Este domingo 24 de octubre, cuando se celebra la Jornada Mundial de las Misiones, ha sido elevada a los altares la joven italiana Sandra Sabattini, que se convierte ahora en la primera novia beata de la Iglesia Católica.
El Cardenal Marcello Semeraro, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, presidió en la Diócesis de Rimini la beatificación de la joven que falleció a los 22 años, cuando estaba comprometida para casarse con su novio, Guido Rossi.
Originalmente la beatificación estaba prevista para el 14 de junio de 2020, pero fue suspendida a causa de la pandemia del coronavirus.
En la Misa este domingo y tras el repaso de la biografía de la joven, el Cardenal Semeraro dio lectura al decreto en latín con el que el Papa Francisco inscribió a Sandra Sabattini en el libro de los santos y beatos.
Tras la lectura del decreto y ante la ovación de los fieles presentes, se procedió a la procesión de la reliquia de la nueva beata, un cabello que conservó Guido Rossi, quien fuera el prometido de Sandra, y que ahora se colocó junto al altar de la Catedral de Rimini para su veneración.
El Obispo de Rimini, Mons. Francesco Lambiasi, agradeció luego al Papa y al Cardenal Semeraro la beatificación de Sandra Sabattini.
En su homilía, el Cardenal Semeraro resaltó que la joven “es la primera novia santa admitida a los honores de los altares”.
“Su obispo, en un libro dedicado a Sandra Sabatini, escribía que el deseo de servir a los pobres no surgía en ella de una cuestión emotiva para hacer beneficencia, sino de una fuente espiritual, el amor de Dios”.
“Su corazón se sumergía en el mar sin fondo del amor de Dios por los pobres y veía que la solución a los problemas es la resurrección de Jesús” y la suya “fue una santidad vivida en todos los ámbitos de su vida, con los últimos, poniendo al servicio de Dios todo su entusiasmo, sencillez”.
El Cardenal Semeraro recordó luego que el padre de Sandra decía que su hija “daba un testimonio que me sorprendía a mí y a su mama y veíamos como daba su dinero a los más necesitados. Mi hija no ofrecía solo ayuda material sino que daba a quien necesitaba acogida, sin ningún juicio porque deseaba comunicar la voz del Señor”.
«Leyendo su diario se puede ver que la suya era una vida entregada a la caridad», subrayó el Cardenal.
Sandra nació el 19 de agosto de 1961 en Riccione y vivió sus primeros años en el municipio de Misano Adriático en la provincia de Rimini.
A los cuatro años, ella y su familia se mudaron a la casa parroquial de la parroquia de San Girolamo, donde era párroco uno de sus tíos, el P. Giuseppe Bonini.
Sandra comenzó a escribir un diario personal el 24 de enero de 1972. Tres años después conoció al P. Oreste Benzi, fundador de la Comunidad Papa Juan XXIII, dedicada a atender a los “últimos” de la sociedad.
Luego de una experiencia misionera con el grupo, volvió a casa con un pensamiento claro: “Nos hemos roto los huesos, pero esa es gente a la que nunca abandonaré”.
A los 16 años escribió: “Señor, me diste un gran regalo, el de tener ganas de dar mi vida a los más pobres. Te doy las gracias por esto, porque, aunque todavía no lo he explotado, has depositado en mí este gran regalo. Espero poder hacerlo fructificar y espero poder entender cómo”.
Cuando un pobre llamaba a la puerta de su casa, si consideraba que su familia no le había dado suficiente, ella corría detrás de la persona para completar el donativo con sus ahorros.
Durante un tiempo vivió en una casa de acogida en el verano de 1982, donde trabajó como voluntaria en una comunidad terapéutica para drogadictos.
“Si realmente amo, ¿cómo puedo soportar que un tercio de la humanidad muera de hambre, mientras mantengo mi seguridad o mi estabilidad económica? Seré una buena cristiana, pero no una santa. ¡Hoy hay una inflación de buenos cristianos mientras el mundo necesita santos!”, decía la joven.
Tras terminar secundaria se planteó si partir inmediatamente a África o seguir medicina, carrera en la que finalmente se inscribió en la Universidad de Bologna, donde tenía muy buenas calificaciones.
La mañana del 29 de abril de 1984, mientras se dirigía a una reunión de la Comunidad Papa Juan XXIII, Sandra fue atropellada por un auto. Estuvo en coma tres días y el 2 de mayo falleció. Tenía solo 22 años.