Actualmente podemos observar cómo algunos hombres y mujeres se han dejado llevar por el extremismo entre lo espiritual y lo psicológico. Esta actitud normalmente lleva a la separación entre la gracia y la naturaleza, entre cuerpo y espíritu, entre razón y sentimientos. Ante esta realidad, la “Encarnación del Hijo de Dios” nos demuestra todo lo contrario.
El bien aparente
San Ignacio de Loyola habla del “bien aparente”, aquello que es agradable, que atrae, pero que nos aleja de los principios y valores que debiéramos elegir. Aquí “la consolación y la alegría” caracterizan la lógica de la tentación, que inicia cautivandonos hasta que logra llevarnos a donde queríamos ir. Para estar atentos a esta tentación, es necesario el esfuerzo de examinar el curso de los pensamientos antes de consentir la acción.
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La tentación se estimula por “resonancia afectiva” en los puntos personales en que cada uno es más sensible y que normalmente son desconocidos por la persona que es tentada. Ante esta situación aparece “la voz del afecto” que con claridad intelectual en momentos críticos parece invencible, es decir, podemos asegurar que lo que hemos pensado o sentimos es, y no hay otra opción.
El conflicto
El lugar donde aparecen estas diversas realidades, es un “lugar de conflicto” donde la persona está dividida en sí misma a causa de resistencias profundas e inesperadas que normalmente son inconscientes y sorda a los principios y valores que se manifiestan a nivel consciente. La persona entra en conflicto porque lo que siente y desea, no coincide con lo que piensa forjado por su conciencia formada.
La vida espiritual no es fácil ni tranquila, requiere un esfuerzo, es asumir el sacrificio y la renuncia para buscar la voluntad de Dios que se presenta como lo mejor. Aquí es importante asumir una invitación que se convierte en tarea prioritaria para quienes desean seguir al Señor: conocerse a sí mismo, siendo una necesidad para todo ser humano que le ayuda a comprender qué se desea de la propia vida.
Afectividad educada
Nuestra sociedad ofrece y presenta una gran cantidad de recursos y oportunidades llenas de información, pero si no contamos con una “afectividad educada”, tenemos como riesgo el perdernos y confundirnos en medio de ese todo, de iniciar recorridos en el ámbito intelectual, profesional, eclesial y afectivo, pero con la consecuencia de no finalizar ninguno, esto como consecuencia de la insatisfacción cargada de una vida muy despistada, no centrada en lo que se quiere, desde la voluntad de Dios en mi vida.
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Una característica de la sabiduría es que es “selectiva”. Jesús lo enseña en la parábola del trigo y la cizaña, donde indica cómo se debe distinguir y seleccionar. Para formar la conciencia cristiana en el ámbito de la selección, es necesario una vida de oración, conocimiento de las enseñanzas de Dios, la Iglesia y del ser humano, conciencia de sí mismo y libertad afectiva. Si tenemos esto claro encontramos nuestro lugar en la vida.
Camino y dirección
Lo importante en la vida espiritual es “encontrarse en camino y reconocer la dirección”, los demás elementos se van profundizando haciendo el camino, ya que el deseo espiritual abre a cada persona a los demás, introduciéndose en un contexto muy complejo y profundo que lleva a la unidad del ser (mente y corazón), ayudando a superar las dificultades, los problemas, las heridas, los traumas y complejos propios de cada historia de vida.
Es así como entramos en comunión con el misterio de Dios, el cual es inagotable siendo “fuente de esperanza” que nunca se agota. Ante esta experiencia de peregrinación desde la gracia y la naturaleza humana, es necesario ubicar cuales son nuestras fuentes de descanso que hacen que nuestra vida interior sea plena.
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Al descubrir nuestras dimensiones interiores (cognitivas, afectivas y espirituales), no con temor, ni ansiedad sino más bien con actitud de asombro, de conocerse a fondo y mirar con gratuidad todo lo que Dios ofrece en nuestra vida.
Las cosas más importantes en nuestra vida se alcanzan y se afrontan, como lo lograron los israelitas en torno a las murallas de Jericó, no colocando solo pasión en ellas, sino dando vueltas alrededor, es decir, ocupándose de cosas que no tienen nada que ver con el problema puntual y que invitan a entrar en un espacio más grande, caracterizado por lo gratuito. Debes animarte, animando a otros.
Jesús es el camino
Para concluir, ofrezco la persona de Jesús, quien supo aunar estos aspectos en su vida concreta. Se mostró plenamente hombre en su dimensión afectiva, por ello se enojó y lloró, experimentó la compasión y la amistad, así como aspectos dolorosos como el abandono, la soledad, la traición y la muerte. Que podamos direccionar nuestra vida en los sentimientos y afectos del hijo de Dios.
Pbro. Jhonny Zambrano