Chiara Lubich define la educación como un itinerario por medio del cual el sujeto educando, que puede ser el individuo o la comunidad, cumple, con la ayuda del educador, hacia un deber ser, hacia un fin que se considera válido para el hombre y para la humanidad.
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Una visión educativa que es estimulada por una pedagogía avivada en una espiritualidad definida por la revelación de Dios como Amor que se desnuda en su Palabra, donde está Jesús presente, ardiendo. Una pedagogía abandonada a un Dios, que es Educador por excelencia, ya que “ningún educador ha tenido nunca tantos miramientos con el hombre como Dios que murió por él. Dios Amor ha elevado al hombre, a cada hombre, a la dignidad altísima del hijo y heredero. ¡A cada hombre!”.
Pedagogía
El pensador católico venezolano, Cecilio Acosta, así como Comenio, exponían que hay que enseñar a todos y eso es todo. Idea semejante que, a juicio de Chiara Lubich, expresa precisamente que todos somos hijos del mismo Padre, teniendo muy presente la regla pedagógica de la gradación, es decir, una disposición gradual de los procesos naturales del aprendizaje, eliminando toda violencia que altere el equilibrio atentando contra la dignidad del alumno.
La pedagogía de la unidad en Chiara contempla afirmativamente la unicidad de la Palabra de Dios, que es Palabra de Vida, que se hace experiencia en un mundo muchas veces impregnado de verbalismo. Esta Palabra Viva nos convoca a ser uno como el Padre y el Hijo son uno, como una es la Trinidad, esta unicidad brinda fuerza aportando unidad existencial, “favoreciendo la superación de tanta fragmentación y desintegración que el hombre experimenta a menudo en la relación consigo mismo, con el otro, con la sociedad y con Dios”.
Unicidad que se sostiene sobre la ternura que el Papa Francisco define como el amor concreto y cercano, como el “movimiento que procede del corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos. La ternura es el camino que han recorrido los hombres y las mujeres más valientes y fuertes”.
Abandonado
Es el rostro del dolor del cual no quiere hablar el mundo. “Sin embargo, el dolor tiene una función paradójica: es el canal de la felicidad, si por felicidad entendemos la verdadera, la duradera, no la provisional y fugaz”. Felicidad que sacia el corazón humano, pues fue ganada a través del dolor de Jesús. Ahora bien, ¿cómo insertar esta idea en el ámbito pedagógico?
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Cabe preguntarse quién es, entonces, Jesús abandonado. Chiara responde: es la figura del ignorante, del necesitado, del inadaptado, del incapacitado, del no amado, del desatendido, del marginado, “de todas esas realidades o experiencias humanas y sociales para las que se requiere –más que para otras– una educación urgente y especial”. Jesús abandonado se transforma en símbolo de quien, por carecer de todo, necesita de alguien que se lo dé todo y se lo haga todo. Jesús abandonado también va a representar aquel que supera su infinito dolor y nos enseña además “a ver la dificultad, el obstáculo, la prueba, el esfuerzo, el error, el fracaso y el dolor como algo que hay que afrontar, amar y superar”.
El ejemplo de Jesús abandonado nos muestra que cada dificultad de ser amada y afrontada, y la educación es un camino expedito para enseñar tal dimensión del amor. Amor que da frutos, que dilata el corazón, que –como dijo San Pablo VI– es la principal virtud que se pide a la Iglesia Católica en esta hora del mundo. Paz y Bien.
Valmore Muñoz Arteaga