descartados, llamándonos a reconocer en ellos a seres humanos con mi misma dignidad, creaturas infinitamente amadas por el Padre, a una imagen de Dios, a un hermano redimido por Jesucristo, señaló Francisco.
Dilexi Te es un documento tan hermoso como incómodo ya que cada página es un llamado a nuestra tibieza frente al dolor del oprimido, no solo por injusticias sociales y económicas, sino por una cultura que les hace creer en una libertad y en una felicidad sin sustento y vacías de sentido. Abramos las puertas del corazón a Cristo en esta Navidad para volver a escuchar de sus labios “Te he amado” (Ap 3,9). Paz y bien, a mayor gloria de Dios.
Valmore Muñoz Arteaga


