La poesía estuvo muy presente en el magisterio del Papa Francisco. Su discurso, de hecho, estuvo siempre acariciado por el sutil atrevimiento poético. La poesía, él lo creyó siempre, permite al hombre abrir su racionalidad a las metáforas que ayudan a que el pensamiento sea ágil, intuitivo, flexible, agudo.
Aunque, definitivamente, lo más importante y que, a mi juicio, es el corazón de su logos poético, entiende que la poesía facilita las palabras para poder acercarnos y tocar a Cristo que es, no cabe duda, el logos al cual hay que volver. El logos que permite al hombre, no solo comprender, sino hacerse comprender; es fuente del pensamiento y de la acción humana, el camino que nos desnuda el sentido y, como el propio Francisco advirtió, en estos tiempos estamos hambrientos de sentido.
Se cree que fue Heráclito, filósofo griego, el primero en usar el término logos para referirse a un concepto. Estaba convencido de que sus pensamientos y teorías filosóficas existían independientemente de él formando parte de una inteligencia universal que no pertenecía a alguien en particular.
Por ello, San Justino lo consideró un cristiano antes de Cristo entre los filósofos griegos. Los primeros cristianos asumieron la idea del logos como la mente de Dios y un intermediario o comunicador entre Dios y la humanidad. En el griego original, se empleó logos para cada aparición de verbo, sentando con esto que, el Evangelio refleja la perspectiva joánica de que Jesús (Verbo, Logos) existió desde el principio con Dios y es Dios.
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Bajo esta perspectiva, Francisco destaca lo poético de la palabra. Lo poético vendría a ser la palabra que brota del Corazón de Cristo, el logos. Un logos, como señala Orígenes, que recibe todo del Padre. No solo recibe todo del Padre, sino que, además, nunca ha estado separado de Él.
Lo poético que resaltó Francisco es el hecho de que la palabra se transforma entonces, en instrumento de todo lo que hay en nuestro interior. La palabra poética «es como una espina en el corazón que mueve a la contemplación y pone en camino. La poesía es abierta, te lanza a otro lugar». ¿Cuál es ese otro lugar? Quizás la otra orilla a la que nos invita Jesús (Mc 4, 35)
Francisco escribió el libro Versos a Dios. Antología de la poesía religiosa, una carta dirigida a los poetas. En sus palabras, de alguna manera, invita a todos los hombres a vivir poéticamente. Sin bien es cierto, escribir poesía no le es dado a todos los seres humanos; todo hombre y mujer está llamado, por el solo hecho de serlo, a vivir poéticamente.
Vivir poéticamente es tener hambre de sentido, es transformar los ojos, no solo en aquello que nos permite ver, sino un paso más allá, un vehículo que consiente a los hombres soñar. «Una persona que ha perdido la capacidad de soñar carece de poesía y la vida sin poesía no funciona».
La poesía no es ruta para evadir la realidad. No es ruta de escape para nadie. Todo lo contrario, la poesía nos abre a una dimensión de la sensibilidad que dinamiza en la misma realidad las posibilidades del sueño, ya que «la poesía no habla de la realidad a partir de principios abstractos, sino escuchando la realidad misma: el trabajo, el amor, la muerte y todas las pequeñas grandes cosas que llenan la vida».
Los giros misteriosos de la poesía invitan a transformar nuestro corazón de piedra, en uno de carne; transformar nuestros ojos de carne, en unos de cristal. Ojos que escuchan y profundizan hasta el corazón de la belleza que se encuentra en la realidad, aunque ésta sea atroz y miserable. Paz y bien, a mayor gloria de Dios.
Valmore Muñoz Arteaga



