La tentación del “mal espíritu” en lenguaje ignaciano ante la cultura del “Encuentro”, es la de tratar de evitar que una persona se ponga en contacto con el bien, que es encontrarse con Jesús y su vida. El “mal espíritu” nos aleja de las cosas buenas o nos coloca impedimentos para que el Encuentro con el bien no sea pleno.
El “mal espíritu” aleja de la oración a nuestro padre, de recibir su perdón ante nuestros pecados, de andar en comunión con Jesús y la comunidad. De allí, la importancia que cada persona entre en contacto personal con el Señor, discerniendo sus “mediadores” que lo lleven directo a Jesús, sin comentarios.
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El enemigo siempre apunta al corazón. Existen cuatro tentaciones que han sido mencionadas por el Papa Francisco repetidamente, las presento a continuación: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la mundanidad espiritual y las guerras internas. Para hacer una lectura de ellas, es bueno colocar la mirada al bien común y la búsqueda blindada de la paz.
Acedia y pesimismo
La acedia (tristeza) pastoral nos lleva a que las tareas diarias cansen más de lo razonable y a veces enfermen, hace que uno sienta no un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y no aceptado. Esta acedia puede tener varios orígenes.
Un origen, es no valorar que la realidad es superior a las ideas, en este sentido el nº 82 de la Encíclica “Evangelii Gaudium” Francisco nos recuerda: “algunos caen en ella por sostener proyectos irrealizables y no vivir con ganas lo que buenamente podrían hacer. Otros, por perder el contacto real con el pueblo, en una despersonalización de la pastoral que lleva a prestar más atención a la organización que a las personas, y entonces les entusiasma más la hoja de ruta, que la ruta misma”.
Otro origen, está en no valorar el tiempo, que siempre es de Dios por sobre el espacio, cayendo en la acedia “por no aceptar la costosa evolución de los procesos y querer que todo caiga del cielo. Otros, por no saber esperar y querer dominar el ritmo de vida. El inmediatismo ansioso de estos tiempos, hace que los agentes pastorales no toleren fácilmente lo que significa alguna contradicción, un aparente fracaso, una crítica o una cruz”.
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La “acedia pastoral y el pesimismo estéril” se disciernen por su maltrato de la realidad y del tiempo. Al querer dominar espacios, se coloca la realidad en moldes ideológicos que la desvitalizan. Por eso es importante no dejarnos robar la alegría (la realidad) y la esperanza (el tiempo) para ser discípulos misioneros, frente a la tristeza y pesimismo pastoral.
Mundanismo y guerra
La “mundanidad espiritual y las guerras internas” entre los cristianos se discierne por su maltrato a la “unidad y totalidad del cuerpo de la Iglesia”. Dice Francisco en “Evangelii Gaudium” nº 98: “la mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica”. Aquí vemos cómo el conflicto se privilegia sobre la unidad.
“Además algunos dejan de vivir una pertenencia cordial a la Iglesia por alimentar un espíritu de interna. Más que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o cual grupo. que se siente diferente o especial” (EG 98). Lo que equivale a decir, que se privilegia “la parte por encima de todo”, lo sectario por sobre la catolicidad. No nos dejemos robar la comunidad, no nos dejemos robar el amor fraterno (Cfr. EG 101).
Combate
Estas cuatro tentaciones, se combaten: “poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres. La mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios” (EG 37).
Para concluir, es necesario recordar que allí donde hay luchas internas, hay mundanidad espiritual. Y allí donde hay mundanidad espiritual, termina habiendo luchas internas. Mundanidad espiritual es una formulación fuerte, significa “corrupción de lo espiritual bajo la apariencia de bien”. Que Dios nos ayude con su gracia a ser instrumentos de la alegría del Evangelio.
Pbro. Jhonny Zambrano