El jueves 21 de noviembre, el Papa Francisco presidió la celebración eucarística en el National Stadium de Bangkok, en torno a las seis de la tarde hora local, en el marco de su viaje apostólico a Tailandia.
Partiendo de la pregunta formulada por Jesús a la multitud «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» narrada en el pasaje del Evangelio según San Mateo (12,48); el Santo Padre planteó la siguiente cuestión: «¿quiénes son los miembros de nuestra familia, aquellos que nos pertenecen y a quienes pertenecemos?».
Jesús rompe con los determinismos religiosos
Las palabras de Jesús responden por sí mismas de forma clara y novedosa: «Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,50).
De esta manera – explicó el Pontífice- «Jesús rompe no sólo los determinismos religiosos y legales de la época, sino también todas las pretensiones excesivas de quienes podrían creerse con derechos o preferencias sobre Él porque el Evangelio es una invitación y un derecho gratuito para todos aquellos que quieran escuchar”.
La familia va más allá de los lazos de sangre
Un Evangelio que “está tejido de preguntas que buscan inquietar, despertar e invitar a los discípulos a ponerse en camino”- dijo Francisco- para que “puedan descubrir esa verdad capaz de dar y generar vida; preguntas que buscan abrir el corazón”.
En este sentido, el Santo Padre subrayó que precisamente en la misión de llevar la Buena Nueva a todas las periferias, los discípulos impulsados por el Espíritu Santo, “pudieron ver que pertenecían a una familia mucho más grande que aquella que se genera por lazos de sangre, de cultura, de región o de pertenencia a un determinado grupo”; ya que es así como a través de la misión evangelizadora, la Iglesia ha ido creciendo y conformando una familia universal, siempre a través de un encuentro profundo entre el pueblo y la Palabra de Dios.
Fe: donde de Dios, gratuito
Por otra parte, el Papa volvió a destacar el valor de la gratuidad de la fe entendida como don de Dios, ya que -dijo- el discípulo misionero “no es un mercenario de la fe ni un generador de prosélitos, sino un mendicante que reconoce que le faltan sus hermanos, hermanas y madres, con quienes celebrar el don irrevocable de la reconciliación que Jesús nos regala a todos”.
350 años del Vicariato Apostólico de Siam
Y en alusión a los 350 años de la creación del Vicariato Apostólico de Siam (1669-2019), “signo del abrazo familiar producido en estas tierras”, el Pontífice recordó que tan sólo dos misioneros “fueron capaces de animarse a sembrar las semillas que, desde hace tanto tiempo, vienen creciendo y floreciendo en una variedad de iniciativas apostólicas, que han contribuido a la vida de la nación”.
El mal de la trata, la prostitución y las drogas
Lamentablemente, junto a estas semillas buenas que brotan en tierras tailandesas, también crecen lacras sociales como la trata de personas, la prostitución, las drogas y la pobreza.
Es por ello que el Papa dedicó en su homilía un pensamiento especial para el pueblo sufriente que vive «esclavizado» por estos males. También para «los migrantes despojados de su hogar y familias, así como tantos otros que, como ellos, pueden sentirse olvidados, huérfanos, abandonados, sin una comunidad de fe que los contenga».
Siguiendo las huellas de los primeros misioneros
“Pienso en pescadores explotados, en mendigos ignorados”, añadió el Obispo de Roma, “también ellos son parte de nuestra familia, no privemos a nuestras comunidades de sus rostros, de sus llagas, de sus sonrisas y de sus vidas; y no le privemos a sus llagas y a sus heridas de la unción misericordiosa del amor de Dios”.
Por último el Santo Padre animó a la comunidad tailandesa a “seguir tras las huellas de los primeros misioneros, para encontrar, descubrir y reconocer alegremente todos esos rostros de madres, padres y hermanos, que también son nuestra familia y que el Señor nos quiere regalar”. (Vatican News)