Asumamos, como nos enseña el Papa Francisco, «el grito de la vida violada», el de la tierra y el de «una humanidad abrumada por el odio» fruto de «una profunda desvalorización del valor de la vida». Para «recogerlo y presentarlo al Padre», pero también para «trabajar para aliviar concretamente el dolor que suscita este grito, en cualquier latitud y en las infinitas formas en que el mal nos debilita y destruye». Esta es la indicación que el cardenal Claudio Gugerotti, que fuera Prefecto del Dicasterio para las Iglesias Orientales, deja a sus hermanos cardenales que se preparan para el cónclave en las congregaciones y a toda la Iglesia en su homilía de la séptima misa de Novendiales en sufragio del Papa Francisco, presidida esta tarde, 2 de mayo, en la Basílica de San Pedro.
La acogida de los hermanos católicos orientales obligados a huir
Una celebración animada y participada por pastores sacerdotes y fieles de las Iglesias católicas orientales, presentes, recuerda el cardenal, «para testimoniar la riqueza de su experiencia de fe y el grito de su sufrimiento, ofrecido por el eterno descanso del difunto Pontífice». Y subraya cómo Francisco puede ahora alegrarse de «vernos juntos en oración por él», que nos enseñó «a amar la diversidad y la riqueza de la expresión de todo lo humano».
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Y nos comprometemos una vez más, mientras muchos de ellos se ven obligados a abandonar sus antiguas tierras, que fueron Tierra Santa, para salvar sus vidas y ver un mundo mejor, a sensibilizarnos, como deseaba nuestro Papa, para acogerles y ayudarles en nuestras tierras a preservar la especificidad de su aportación cristiana, que es parte integrante de nuestro ser Iglesia católica.
La creación, compañera de viaje de la humanidad
El ex Prefecto del Dicasterio para las Iglesias Orientales, al releer la Primera Lectura, tomada de la Carta de San Pablo a los Romanos, reitera, con el Apóstol de los gentiles, que la resurrección de los muertos, en la que «proclamamos nuestra fe inquebrantable» rezando «sobre el cuerpo de nuestro Santo Padre», no es un fenómeno «intrínseco a la naturaleza humana». Sino que «es Dios quien nos resucita, a través de su Espíritu», con el Bautismo que nos hace nuevas criaturas, «hijos adoptivos y ya no esclavos». Gugerotti señala con pesar cómo hoy «la creación y la persona humana» parecen tener tan poco valor. Sin embargo, en África, de donde proceden algunos de los cardenales, se puede «sentir espontáneamente la belleza del fruto de estos nacimientos, porque una nueva vida tiene un valor inestimable para sus pueblos».
Surge entonces el tema de la creación como compañera de viaje de la humanidad y solidaria con ella, del mismo modo que pide la solidaridad de la humanidad, para ser respetada y sanada. Este fue un tema muy querido por nuestro Papa Francisco.
La incapacidad de expresar a Dios
Con San Pablo, el cardenal veronés recuerda que «esta humanidad desesperada lucha por expresar en su grito su oración y su invocación al Dios de la vida». Pero el Espíritu «interviene en nosotros y hace de nuestros silencios rocosos y de nuestras lágrimas inexpresadas una invocación a nuestro Dios con gemidos inefables». Una expresión muy apreciada en el mundo cristiano oriental, que considera «la incapacidad de expresar a Dios (apofasis) como una de las características de la teología». Es la posibilidad, en el mejor de los casos, de decir, como Santo Tomás de Aquino en Occidente, «no lo que Dios es, sino lo que no es». A este gemido inefable «del Espíritu que grita a Dios lo que le agrada», en esta Eucaristía, queremos «unirnos como podemos y sabemos». El gemido de nuestra naturaleza, «que no sabemos formular con palabras, también porque ni siquiera nos concedemos, abrumados por la prisa, el tiempo de conocerlo, de saberlo, de invocarlo».
Vía Vatican News