San Agustín decía: “Tú deseo es tu oración; si tu deseo es continuo, también es continua tu oración … El deseo es la oración interior que no conoce interrupción”. Esto nos hace notar que el mismo Señor busca darse a conocer a través de los deseos de quien lo busca.
Evangelio
Esta perspectiva espiritual se puede encontrar al leer los Evangelios. Podríamos llamarle una pedagogía que educa en el mundo de los deseos. Jesús en el Evangelio de Juan pregunta: ¿Qué buscan? (Jn 1, 38), claramente esta pregunta invita al corazón a purificar sus deseos, antes de dar inicio el seguimiento de Cristo. De igual manera, en el Evangelio de Juan antes de realizar un milagro, Jesús remite al deseo, esto se evidencia cuando al paralitico de la piscina de Bethesda le pregunta: ¿deseas recobrar la salud? (Jn 5, 6). Con estas preguntas nos enseña el Señor cuán importante es “desear” en la vida, es un paso necesario para que todas las peticiones se vayan cumpliendo.
Esperanza
Un síntoma para detectar que los deseos en la persona están en crisis, es la incapacidad de ver un futuro en la propia vida, una vida soñada, una vida proyectada. Es necesario tener firmeza en el desear para actuar por un lado, y por otro la capacidad de esperar, estos dos lados son necesarios para una madurez en este aspecto del deseo.
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En esta línea podemos ver que el deseo va unido a la esperanza, es decir con la dimensión futura de la vida, con la apertura a las posibilidades que se nos tengan reservadas en el camino. En este camino la esperanza constituye un estímulo para actuar y tomar la iniciativa. Cuanto más fuerte sea el deseo y más implique a la persona, necesitará más energías para que se realice lo proyectado.
Aquellas dificultades que pueden aparecer para obstaculizar los deseos, pueden convertirse en puntos fuertes, ya que nos invitan a tomar postura, reconocer las resonancias afectivas frente a cada situación, arrojando la luz sobre el propio deseo en que se desea avanzar.
Discernimiento
El discernimiento constituye una ayuda para reconocer la verdad de los propios deseos, es decir, tener los criterios para valorarlos. El apóstol Pablo en este sentido nos refiere que el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque no sabemos pedir, pero será el mismo Espíritu el que intercederá por nosotros según los designios de Dios (Cfr. Rm 8 26-27).
El Espíritu que habita en nosotros nos recuerda, que el deseo en el fondo es bueno y no debemos temerlo, para esto es necesario ejercer el arte de la escucha, porque los deseos verdaderos son profundos y discretos, el Espíritu, si encuentra docilidad, afina el arte del conocimiento de cada uno de nosotros y a través de la inteligencia se hace más eficaz para discernir, es decir, nos ayuda a leer bien entre líneas, aprendiendo a leer más allá de lo superficial, sacando a la luz lo que brilla.
Experiencias
El tiempo es un elemento importante, el deseo que es bueno, no se extingue con el paso del tiempo, sino como el grano de mostaza del Evangelio de Marcos (4, 31-32), no deja de crecer. La estabilidad es una buena señal para el deseo, sobretodo cuando estamos conscientes y en la búsqueda de cumplir la voluntad del Señor, quien es el dueño del tiempo. Si encontramos obstáculos, dificultades o fracasos perseveramos en luchar para llevar a cabo nuestro deseo.
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San Agustín decía en los comentarios a la primera Carta de Juan 4, 6; que el deseo es como el recipiente del espíritu, cuanto más espera y lucha el hombre, tanto más crecen el deseo y el amor y Dios puede otorgarle con más generosidades sus dones. Por tanto, decía san Gregorio Magno, que los santos deseos crecen al posponerse su realización, en cambio si con la espera se debilitan, es señal de que no eran verdaderos deseos.
Para concluir quiero citar a San Ignacio, quien tiene su primera experiencia de Dios durante su recuperación en Loyola, luego de la herida producida en Pamplona. Allí escucha su corazón, en los pensamientos del mundo percibía que no eran asimilados y no duraban y acababan dejándolo vacío y con mal sabor de boca; mientras que los pensamientos de Dios, noto que entraban con cierta dificultad, produciendo una batalla interior para acogerlos, pero una vez que entraban producían una duradera y profunda paz y serenidad, facilitando la cosas que se proponía llevar a cabo. Así son los deseos, si son buenos y son producto de nuestra relación con Dios producirán mucho fruto y será abundante.
Pbro. Jhonny Zambrano