Una vez elegido quién sucederá a Pedro en la conducción de la Iglesia, se espera con ansias la homilía que brindará durante la misa que inicia su ministerio. Se asume que, en ella, el nuevo Vicario de Cristo presentará las líneas de su gobierno, al menos sus objetivos en los primeros años de su pontificado. El papa León XIV ha compartido lo que hay en su corazón: «Fui elegido sin ningún mérito y, con temor y temblor, vengo a ustedes como un hermano que desea hacerse siervo de la fe y de la alegría, recorriendo con ustedes el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una sola familia».
Destacó inmediatamente las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro: amor y unidad. El amor es el camino que permite a las «historias personales y caminos diferentes» no transformarse en obstáculo para que todos, contemplando a Jesucristo, peregrinen hacia un mismo destino que no es otro que el mismo amor que nos pone en camino. Un camino que León XIV, desde su condición de siervo de la fe y la alegría, nos ha invitado a caminar, pero no solo es una invitación, sino un compromiso que se ha establecido: caminar con nosotros hacia una única familia.
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Amor, unidad y familia fue el trípode que sostuvo su homilía, acaso ¿su plan de gobierno? No lo sé, pero sin duda, fueron recibidas, al menos por mí, con una alegría que, eso espero, solo puede venir de lo alto. Tres palabras que vienen a traer un poco de paz y sosiego en un tiempo cargado de espesuras y confusiones. Un tiempo nuevo que, siguiendo un poco el legado del papa Francisco, quiero brotar de las profundidades del Corazón de Jesús, pues solo allí se hace posible «cualquier vínculo auténtico, porque una relación que no se construya con el corazón es incapaz de superar la fragmentación del individualismo».
León XIV lo tuvo claro desde antes y durante el propio cónclave. El deseo de los cardenales “de elegir al nuevo sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy”. Todo ello, por supuesto, aspirando a erigirlo desde la unidad de la Iglesia que brota del amor de y a Dios, de la Palabra y de la tradición. Una unidad que quiere acompañar a profundizar en su condición de siervo de la fe del pueblo del Señor.
En esta hora del amor, León XIV ha recordado, lleno de emoción por una verdad que lo supera y trasciende, que es esta la misión que Jesús confió a Pedro. Hora del amor que lo impulsa a caminar junto a nosotros por “una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”. Y esto nos recuerda sus primeras palabras a los representantes de los medios de comunicación: “La paz comienza por cada uno de nosotros, por el modo en el que miramos a los demás, escuchamos a los demás, hablamos de los demás; y, en este sentido, el modo en que comunicamos tiene una importancia fundamental; debemos decir “no” a la guerra de las palabras y de las imágenes, debemos rechazar el paradigma de la guerra”.
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No podemos llevar y dar testimonio de la paz a un mundo lleno de conflictos si no somos capaces de superar nuestras propias diferencias, si no somos capaces de edificar un clima de paz verdadera dentro de la propia Iglesia. León XIV, Vicario de Cristo y sucesor de San Pedro ha hablado muy claro, con voz serena y cautiva de espíritu evangélico. Nos toca, entonces, acompañarlo y dejarnos acompañar en este camino que comienza, aunque es el mismo. Paz y bien, a mayor gloria de Dios.
Valmore Muñoz Arteaga