Me dirijo a ustedes, como su obispo y pastor, para reflexionar sobre el momento cumbre de nuestra fe: la s.agrada comunión. Las normas de la Iglesia, recogidas en la Instrucción Redemptionis Sacramentum y el Código de Derecho Canónico, no son reglas frías, por el contrario, son expresiones de nuestro profundo amor y reverencia por Jesús.
Ellas nos guían para asegurar que el sacramento sea celebrado y recibido con la dignidad, el respeto y la verdad teológica que merece. Hermanos de esta Diócesis que peregrina en el Táchira, la Comunión es participación en el sacrificio que se está celebrando.
Por ello, la norma nos recuerda que el lugar natural para recibir la Comunión es en la misma Misa, inmediatamente después del sacerdote celebrante. Esta secuencia visible la consagración, la comunión del ministro y la de los fieles manifiesta que todos participamos del único sacrificio.
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Es un anhelo pastoral que, en la medida de lo posible, los fieles reciban hostias consagradas en la misma misa. Esto subraya la íntima conexión entre el pan que se ofrece y el cuerpo de Cristo que se recibe.
Recuerden siempre que la distribución de la Comunión corresponde ante todo al sacerdote celebrante, asistido, si es necesario, por diáconos. Solo la verdadera necesidad justifica la ayuda de ministros extraordinarios, y esto debe hacerse siempre bajo las normas del derecho. El sacerdote no debe proseguir la Misa hasta que el último fiel haya comulgado. ¡El cuidado de las almas es nuestra primera misión!
La Iglesia nos enseña a ser custodios de la verdad y de la caridad. La norma nos recuerda que no es lícito negar la sagrada Comunión a un fiel bautizado que esté bien dispuesto y no tenga prohibición canónica, por el simple hecho de elegir recibir la eucaristía arrodillado o de pie. La forma de reverencia (arrodillado o de pie con la debida inclinación) debe ser respetada, siempre.
De igual modo, si un fiel elige recibir el sacramento en la mano, en los lugares permitidos, debe ser atendido. Pero aquí les pido una especial diligencia a los ministros: el comulgante debe consumir la hostia inmediatamente, delante del ministro. No puede haber riesgo de profanación, por ello, la bandeja para la comunión debe mantenerse, evitando que caiga siquiera un fragmento del cuerpo del Señor.

Mis queridos hermanos, debemos ser vigilantes contra las desviaciones que confunden a nuestro pueblo, no está permitido que los fieles tomen la hostia o el cáliz por sí mismos, ni mucho menos se lo pasen entre sí.
Se reprueba totalmente la costumbre de distribuir hostias no consagradas a manera de comunión durante o antes de la misa. Esto es contrario a la verdad litúrgica y doctrinal de la eucaristía. Si en algunas comunidades existe la costumbre de bendecir y distribuir pan, esto debe hacerse después de la misa y con una catequesis muy clara para que nadie confunda ese acto con la sagrada comunión.
Amados diocesanos, que nuestra vida esté marcada por el amor a Jesús, presente real y sustancialmente en el santísimo sacramento. Vivan la eucaristía con la pureza de intención y la devoción que nos exige el misterio de nuestra salvación.
Mons. Lisandro Rivas
Obispo de la Diócesis de San Cristóbal



