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“Jesucristo se hizo pobre por ustedes” (cf. 2 Co 8,9): las palabras del apóstol Pablo a los primeros cristianos de Corinto son el tema de la VI Jornada Mundial de los pobres del próximo 13 de noviembre. Palabras que representan, tal como escribe el Papa en su Mensaje dado a conocer este 14 de junio, el “fundamento al compromiso solidario con los hermanos necesitados”.
La insensatez de la guerra y el chantaje de algunos poderosos
EL Santo Padre presenta en los primeros párrafos del mensaje el contexto actual en el que se enmarca la jornada de este año, el mundo saliendo de “la tempestad de la pandemia” y la guerra en Ucrania que “vino a agregarse a las guerras regionales que en estos años están trayendo muerte y destrucción”. Constata Francisco que el cuadro de la guerra se ve agravado en este caso a causa de la intervención de una “superpotencia” que “pretende imponer su voluntad contra el principio de autodeterminación de los pueblos”. “Se repiten escenas de trágica memoria y una vez más el chantaje recíproco de algunos poderosos acalla la voz de la humanidad que invoca la paz”, escribe.
¡Cuántos pobres genera la insensatez de la guerra! Dondequiera que se mire, se constata cómo la violencia afecta a los indefensos y a los más débiles. […] ¿Cómo dar una respuesta adecuada que lleve alivio y paz a tantas personas, dejadas a merced de la incertidumbre y la precariedad?
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No ceder ante el compromiso de la solidaridad
Como sucedió con los cristianos de Corinto, que tras la gran colecta organizada por Pablo para la comunidad de Jerusalén – en graves dificultades por la carestía que azotaba al país – se mostraron “muy sensibles y disponibles”, comenzando luego, sin embargo, su compromiso “a disminuir”, así sucede, según el Papa, también hoy. Lo escribe pensando en la disponibilidad que “ha movido a enteras poblaciones a abrir las puertas para acoger millones de refugiados de las guerras en Oriente Medio, en África central y ahora en Ucrania”. Constatando que, sin embargo, “mientras más dura el conflicto, más se agravan sus consecuencias”, señala que “a los pueblos que acogen les resulta cada vez más difícil dar continuidad a la ayuda” porque se empieza a sentir el peso “de una situación que va más allá de la emergencia”. Y anima:
Este es el momento de no ceder y de renovar la motivación inicial. Lo que hemos comenzado necesita ser llevado a cumplimiento con la misma responsabilidad.
“La solidaridad, – explica el Papa– es, en efecto, precisamente esto: compartir lo poco que tenemos con quienes no tienen nada, para que ninguno sufra. Mientras más crece el sentido de comunidad y de comunión como estilo de vida, mayormente se desarrolla la solidaridad.
El bienestar alcanzado por algunos países
Un punto importante que menciona el Santo Padre en el mensaje es el bienestar que han alcanzado diversos países en las últimas décadas, gracias “a la iniciativa privada y a leyes que han apoyado el crecimiento económico articulado con un incentivo concreto a las políticas familiares y a la responsabilidad social”. Francisco espera que “el patrimonio de seguridad y estabilidad logrado –pueda ahora ser compartido con aquellos que se han visto obligados a abandonar su hogar y su país para salvarse y sobrevivir”.
Como miembros de la sociedad civil, mantengamos vivo el llamado a los valores de libertad, responsabilidad, fraternidad y solidaridad. Y como cristianos encontremos siempre en la caridad, en la fe y en la esperanza el fundamento de nuestro ser y nuestro actuar.
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La importancia del testimonio de los cristianos
Volviendo al Apóstol, y haciendo presente que él “no quiere obligar a los cristianos forzándolos a una obra de caridad”, sino que invita a realizar la colecta “para que sea un signo del amor, tal como lo ha testimoniado el mismo Jesús”, el Santo Padre asevera que “frente a los pobres no se hace retórica, sino que se ponen manos a la obra y se practica la fe involucrándose directamente, sin delegar en nadie”. Sucesivamente pone en guardia sobre la “relajación” que conduce a “comportamientos incoherentes, como la indiferencia hacia los pobres”, y también sobre “el excesivo apego al dinero” que “impide observar con realismo la vida de cada día y nubla la mirada, impidiendo ver las necesidades de los demás”:
Son situaciones que manifiestan una fe débil y una esperanza endeble y miope.
El problema – añade – no es el dinero en sí, porque este forma parte de la vida cotidiana y de las relaciones sociales de las personas. Lo que debemos reflexionar es sobre el valor que tiene el dinero para nosotros: no puede convertirse en un absoluto, como si fuera el fin principal.
No salva el activismo, sino la atención sincera y generosa
El Santo Padre enseña, pues, que “no se trata de tener un comportamiento asistencialista hacia los pobres, como suele suceder”, sino que se necesita “hacer un esfuerzo para que a nadie le falte lo necesario”. “No es el activismo lo que salva, sino la atención sincera y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano que tiende la mano para que yo me despierte del letargo en el que he caído”, explica. Y acrecienta:
Es urgente encontrar nuevos caminos que puedan ir más allá del marco de aquellas políticas sociales «concebidas como una política hacia los pobres, pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos» (Carta enc. Fratelli tutti, 169). En cambio, es necesario tender a asumir la actitud del Apóstol que podía escribir a los corintios: «No se trata de que ustedes sufran necesidad para que otros vivan en la abundancia, sino de que haya igualdad» (2 Co 8,13).
La pobreza que libera y enriquece y la que “humilla y mata”
Es necesario aprender que “no estamos en el mundo para sobrevivir, sino para que a todos se les permita tener una vida digna y feliz”. Jesús, dice Francisco “nos muestra el camino y nos hace descubrir que hay una pobreza que humilla y mata, y hay otra pobreza, la suya, que nos libera y nos hace felices”. La que mata “es la miseria, hija de la injusticia, la explotación, la violencia y la injusta distribución de los recursos”. “Es una pobreza desesperada, sin futuro, porque la impone la cultura del descarte que no ofrece perspectivas ni salidas”. Se trata de “la miseria” que, “mientras constriñe a la condición de extrema pobreza, también afecta la dimensión espiritual que, aunque a menudo sea descuidada, no por esto no existe o no cuenta”.
Cuando la única ley es la del cálculo de las ganancias al final del día, entonces ya no hay freno para pasar a la lógica de la explotación de las personas: los demás son sólo medios. No existen más salarios justos, horas de trabajo justas, y se crean nuevas formas de esclavitud, sufridas por personas que no tienen otra alternativa y deben aceptar esta venenosa injusticia con tal de obtener lo mínimo para su sustento.
La que libera, en cambio, es que permite centrarse “en lo esencial”, explica el Santo Padre. De hecho, existe esa “sensación de insatisfacción” que muchos experimentan, “porque sienten que les falta algo importante y van en su búsqueda como errantes sin una meta”. Así, esas personas deseosas de encontrar lo que pueda satisfacerlos, “tienen necesidad de orientarse hacia los pequeños, los débiles, los pobres para comprender finalmente aquello de lo que verdaderamente tenían necesidad”.
El encuentro con los pobres permite poner fin a tantas angustias y miedos inconsistentes, para llegar a lo que realmente importa en la vida y que nadie nos puede robar: el amor verdadero y gratuito. Los pobres, en realidad, antes que ser objeto de nuestra limosna, son sujetos que nos ayudan a liberarnos de las ataduras de la inquietud y la superficialidad.
Seguir el camino de Jesús
El Papa Francisco vuelve sobre las riquezas de las que habla Pablo, que tenemos “gracias a la pobreza” y las menciona: son el conocimiento de la piedad, la purificación de los pecados, la justicia, la santificación y otras mil cosas buenas que nos han sido dadas ahora y siempre.
Si queremos que la vida venza a la muerte y la dignidad sea rescatada de la injusticia, el camino es el suyo: es seguir la pobreza de Jesucristo, compartiendo la vida por amor, partiendo el pan de la propia existencia con los hermanos y hermanas, empezando por los más pequeños, los que carecen de lo necesario, para que se cree la igualdad, se libere a los pobres de la miseria y a los ricos de la vanidad, ambos sin esperanza.
Recordando, por último, a San Charles de Foucald, “un hombre que, nacido rico, renunció a todo para seguir a Jesús y hacerse con Él pobre y hermano de todos”, el Santo Padre concluye el mensaje con la esperanza de que la próxima Jornada Mundial de los Pobres “se convierta en una oportunidad de gracia, para hacer un examen de conciencia personal y comunitario, y preguntarnos si la pobreza de Jesucristo es nuestra fiel compañera de vida”.