Una cita a la que no hay que faltar, incluso con todas las precauciones ante el Covid-19. También este año el Papa Francisco quiere celebrar con una Misa el aniversario de su visita a Lampedusa, la isla situada entre Túnez e Italia, frente a un brazo de mar «que en lugar de ser un camino de esperanza ha sido un camino de muerte» para miles de migrantes. Lo hará el miércoles, ahora que la Audiencia General está suspendida durante todo el mes de julio, en la capilla de la Casa Santa Marta, a las 11.00 de la mañana. Dada la situación sanitaria, afirma el Director de la Oficina de Prensa del Vaticano, Matteo Bruni, «sólo participará en la Eucaristía el personal de la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral».
El año pasado el Papa celebró la Santa Misa en el altar de la Cátedra, a la que asistieron unas 250 personas entre inmigrantes, refugiados y aquellos que se han comprometido a salvar sus vidas. En su primer viaje fuera del Vaticano, Francisco quiso denunciar la «globalización de la indiferencia» que hace que uno sea insensible a los gritos de los demás. Esa primera salida oficial fuera de las murallas del Vaticano del Pontífice argentino ya llevaba algunos de los signos que más tarde marcarían su pontificado: las periferias, los últimos, los gestos cargados de significado. En una entrevista que abre el libro «In viaggio» de Andrea Tornielli, el Papa cuenta que se sintió «tocado y conmovido» por las noticias sobre los migrantes que murieron en el mar, «hundidos»: gente común, niños, mujeres, hombres que siguen perdiendo la vida aún hoy, siete años después de ese viaje, en travesías de desesperación, a bordo de embarcaciones a menudo improvisados, confiados y dirigidos por personas sin escrúpulos.