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¿LA IGLESIA DEBE FORMAR LA CONCIENCIA POLÍTICA?

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La fe de un gocho es distintiva, que los identifica por la vida que llevan. Hablamos que no es una fe aislada, sino que se pone en práctica todo el tiempo gracias a la asistencia a las misas, peregrinaciones, rezo del rosario

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La temática se centra en el fortalecimiento de las CEB, dirigida por el vicario de pastoral el Pbro. Luis Merchan, quien profundizó y animó los procesos evangelizadores que se deben desarrollar en las células evangelizadoras de las parroquias, desde una perspectiva cristológica y eclesiológica

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Fe creída, Fe vivida

Seguimos encontrando en la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano (MEDELLÍN) algunos criterios que nos ayudan a valorar la presencia de la DSI en nuestro continente y desde allí habilitar orientaciones que nos puedan ayudar a encarnarlos en Venezuela.

Uno de ellos y que remarca Medellín es el de la CONCIENCIA POLÍTICA, frente a su carencia en la sociedad de la década del 60, y que de igual manera vemos hoy en Venezuela. Ante ello es necesario propiciar mecanismos de participación y fortalecimiento de una legítima representación, para que los ciudadanos sean partícipes de la acción política.

Medellín recordaba que la Iglesia jerárquica tiene la misión de educar en la participación de la vida política como un deber de conciencia y ejercicio de caridad para la vida comunitaria. Esto ayudará a percibir las responsabilidades de la fe, en la vida personal y social.

Un medio para ejercerlo es promover LA ORGANIZACIÓN DE LA COMUNIDAD, de manera especial por medio de los grupos intermedios: «Esas estructuras intermedias entre la persona y el Estado deben ser organizadas libremente, sin indebida intervención de la autoridad o de grupos dominantes, en vista de su desarrollo y su participación concreta en la realización del bien común total. Constituyen la trama vital de la sociedad. Son también la expresión real de la libertad y de la solidaridad de los ciudadanos» (MD 1, 7).

Por lo que respecta a LOS DIRIGENTES POLÍTICOS la Iglesia debe procurar su adecuada formación ética (Cfr. MD 7, 21) para que el ejercicio de la autoridad política y sus decisiones tengan como única finalidad el bien común, alejando el apoyar sistemas que atentan contra el bien común y favorecen grupos privilegiados.

Ante la urgencia de un cambio global en las estructuras, el documento juzga que dicho cambio tiene como requisito LA REFORMA POLÍTICA, la cual permita superar los regímenes dictatoriales endémicos en la región y logre que las democracias – en muchos casos puramente formales – alcance su más plena realización. Medellín recordaba que si no se daba ese paso, resultaría imposible la auténtica transformación y el desarrollo integral de nuestros pueblos, hoy lo podemos confirmar.

De ahí las palabras de SAN PABLO VI en su homilía en la Jornada del Desarrollo en Bogotá el 23 de agosto de 1968 a la clase dirigente: «Que vuestro oído y vuestro corazón sean sensibles a las voces de quienes piden pan, interés, justicia».

Medellín, defiende los derechos de los pobres y oprimidos, urgiendo a los gobiernos para que eliminen todo cuanto destruya la paz social. En este sentido solicita que la Iglesia debe colaborar en LA FORMACIÓN POLÍTICA de la clase dirigente a través de sus movimientos e instituciones educativas (Cfr. MD 1, 22), así como al pueblo para su participación desde una acción política ciudadana.

En este sentido, el laico que reciba una adecuada formación desde una PASTORAL DE LA ACCIÓN POLÍTICA, debe gozar de autonomía y responsabilidad en la opción de su compromiso temporal, así podrá cumplir «su propia función con la luz de la sabiduría cristiana y con la observancia atenta de la doctrina del Magisterio» (GS 43), asimismo «a los seglares corresponde penetrar de espíritu cristiano, la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en que viven» (PP 81).

Medellín reveló UNA NUEVA CONCIENCIA ECLESIAL, manifestada en que los hechos sociales necesitaban de una presencia eficaz, que no se agotaba en la predicación y los sacramentos, donde el Kerigma no era solo al anuncio de verdades tradicionales, sino un despertar en los hombres el sentido de su dignidad, la fuerza reivindicadora de sus derechos, dándoles conciencia de su valor y estimulándolos a exigir de los políticos e intelectuales que ocupan puestos claves, el respeto por la persona humana y la búsqueda del bien común. Asimismo, las parroquias no fueran solo focos de vida espiritual, sino centros de formación integral.

Esto representó UN SALTO CUALITATIVO que superaba el modelo eclesial que presentaba el documento de Río de Janeiro (1955), cuya visión intra eclesial y autorreferencial, veía como el gran problema de la época la insuficiencia de clero; así como un SALTO METODOLÓGICO respecto del CVII, pues no solo asumió el método ver, juzgar y actuar, inspirado en la teología de los signos de los tiempos de GS, sino que se preocupó de proponer líneas de acción pastoral para transformar las estructuras de pecado, buscando la liberación integral y una nueva conciencia sociopolítica para luchar por el bien común.

LOS PRINCIPIOS DE LA DSI enmarcados en diferentes documentos magisteriales de la Iglesia, presentan como es el caso de Medellín, directrices útiles en la formación de personas y proyectos concretos de acción social, para dar respuestas a los desequilibrios sociopolíticos presentes en la estructura de pecado que describíamos anteriormente.

SAN PABLO VI, – con su gran experiencia en este campo –, indica el camino formativo con principios, criterios y orientaciones que promueven el bien común. Asimismo, lo expresan los obispos en su mensaje final: «Queremos sentir los problemas, percibir sus exigencias, compartir las angustias, descubrir los caminos y colaborar en las soluciones. La imagen nueva del hombre latinoamericano exige un esfuerzo creador: los poderes públicos, promoviendo con energía las exigencias supremas del bien común; las familias y educadores, despertando y orientando responsabilidades; los pueblos, incorporándose al esfuerzo de realización; el espíritu del Evangelio, animando, con la dinámica de un amor transformante y personalizador».

Por tanto, encontramos en Medellín el reconocimiento de la necesaria INVOLUCRACIÓN DE LA IGLESIA EN LA VIDA DE SU PUEBLO, para lograr una participación en la trasformación y desarrollo social de Venezuela, con deseos de liberación y crecimiento en humanidad, con un inevitable compromiso: que inspire, aliente y haga surgir un orden nuevo de justicia, que incorpore a todos los hombres en la gestión de sus propias comunidades, es decir, integrar las clases populares y grupos intermedios al protagonismo edificante de una mejor sociedad.

 

Pbro. Jhonny Alberto Zambrano Montoya

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