Alina Tufani Díaz – Ciudad del Vaticano
El discurso de Francisco a los más de 300 presbíteros y obispos de Sicilia recoge lo bueno, lo malo y el por hacer de los hombres de Iglesia en una isla fulcro de razas y culturas, víctima del abandono, marginación y hasta la crueldad, pero exigente con sus sacerdotes que desde siempre se han demostrado guías espirituales y morales para las personas y la sociedad.
Reunidos en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, el saludo de Monseñor Antonino Raspanti, obispo de Acireale, fue el punto de partida del Papa en su recorrido sincero por la vida de una isla afectada por un cambio de época que pone a prueba los vínculos sociales y emocionales, que “requieren opciones valientes, aunque reflexionadas y, sobre todo, iluminadas con el discernimiento del Espíritu Santo” y ancladas en la tradición sabia y viva de la Iglesia.
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No significa que sea una isla feliz
“Sicilia no está al margen de este cambio”, afirma el Pontífice al explicar que no obstante una historia de acogida de pueblos, a veces dominadores, a veces migrantes, en una integración que ha determinado su propia cultura, “esto no significa que sea una isla feliz”, sino más bien contradictoria y aprisionada en su condición de insularidad.
“En Sicilia asistimos a comportamientos y gestos marcados por grandes virtudes y también por la crueldad. Asimismo, junto a obras maestras de extraordinaria belleza artística vemos escenas de mortificante abandono. E igualmente, frente a hombres y mujeres de gran cultura, muchos niños y jóvenes evaden la escuela, quedando apartados de una vida humana digna”, constata el Santo Padre. Una vida cotidiana donde, así como resplandece el contraste de colores “del cielo y las flores, los campos y el mar”, no es casual que se haya «derramado tanta sangre a manos de los violentos” y, al mismo tiempo, se mantenga “la resistencia humilde y heroica de los santos y los justos, servidores de la Iglesia y del Estado”.
Una situación social en regresión
“La situación social actual de Sicilia está en clara regresión desde hace años; un signo claro es la despoblación de la isla, debida tanto a la caída de la natalidad como a la emigración masiva de jóvenes. La desconfianza en las instituciones alcanza niveles elevados y los servicios disfuncionales lastran el desempeño de las tareas cotidianas, a pesar de los esfuerzos de personas buenas y honestas que quisieran comprometerse y cambiar el sistema”, describe Francisco.
De allí su invitación a los presbíteros a comprender en profundidad el cómo y hacia dónde lleva este cambio de época, para así poder decirdir qué camino tomar para “anunciar, en las fracturas y articulaciones de este cambio, el Evangelio de Cristo”. “Una tarea, insistió el Papa, aunque encomendada a todo el pueblo de Dios, nos pide a los sacerdotes y obispos un servicio pleno, total y exclusivo”.
El desapego de unos, el heroísmo de otros
Francisco, ante estos desafíos, pone de manifiesto la disminución de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada y en particular, el “creciente desapego de los jóvenes”, que no logran percibir en las parroquias o movimientos eclesiales “una ayuda en su búsqueda del sentido de la vida”, e incluso “no siempre ven en ellos un claro desprendimiento de viejas formas de actuar, erróneas e incluso inmorales, para emprender con decisión el camino de la justicia y la honestidad”.
En contraposición, el Santo Padre destaca la figura de sacerdotes y fieles que como el padre Pino Puglisi y Rosario Livatino y han abrazado el destino de la sociedad siciliana, con su labor “silenciosa tenaz y amorosa” con personas desanimadas, desempleadas o solas.
“Por eso, en Sicilia -afirma el Pontífice – la gente sigue buscando a los sacerdotes como guías espirituales y morales, personas que también pueden ayudar a mejorar la vida civil y social de la isla, apoyar a la familia y ser un punto de referencia para los jóvenes en crecimiento. La expectativa del pueblo siciliano hacia los sacerdotes es alta y exigente”.
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Abrazar la vida del pueblo
El Papa Francisco exhorta a los sacerdotes a “abrazar plenamente la vida de este pueblo” que vive la “amargura y la decepción por la distancia que les separa de las zonas más ricas y desarrolladas del país y de Europa”, que padece los sentimientos de frustración que llevan, especialmente a los jóvenes, “a marcharse para encontrar niveles de vida más ricos y confortables”.
“Estar al lado, estar cerca, eso es lo que estamos llamados a vivir, por la fidelidad de Dios; por amor a Él estamos al lado hasta el final, hasta el mismo final, cuando las circunstancias de justicia, reconciliación, honestidad y perdón nos llevan a ellos. Cercanía, compasión y ternura: este es el estilo de Dios y también el del pastor”, recuerda el Santo Padre.
El sencillo diálogo con María que refuerza la sinodalidad
La Jornada sacerdotal mariana que celebra la Iglesia siciliana, para Francisco rescata el valor de la unidad, “frente al individualismo y la fragmentación, e incluso división que se cierne sobre todos nosotros”. Una unidad que “se refuerza con el método de la sinodalidad”, un camino ya abordado en la región con iniciativas como «Con paso sinodal», que fortalece la fraternidad y la paternidad sacerdotal.
“Un camino – añade el Pontífice – que requiere estar abiertos a las sorpresas de Dios en nuestras vidas y en las coyunturas existenciales de nuestras comunidades, con la conciencia de que, a través de la escucha, humilde y sincera, podemos experimentar un discernimiento que llega al corazón y nos cambia interiormente”.
Por último, el Santo Padre recuerda que entre el sacerdote y la Madre celestial se teje día a día un diálogo secreto que reconforta y alivia cada herida:
“En este sencillo diálogo, hecho de miradas y palabras humildes como las del Rosario, el sacerdote descubre cómo la perla de la virginidad de María, totalmente dedicada a Dios, la convierte en una tierna madre para todos. Así también, casi sin saberlo, ve la fecundidad de un celibato, a veces fatigoso de llevar, pero precioso y rico en su transparencia”.