Consolación en la Iglesia significa «nunca solos», porque «donde el dolor es profundo, aún más fuerte debe ser la esperanza que nace de la comunión. Y esta esperanza no defrauda». Consolar a los que «han sufrido la injusticia y la violencia de los abusos», como los que han sido heridos por miembros de la Iglesia, requiere que todos aprendamos de María de los Dolores «a cuidar con ternura a los más pequeños y frágiles», a caminar juntos y a reconocer «que la vida no se define sólo por el mal sufrido, sino por el amor de Dios que nunca nos abandona y que guía a toda la Iglesia».
También, consolar a las poblaciones aplastadas por el peso de la violencia, el hambre y la guerra, es «mostrar que la paz es posible, y que germina en cada uno de nosotros si no la sofocamos». Por eso, los responsables de las naciones deben escuchar «de modo especial el grito de tantos niños inocentes, para garantizarles un futuro que los proteja y los consuele». Así se expresó el Papa León XIV en la homilía de la Vigilia del Jubileo de la Consolación, presidida esta tarde, 15 de septiembre, en la Basílica Vaticana, un evento dedicado a quienes viven o han vivido momentos de particular dificultad, luto, sufrimiento o desamparo. Situaciones en las que, está seguro el Papa, Dios no dejará de proporcionar «artífices de paz capaces de alentar a quienes están sumidos en el dolor y la tristeza».
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Estas palabras siguieron a la Liturgia de la Palabra, centrada en la parábola del Buen Samaritano, y a los testimonios de dos mujeres, Lucia Di Mauro Montanino, de Nápoles, cuyo marido, guardia de seguridad, fue asesinado por una banda de jóvenes ladrones en 2009, y Diane Foley, de Estados Unidos, que perdió a su hijo, un periodista masacrado por Isis, en 2014.
Sus recuerdos y relatos, acompañados por la emoción y los aplausos de la asamblea», subraya León XIV, «transmiten la certeza ‘de que el dolor no debe generar violencia’ y ‘de que la violencia no es la última palabra, porque la supera el amor que sabe perdonar'». Todo dolor, añade, puede ser transformado por la gracia del Señor. La mayor liberación que podemos alcanzar, explica, es la “que viene del perdón”, que por gracia “puede abrir el corazón a pesar de haber sufrido todo tipo de brutalidad”.
La violencia sufrida no se puede borrar, pero el perdón concedido a quienes la han generado es un anticipo en la tierra del Reino de Dios, es el fruto de su acción que pone fin al mal e instaura la justicia.
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