Génova del siglo XVI, vio nacer a la Beata María Victoria de Fornari Strata en el año 1562. Ella era de cuna noble, de buena familia, pero esto no hizo que tuviera un corazón avaro ni dictó una vida de ocio, por lo contrario, su vida se llenó de devoción y de un propósito “elevado”.
A los 17 años, su camino se unió al de Angelo Strata, un hombre de fe con quien construyó un hogar fundamentado en los valores cristianos. Su matrimonio no solo fue una alianza, sino una comunión de almas que trajo al mundo a seis hijos, criados con amor y guía de padres ejemplares.
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Pero el camino tenía planeado un destino diferente para ella, un camino agridulce, que llevó con la repentina muerte de Angelo; dejando a María Victoria sumida en dolor. Pero la viudez actuó como el crisol que refina el oro, pues su luto se transformó en introspección y oración, con la cual sintió el llamado de Dios, y resonó con tal claridad que no pudo ignorar.
Fue entonces, cuando encontró guía en un sacerdote jesuita, él, le habló del llamado y la direccionó a una nueva comunidad religiosa, cuenta que, María Victoria no buscaba el retiro del mundo, sino que deseaba tener para con Dios altísimo una entrega más radical y profunda.
Su carisma, oración incesante y la caridad encarnaron el misterio de la Anunciación de María, lo que hizo superar los desafíos para poder fundar la Orden de la Santísima Anunciación. Y es el 7 de agosto de 1604, cuando las primeras hermanas vistieron el distintivo hábito azul, un color que simboliza el cielo, la pureza inmaculada de la Virgen y la fidelidad. Tanto fueron queridas, que las empezaron a llamar las «monjas azules», una orden dedicada a vivir la humildad, la obediencia y un profundo amor por Cristo y su Iglesia.

La orden se convirtió en una sola voz espiritual en Génova, dando guía desde el testimonio de que la santidad florece en medio de las pruebas y las responsabilidades cotidianas; siendo así, se le recuerda con su palabra iluminada al decir “Todo pasa y todo es nada, excepto Dios”.
Una reflexión nacida del dolor y la fugacidad de la riqueza con la que se retrata el “aceptar” los misterios del señor y su divina guía, pues las fortunas se disipan y el amor terrenal, encuentran su fin; más el amor de Dios todopoderoso es eterno y su encuentro es el más grande de los tesoros.
La vida terrenal de la Beata María Victoria de Fornari Strata llegó a su apacible fin el 15 de diciembre de 1617, su salud se fue apagando, pero su espíritu permaneció intacto, es recordada como una mujer sensible y de dedicación inquebrantable a la Orden de la Santísima Anunciación, falleció rodeada por el amor y la gratitud de sus «monjas azules», a quienes habían sido guiadas con la sabiduría de una madre piadosa.
La beata María Victoria entregó su alma a Dios en la que su despedida no fue un momento de tristeza inconsolable, sino la culminación gozosa de una vida vivida en total consagración.
Joselin Guerra
Pasante ULA Táchira



