Durante la función, en Barcelona, España, ha quedado patente que Dudamel no solo dirige con todo su cuerpo, sino que arropa hasta donde puede a músicos y cantantes, con los ojos fijos en él durante la velada.
En 2007 participó en la conmemoración del cumpleaños del papa Benedicto XVI; ha sido el director más joven al frente de la orquesta Filarmónica de Viena y este jueves 1 de octubre, Gustavo Dudamel, en tiempos de pandemia y aforos restringidos, ha debutado en el Gran Teatro del Liceu, aplaudido y aplaudiendo.
Durante casi tres horas, ha dirigido sin mascarilla la versión concierto de Il trovatore, de Verdi, con un reparto formado por Rachel Willis-Sørensen -en el rol de Leonora, después de que cayera del cartel la soprano rusa Anna Netrebko, convaleciente de covid-19- Yusif Eyvazov, Ludovic Tézier, Okka von der Damerau, Dmitry Belosselskiy y Mercedes Gancedo.
Nada se le resiste al carismático venezolano, quien, también por primera vez, ha movido la batuta al son de los acordes de la emblemática obra de Verdi, que contiene algunos de los momentos musicales más memorables del compositor italiano en un teatro, esta noche en Barcelona con la mitad de su aforo, 1.144 butacas.
Puntual, protegido por una pequeña mampara, pronto su rizada cabellera, ya canosa, se ha movido en el foso, mientras con los brazos daba inicio a una obra que tiene como primera palabra «Alerta», algo que en el actual momento no deja indiferente.
Ópera de cuatro actos, el primero en llevarse los aplausos del respetable ha sido el barítono francés Ludovic Tézier, en el papel de conde de Luna, mucho más suelto que Rachel Willis-Sørensen, pero no debe ser fácil sustituir en el difícil rol de Leonora a la gran diva de la ópera actual, con piezas más que exigentes para una soprano como «D’amor sull’ali rosee», en el cuarto acto.
El tenor Yusif Eyvazov ha sido otro de los protagonistas de la noche con varios momentos en los que ha sido ovacionado y ha oído bravos, mientras que la mezzosoprano Okka von der Damerau, transformada en la gitana Azucena también ha contado con el apoyo del público cuando ha aparecido en escena.
Sin embargo, el nombre de la noche ha sido, indiscutiblemente, Gustavo Dudamel, tal como ha quedado claro al terminar la representación y dejar el foso para subir al escenario, donde también ha sido reconocido el trabajo de la Orquesta del Gran Teatro del Liceu y del Coro, dirigido por Conxita García.
Durante la función, asimismo, ha quedado patente que Dudamel no solo dirige con todo su cuerpo, sino que arropa hasta donde puede a músicos y cantantes, con los ojos fijos en él durante la velada.
En un momento en el que nada es como antes, con una Rambla sin turistas ni aglomeraciones en la Boquería, los 1.144 afortunados que han podido asistir al concierto, de rigurosa mascarilla, han accedido al coliseo operístico tras formar parte de una ordenada cola, sortear unas vallas en la entrada y lavarse las manos con un gel hidralcohólico.
Sin que se hayan dado cuenta, en ese momento un aparato les ha tomado la temperatura, y ya han podido ir en busca de sus asientos, desde los que, antes de empezar a sonar la música, una grabación les ha recordado todas las medidas que hay que seguir en época de virus.
Todas estas medidas ya se pusieron en práctica el pasado día 27 cuando el Liceu reabrió puertas con un concierto extraordinario de la soprano Sondra Radvanovsky y el tenor Piotr Beczala.
Luego, de forma más que ordenada, la salida ha vuelto a ser escalonada, mientras en el coso operístico se iniciaba una operación limpieza para dejar el teatro como una patena.
El próximo domingo, Gustavo Dudamel volverá a ponerse al frente de la Orquesta Sinfónica del Liceu, en una audición en la que se espera la presencia del ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes.