Una mujer y dos hombres de paz, una religiosa y dos obispos. Es la síntesis esencial que encierra las historias de los tres nuevos venerables cuyos decretos de reconocimiento han sido aprobados hoy, 22 de mayo, por el Papa León XIV, durante la audiencia concedida al cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos. Una paz que, para dos de ellos, implicó también el ofrecimiento de la vida: una muerte violenta en la selva ecuatoriana, mientras, con gran valentía, defendían los derechos de los pueblos indígenas.
Un obispo con alma de misionero
Alejandro Labaka Ugarte, nacido en 1920 en Beizama, España, tuvo desde el principio la idea de ser misionero. Así, cuando fue ordenado sacerdote en 1945, los superiores de la Orden de los Capuchinos —a la que se había consagrado en 1937 con el nombre de fray Manuel— lo enviaron primero a China. Luego, expulsado junto con otros misioneros por el régimen maoísta, partió hacia Ecuador, donde trabajó como párroco y desempeñó otros servicios, entre ellos el de prefecto apostólico, dedicado a la evangelización de los indígenas huaorani. En 1984, fray Manuel fue consagrado obispo y continuó su labor misionera entre los indígenas, entrando también en contacto con el grupo étnico de los tagaeri.

Una religiosa entre los indígenas
Agnese Arango Velásquez tenía 40 años cuando, en 1977, participó en la primera expedición misionera de las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia en Aguarico, Ecuador. De origen colombiano, nació en Medellín en 1937 y en 1955 ingresó en su congregación, donde completó su formación. Tras hacer la profesión perpetua, se dedicó durante los primeros años a la enseñanza. Luego, ya en tierra ecuatoriana, se desplazó por diversas comunidades —incluso como superiora— dedicada a la evangelización de los indígenas huaorani, bajo la guía, entre otros, de fray Manuel (Alejandro Labaka). También sor Agnese llegó a conocer la crítica situación de los indígenas tagaeri, en la mira de las compañías petroleras y madereras.

Muertos por defender a los más débiles
Fray Manuel, en su calidad de obispo, decidió que para evitar un enfrentamiento sangriento con los trabajadores mercenarios de las compañías era necesario ir en persona a hablar con los indígenas. A él se unió sor Agnese. Ambos, a pesar de saber del riesgo que suponía entrar en contacto con una tribu hostil a los forasteros, el 21 de julio de 1987 por la mañana, se hicieron llevar en helicóptero a un lugar previamente acordado. Al día siguiente, otro helicóptero volvió para recogerlos, pero durante el segundo sobrevuelo de la zona fueron avistados y luego recuperados sus cuerpos sin vida, atravesados por lanzas y flechas.

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