Somos ciudadanos del cielo y el amor a Dios y el prójimo es nuestro pasaporte
Las cenizas se depositan en nuestras cabezas para que el fuego del amor se encienda en nuestros corazones, dijo el Pontífice, porque somos ciudadanos del cielo y el amor a Dios y al prójimo es nuestro pasaporte al cielo. Los bienes terrenales que poseemos no nos servirán, son polvo que se desvanecen, pero el amor que damos – en la familia, en el trabajo, en la Iglesia, en el mundo – nos salvará, permanecerá para siempre.
“Las cenizas que recibimos nos recuerdan un segundo camino, el camino opuesto, aquel que va de la vida al polvo. Miramos a nuestro alrededor y vemos el polvo de la muerte”.
Vidas reducidas a cenizas, señaló el Papa, escombros, destrucción, guerra. Vidas de pequeños inocentes no bienvenidos, vidas de pobres rechazados, vidas de ancianos desechados. Seguimos destruyéndonos, volviéndonos polvo. ¡Y cuánto polvo hay en nuestras relaciones!, afirmó, miramos en nuestras casas, en nuestras familias, peleas, incapacidad de apaciguar los conflictos. Es difícil para cada uno de nosotros, señaló, pedir disculpas, perdonar, volver a empezar. Mientras, dijo, que tan fácilmente reclamamos nuestros espacios y nuestros derechos.
“Hay mucho polvo que ensucia el amor y destruye la vida. Incluso en la Iglesia, la casa de Dios, hemos permitido que se asiente tanto polvo, el polvo de la mundanidad”.
Francisco pidió que no ahoguemos el fuego de Dios con las cenizas de la hipocresía. El Señor pide hacer obras de caridad, rezar y ayunar, sin fingir, sin dobles intenciones. Sin buscar la aprobación de otros, sin impactar o satisfacer nuestro ego.
“¡Cuántas veces nos proclamamos cristianos y en el corazón cedemos a las pasiones que nos hacen esclavos! ¡Cuántas veces predicamos una cosa y hacemos otra! ¡Cuántas veces nos mostramos buenos por fuera y guardamos rencor por dentro! Cuánta dualidad hay en nuestros corazones… Es polvo que ensucia, cenizas que sofocan el fuego del amor”.
Para limpiarnos del polvo depositado en nuestros corazones, Francisco dijo que hay que dejarnos reconciliar con Dios. Porque la santidad no es tarea nuestra, es gracia. Porque por nuestra cuenta no somos capaces de quitar el polvo que ensucia nuestros corazones. Porque sólo Jesús, que conoce y ama nuestro corazón, puede curarlo. La Cuaresma es un tiempo de curación.
Entonces, debemos hacer dos pasos dijo el Papa: el primero, del polvo a la vida, ponernos delante del Crucificado y repetir: «Jesús, tú me amas, transfórmame…». Y después de haber aceptado su amor, después de haber llorado delante de este amor, hacer el segundo paso, para no recaer de la vida al polvo. Uno recibe el perdón de Dios, en la Confesión, porque allí el fuego del amor de Dios consume las cenizas de nuestro pecado. El abrazo del Padre en la Confesión nos renueva por dentro, limpia nuestros corazones. Reconciliémonos para vivir como hijos amados, como pecadores perdonados, como enfermos curados, como caminantes acompañados. Dejémonos amar para amar. Dejémonos levantarnos, caminar hacia la meta, la Pascua. Tendremos la alegría de descubrir que Dios nos resucita de nuestras cenizas.