El Papa nos ha dejado repentinamente este 21 de abril del 2025, después de haber dado su última bendición “Urbi et Orbi” el día de Pascua desde el balcón central de la Basílica de San Pedro y tras haber dado su última vuelta entre la multitud, para bendecir y despedirse.
Los 12 años del Pontificado de Francisco, de los cuales tuve la oportunidad de vivir cuatro en la ciudad de Roma, influyeron en mi ministerio sacerdotal desde tres pilares: la misericordia, la alegría y la ternura en sus gestos y palabras.
Misericordia
En su primer Ángelus el 17 de marzo del 2013 habló sobre la centralidad de la misericordia. Nos recordó que Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros los que tal vez nos cansamos de pedir perdón. Dio testimonio del rostro materno de una Iglesia que se inclina hacia los heridos y, en particular, hacia los heridos por el pecado.
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“La misericordia de Dios es nuestra liberación y nuestra felicidad. Vivimos en la misericordia y no podemos permitirnos estar sin misericordia: es el aire que respiramos. Somos demasiado pobres para poner condiciones, necesitamos perdonar, porque necesitamos ser perdonados”.
Alegría
Una característica en su magisterio fue la alegría. Meditando en ello, me impresionó que todos los documentos, o al menos, los de mayor importancia hablen de ella. Recordemos su proyecto pastoral con “Evangelii Gaudium”, que ha sido un poco el documento programático de su pontificado, luego “Amoris Laetitia” donde nos recuerda que en todas las familias y realidades familiares, Dios quiere estar presente acompañando, discerniendo e integrando. De igual manera, indirectamente, “Laudato Si’”, “Fratelli Tutti” y “Laudate Deum”, documentos específicos de la Doctrina Social de la Iglesia, todos siempre aluden a la alegría.
La alabanza que nace de la alegría de un espíritu lleno de amor. Es precisamente la alegría, una alegría que no nace de la despreocupación, sino del hecho de saberse amados por el Señor.
Podría decir, que la misericordia expresada en un amor personal y total que Dios tiene, nos invita a la alegría de comunicar a los demás, la Buena Noticia del Evangelio; el hecho de anunciar, de llevar a otros el anuncio de la salvación de Jesús, se convierte en fuente de alegría para quien lo recibe, pero también para quien lo proclama. Esto lo vivió en profundidad Francisco.
Ternura
Siguiendo a diario al Papa, sus gestos, palabras y detalles con las personas nos colocaban delante una escena donde se podría apreciar, que Francisco miraba a los ojos, y eso significaba que entraba en la vida e historia de las personas para transmitir con una palabra o un gesto la ternura de Dios.
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Francisco fue alguien que transformó sus gestos y palabras en encíclicas. El Papa tenía una ternura contagiosa. Considero que la misericordia y la alegría se conjugaron al transmitir su ternura, desde rasgos que caracterizan la impronta de este pontificado.
La ternura de Francisco fue sincera. Te invitaba a ser mejor, a crecer, a combatir con el pecado, a cantar la gloria de Dios con tu vida. Ser un fruto de coherencia entre lo que se dice y se hace. A veces nos da miedo tratar bien a las personas y poner el corazón en lo que hacemos y el Papa nos recordó, que nos estamos perdiendo lo mejor.
Por tanto, la ternura no es solamente repartir caricias. Es mostrar afecto, dulzura, simpatía, respeto y amor. La ternura se muestra en el detalle, en la mirada, en el abrazo entregado y sincero. Sin ternura es difícil que se creen vínculos. Francisco nos dejó esta herencia, la misericordia, la alegría y la ternura.
Pbro. Jhonny Zambrano