Excavar, tocar los hallazgos, recuperar la energía del tiempo… Sin embargo, en el trabajo del arqueólogo cristiano no solo está la materia, sino también lo humano: las manos que forjaron los restos encontrados, «las mentes que los concibieron, los corazones que los amaron». Es una de las características de la arqueología cristiana que el Papa destaca en la Carta apostólica sobre la importancia de la arqueología con motivo del centenario del Pontificio Instituto de Arqueología Cristiana, publicada hoy 11 de diciembre.
Materia y misterio: son las dos directrices que se cruzan en la arqueología cristiana porque «el cristianismo —destaca León XIV— no nació de una idea, sino de una carne», de un vientre, un cuerpo, un sepulcro. La fe cristiana, de hecho, se basa en «hechos concretos, en rostros, en gestos, en palabras pronunciadas en una lengua, en una época, en un entorno.
Lea también: Corazón y esperanza
Esto es lo que la arqueología hace evidente, palpable». Recuerda además que «Dios eligió hablar en una lengua humana, caminar sobre la tierra, habitar lugares, casas, sinagogas, calles». Por eso, en una época en la que se recurre a la inteligencia artificial y se estudian las galaxias, sigue teniendo sentido investigar. «No se puede comprender plenamente la teología cristiana —escribe el Papa— sin la inteligencia de los lugares y las huellas materiales que dan testimonio de la fe de los primeros siglos».
La arqueología y la teología se entrelazan, por tanto, en el trabajo del arqueólogo, en cuya base hay una marcada sensibilidad para manejar con cuidado los «materiales de la fe». «Excavando entre las piedras, entre las ruinas, entre los objetos, nos enseña —explica el Pontífice— que nada de lo que ha sido tocado por la fe es insignificante». Cada pequeño testimonio merece atención, no debe descartarse, por lo que la arqueología «es una escuela de sostenibilidad cultural y de ecología espiritual», de «educación en el respeto de la materia, de la memoria, de la historia».
No se tira nada, se conserva, se descifra, porque detrás de cada hallazgo hay «el aliento de una época, el sentido de una fe, el silencio de una oración. Es una mirada —subraya el Papa— que puede enseñar mucho también a la pastoral y a la catequesis de hoy».
La tarea de la arqueología es también evangelizar, ayudar a la Iglesia a custodiar la memoria viva de sus orígenes, a narrar la historia de la salvación también con imágenes, formas y espacios. «En una época que a menudo pierde sus raíces, la arqueología —afirma el Papa— se convierte así en un instrumento precioso de evangelización que parte de la verdad de la historia para abrir a la esperanza cristiana y a la novedad del Espíritu».
Al observar la forma en que el Evangelio fue acogido en el pasado, surge el estímulo de difundirlo en el presente, dirigiéndose a los alejados, pero también a los jóvenes que buscan autenticidad y concreción. La arqueología, subraya León XIV, es un «poderoso instrumento de diálogo; puede contribuir a tender puentes entre mundos distantes, entre culturas diferentes, entre generaciones; puede dar testimonio de que la fe cristiana nunca ha sido una realidad cerrada, sino una fuerza dinámica, capaz de penetrar en los tejidos más profundos de la historia humana».
Vatican News



