+ Mario Moronta R.
Obispo de San Cristóbal.
El episodio de la Transfiguración tiene varios elementos que no podemos obviar: uno de ellos es el de la revelación de lo que será la Resurrección de Jesucristo; el otro es el de la teofanía, con la voz del Padre quien presenta a su Hijo Amado; y la reacción de asombro de los discípulos. Esta reacción es como una preparación a la fe post-pascual; es decir, a lo que ellos experimentarán luego de la Resurrección. En el fondo es un reconocimiento a lo que es realmente el Dios humanado: con su encuentro con Elías y Moisés se reviste de la luz salvífica que es la característica propia de la Pascua.
Ese reflejo va acompañado del Mensaje del Padre. Es una teofanía, pues es la presentación y manifestación de Dios quien habla de su Hijo. Él es el Amado y, desde esa realidad, es el que da la salvación. Pero, hay una cosa bien interesante y marcante: es la invitación, en forma de mandato, dirigida a los discípulos y desde ellos a nosotros: “ESCÚCHENLE”. Es el nuevo Profeta, pero también es la Palabra encarnada y hay que escucharla; esto es, aceptarla y hacerla vida propia.
Jesús va hablándoles a los discípulos de lo que será su misión y cómo ésta debe realizarse en el sacrificio y en la entrega personal. Pero, habrá un momento particular, con la victoria de la resurrección. La Transfiguración es el anuncio profético de lo que será la Resurrección: esplendor de gloria con la Luz divina.
Pablo, al dirigirse a Timoteo, le advierte que Dios “nos ha salvado y nos ha llamado a que le consagremos nuestra vida”. Es importante esta recomendación, ya que el seguimiento de Jesús pasa precisamente por dedicar nuestra vida a Él y a darlo a conocer mediante el testimonio evangelizador, personal y eclesial. Esta consagración conlleva la plena disponibilidad para reconocer el esplendor del Transfigurado y hacerla brillar mediante nuestras acciones evangelizadoras y de testimonio de vida.
Por otro lado, la manifestación de la Transfiguración viene a ser como una especie de puente entre la antigua y la nueva alianza: de allí el encuentro entre Jesús con Moisés y Elías. No es otra cosa sino el saber que el camino iniciado con el Padre de la fe, Abraham, se conecta con el de Jesús, quien es el cumplidor de las promesas hechas a Abraham y los patriarcas.
El relato de la teofanía del Monte de la Transfiguración es una ocasión de gracia para aquellos discípulos y para nosotros, como nos lo dice la Oración Colecta del Domingo II de Cuaresma: que al escuchar al Hijo amado del Padre, “nos alegremos en la contemplación de tu gloria”.