El Papa Francisco recibió este mediodía en el Aula Pablo VI a los participantes en el Congreso Mundial de ginecología oncológica (International Gynecologic Cancer Society). En el darles su cálida bienvenida, saludó especialmente a los ex pacientes, que “favorecen el intercambio y el apoyo mutuo”, conscientes de la importancia de crear vínculos de solidaridad entre los enfermos con patologías graves, los parientes y los profesionales de la salud. Algo que se vuelve aún más valioso, dijo el Pontífice, “cuando se enfrenta a enfermedades que pueden poner en peligro o perjudicar seriamente la fertilidad y la maternidad”.
“En estas situaciones, que tienen un profundo impacto en la vida de una mujer, es esencial cuidar, con gran sensibilidad y respeto, la condición – psicológica, relacional, espiritual – de cada paciente”.
Por lo arriba expuesto el Santo Padre alentó a considerar estas dimensiones de la atención integral, “incluso en los casos en que el tratamiento es esencialmente paliativo”, puesto que está demostrado que “vivir buenas relaciones. ayuda y apoya a los enfermos a lo largo de todo el camino de la curación, reavivando o aumentando la esperanza en ellos”.
El paciente es más que el protocolo en que se enmarca
En el señalar que la persona enferma “es siempre y mucho más que el protocolo en el que se enmarca clínicamente”, el Sumo Pontífice constató el hecho de que, cuando el enfermo “ve reconocida su singularidad”, la confianza en el equipo médico y un horizonte positivo aumenta aún más. Y por ello manifestó su deseo de que esto no siga siendo sólo “la expresión de un ideal, sino que encuentre cada vez más espacio y reconocimiento dentro de los sistemas de salud”.
A menudo se afirma, con razón, que la relación, el encuentro con el personal sanitario, forma parte de la atención. ¡Qué gran beneficio ofrece a los enfermos tener la oportunidad de abrir sus corazones libremente y confiar en su condición y situación! También, la posibilidad de llorar con confianza: esto abre horizontes y ayuda a la curación. O por lo menos, a sobrellevar bien la enfermedad terminal.
La economía no debe entrar en el mundo de la sanidad
Sucesivamente, Francisco planteó la cuestión de la organización del hospital, “fuertemente condicionada por requisitos funcionales”, y manifestó su “tristeza y preocupación” por el riesgo “bastante generalizado” de dejar la dimensión humana del cuidado de los enfermos a la “buena voluntad” del médico individual, en lugar de considerarlo una parte integral de la actividad de cuidado que ofrecen los centros de atención de la salud.
En este sentido, afirmó que no debe permitirse “que la economía entre en el mundo de la sanidad con tanta fuerza que penalice aspectos esenciales como la relación con los enfermos”. Y elogió las diversas asociaciones sin fines de lucro que “colocan a los pacientes en el centro, apoyando sus necesidades y preguntas legítimas y dando también voz a quienes, debido a la fragilidad de su condición personal, económica y social, no pueden hacerse oír.”
Difundir resultados de estudios e investigaciones al mundo
En el reconocer que la investigación requiere un fuerte compromiso económico, el Santo Padre señaló que es posible, sin embargo, encontrar un equilibrio entre los diversos factores: “el primer lugar lo ocupan las personas – afirmó – en este caso las mujeres enfermas». Pero señaló que no hay que olvidar al personal que trabaja diariamente en estrecha colaboración con ellas, «para que puedan trabajar en condiciones adecuadas” y «tomarse el tiempo de descanso para recuperar sus fuerzas para seguir adelante».
Asimismo, el Papa alentó la difusión de los resultados de los estudios e investigaciones al mundo.
El valor de la cercanía y de la confianza
Concluyendo, el Obispo de Roma señaló que la condición de la enfermedad nos recuerda aspectos de la vida que a veces olvidamos, como la precariedad de nuestra existencia, la necesidad de los demás, la insensatez de vivir enfocados sólo en nosotros mismos, la realidad de la muerte como parte de la vida misma. Y subrayó:
La condición de la enfermedad recuerda esa actitud decisiva para el ser humano que es confiarse: confiarse al otro hermano y hermana, y al Otro con mayúscula que es nuestro Padre celestial. También recuerda el valor de la cercanía, del hacerse prójimo, como nos enseña Jesús en la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,25-37).
Finalmente, invocó sobre todos la bendición de Dios, “fuente de esperanza, fortaleza y paz interior”: «a cada uno de ustedes, a cada uno con su propia fe, su propia tradición religiosa. Pero Dios es el Único para todos. Los bendigo a todos», les dijo, y les aseguró sus oración, pidiendo que también recen por él.