«La prioridad no es la economía, como tal, sino el ser humano», explica el cardenal. El Covid-19 – continúa – no sólo ha causado una crisis de salud, sino que ha afectado a muchos aspectos de la vida humana: la familia, la política, el trabajo, los negocios, el comercio, el turismo, etc. …». la forma expansiva e interconectada de la pandemia nos recuerda constantemente la observación del Papa Francisco de que «todo está conectado».
Según el Secretario de Estado, «si todos los gobiernos se han visto obligados a tomar medidas drásticas, hasta el punto de detener tantas actividades económicas para luchar contra la pandemia, significa que la prioridad no es la economía, sino la persona. Esto significa, en primer lugar, cuidar la salud». Sin embargo -continúa- la doctrina social de la Iglesia, que tiene sus raíces en la antropología cristiana, nos recuerda que no se puede limitar a cuidar sólo la salud del cuerpo. Debemos cuidar la integridad de la persona humana, que debe ser, por tanto, el objetivo prioritario del compromiso político y económico, en una ética de responsabilidad compartida en la casa común».
«En consecuencia -señala el Cardenal- la Iglesia nos invita a redescubrir la vocación de la economía al servicio del hombre, para garantizar a cada persona las condiciones necesarias para un desarrollo humano integral y una vida digna. «Ahora más que nunca», escribió el Papa Francisco en la Pascua del pasado 11 de abril, «son las personas, las comunidades y los pueblos los que deben estar en el centro, unidos para sanar, curar y compartir”.
Parolín: no dejar de lado la necesidad espiritual
Para el Cardenal Parolin, «hay que destacar, por tanto, algunos peligros que han aparecido en la lucha contra la pandemia, como la prevalencia de enfoques antropológicos reductores que, centrados en la salud corporal, arriesgan considerar insignificantes las dimensiones espirituales. En la situación de emergencia dramática que hemos vivido -continúa- se ha puesto de manifiesto el límite de una interpretación de las cuestiones de salud según paradigmas exclusivamente técnicos, que prácticamente ha negado ciertas necesidades básicas, por ejemplo, dificultando la proximidad de los familiares y el acompañamiento espiritual de los enfermos y moribundos. Esto exige una reflexión más profunda sobre las muchas preguntas que la pandemia nos ha planteado».
La pandemia «reveló tanto nuestra interdependencia como nuestra debilidad común, la fragilidad compartida», es el pensamiento del Secretario de Estado. «Cuando dominaba la lógica de la disuasión nuclear -recuerda-, San Juan XXIII, en la Pacem in Terris, subrayó la interdependencia entre las comunidades políticas: «Ninguna comunidad política puede hoy en día perseguir sus intereses y desarrollarse cerrándose sobre sí misma». Y el Papa Francisco, en la encíclica Laudato sí, destacó: «La interdependencia nos obliga a pensar en un mundo único, en un proyecto común». Por otra parte -recordó Juan Pablo II en la Sollicitudo rei socialis-, hoy nos enfrentamos a una interdependencia tecnológica, social y política, que exige urgentemente una ética de la solidaridad».
«Sin embargo -explicó de nuevo- en lugar de fomentar la cooperación para el bien común universal, vemos que se levantan cada vez más muros a nuestro alrededor, exaltando las fronteras como garantía de seguridad y practicando violaciones sistemáticas de la ley, manteniendo una situación de conflicto mundial permanente. Como recordó el Papa Francisco en Nagasaki, «el gasto en armamento alcanzó su punto máximo en 2019, y ahora existe el grave riesgo de que, tras un período de disminución, debido también a las restricciones vinculadas a la pandemia, siga aumentando». Y «esta misma época muestra, en cambio, que debemos sembrar la amistad y la buena voluntad en lugar del odio y el miedo». Además, «la interdependencia planetaria requiere respuestas globales a los problemas locales», insistió el Papa Francisco en su reunión con los Movimientos Populares en 2015, «porque la globalización de la esperanza […] debe sustituir a esta globalización de la exclusión y la indiferencia».
La pandemia sacude el sistema económico y social
A este respecto, el cardenal señala que «el marco de referencia diseñado por el Papa Francisco para la economía se encuentra sobre todo en la Laudato si’, que a su vez desarrolla la Caritas in Veritate de Benedicto XVI». Son «las dos grandes encíclicas sociales más recientes. Benedicto habló de una economía en la que la lógica del don, el principio de gratuidad, que expresa no sólo la solidaridad, sino también la fraternidad humana más profunda, debe encontrar espacio. Francisco relanzó el tema del desarrollo humano integral en el contexto de una «ecología integral», ambiental, económica, social, cultural y espiritual. La enseñanza social de la Iglesia, a la que muchos reconocen la solidez de su fundamento y orientación, muestra que sabe actualizarse continuamente para responder a las preguntas de la humanidad con coherencia y visión de conjunto».
Hoy en día «la pandemia sacude enormemente a todo el sistema económico y social y a sus presuntas certezas, a todos los niveles», afirma nuevamente el Cardenal Parolin. «Los problemas del desempleo – denuncia – son y serán dramáticos, los problemas de la salud pública requieren la revolución de sistemas sanitarios y educativos enteros, y el papel de los Estados y las relaciones entre las naciones cambian. La Iglesia se siente llamada a acompañar el complicado camino que se nos presenta a todos como familia humana». Y «debe hacerlo con humildad y sabiduría, pero también con creatividad». Para el cardenal, en resumen, «existen sólidos principios de referencia, pero hoy en día la creatividad valiente es aún más urgente, para que la dramática crisis de la pandemia no se resuelva en una terrible tragedia, sino que se abran espacios para la conversión humana y ecológica que la humanidad necesita».
Para concluir, el Secretario de Estado espera «que lo que hemos vivido en los primeros meses de la pandemia haya alimentado en muchos fieles una mayor conciencia de la vida sacramental, junto con el deseo y la expectativa de una participación más viva en la liturgia, cumbre y fuente de toda la vida de la Iglesia».
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