En el rezo mariano del Ángelus, el Papa Francisco recuerda, en la fiesta de la Asunción de María al Cielo, el paso de la “pequeña Virgen de Nazaret”.
“Cuando el hombre puso un pie en la Luna, se dijo una frase que se hizo famosa: «Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad». De hecho, la humanidad había alcanzado un hito histórico. Pero hoy, en la Asunción de María al Cielo, celebramos una conquista infinitamente más grande. La Virgen ha puesto sus pies en el paraíso: no ha ido solo en Espíritu, sino también con el cuerpo, toda ella. Este paso de la pequeña Virgen de Nazaret ha sido el gran salto de la humanidad”.
El Papa señaló que de nada sirve alcanzar hitos históricos, ir a la Luna si no vivimos como hermanos en la Tierra. En cambio, saber que un ser humano, “que una de nosotros viva en el Cielo con el cuerpo nos da esperanza: entendemos que somos valiosos, destinados a resucitar. Dios no dejará desvanecer nuestro cuerpo en la nada”, afirmó.
La esperanza de los cristianos
¡Con Dios nada se pierde! Exclamó el Pontífice, en María se alcanza la meta y tenemos ante nuestros ojos la razón por la que caminamos: no para conquistar las cosas de aquí abajo, que se desvanecen, aclaró Francisco, sino para conquistar la patria allá arriba, que es para siempre. Y la Virgen es la estrella que nos orienta. Ella, afirmó, como enseña el Concilio, «precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo» (Lumen gentium, 68).
María nos guía: la estrella que nos orienta
El Santo Padre recuerda el Evangelio de hoy en el que la Virgen, con sus palabras, nos aconseja, poner a Dios como primera grandeza de la vida. El Evangelio lo primero que dice es «engrandece mi alma al Señor» (Lc 1, 46), tal vez, dijo el Papa, estamos acostumbrados a escuchar estas palabras, quizá ya no hagamos caso a su significado. Pero la palabra engrandece literalmente significa “hacer grande”, engrandecer, señaló el Pontífice.
“María “engrandece al Señor”: no los problemas, que tampoco le faltaban en ese momento, sino al Señor. ¡Cuántas veces, en cambio, nos dejamos vencer por las dificultades y absorber por los miedos! La Virgen no, porque pone a Dios como primera grandeza de la vida. De aquí surge el Magnificat, de aquí nace la alegría: no de la ausencia de problemas, que antes o después llegan, sino de la presencia de Dios. Porque Dios es grande. Y mira a los pequeños. Nosotros somos su debilidad de amor”.
En su humildad, María se reconoce pequeña y exalta las «maravillas» que el Señor ha hecho en ella: sobre todo el don inesperado de la vida, expresó Francisco, María es virgen y se queda embarazada; y también Isabel, que era anciana, espera un hijo. El Señor “hace maravillas con sus pequeños, con quien no se cree grande, sino que da gran espacio a Dios en la vida. Él extiende su misericordia sobre quien confía en Él y enaltece a los humildes. María alaba a Dios por esto”, exclamó el Papa Francisco.
Cada uno de nosotros, ¿alabamos a Dios?
El Santo Padre nos pregunta a cada uno de nosotros, si no “acordamos de alabar a Dios”, si le damos las gracias por “las maravillas que hace por nosotros, por cada jornada que nos regala, porque nos ama y nos perdona siempre, por su ternura, y por habernos dado a su Madre, por los hermanos y las hermanas que nos pone en el camino, porque nos ha abierto el Cielo”. Si olvidamos el bien, nos recuerda el Papa, el corazón se encoge. En cambio, si recordamos, como María, las maravillas que el Señor realiza, si al menos una vez al día lo magnificamos, entonces damos un gran paso adelante. El corazón se dilatará, la alegría aumentará, afirmó Francisco.
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