AL PRESBITERIO, AL PUEBLO DE DIOS QUE EVANGELIZA EN EL TÁCHIRA Y A LAS PERSONAS DE BUENA VOLUNTAD.
¡Salud y paz en el Señor Jesús!
1.- En comunión con toda la Iglesia, nuevamente conmemoramos la festividad del Nacimiento del “EMMANUEL”, el “Dios con nosotros”. Hace ya más de veinte siglos, mediante el sí de María, se encarnó el Hijo de Dios para así dar cumplimiento a la voluntad del Padre Todopoderoso: salvar a la humanidad. Luego de habernos preparado durante el Adviento, hacemos memoria del hecho maravilloso con el cual se comenzó a transformar la historia humana. Desde entonces, y con la acción de su misterio pascual, podemos experimentar la fuerza de su amor que todo lo puede. Este año 2020, la celebración se tiene en medio de una situación difícil en el mundo con la pandemia del covid-19 y en Venezuela con la más aguda crisis de su historia.
2.- Podemos decir que esta Navidad la vivimos con características similares a las de la Sagrada Familia en los tiempos del nacimiento del Niño Jesús. Por voluntad del Padre Dios, vino al mundo “pero los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Para ellos no había puesto en el mesón por el egoísmo de quienes allí estaban; poco tiempo después, José tuvo que tomar a María y al Niño, para huir de la demencial persecución de Herodes. Este, movido por su afán de poder y de opresor, terminará promoviendo la matanza de los “niños inocentes” pues pretendía eliminar al “nuevo rey de Israel” reconocido por los Reyes Magos.
3.- Sin embargo, desde los primeros momentos de la Anunciación, con la generosidad del Sí de María, el Niño Dios se hizo realmente presente en la historia de la humanidad. Encontró, a pesar de la soledad y pequeñez que le acogieron, algunas personas que llegaron a ser signos vivientes para quienes luego podrían llegar a ser sus discípulos hasta los confines de la tierra. José, acompañado por la iluminación del anuncio del Ángel lo asumió como su hijo y se hizo “Custodio del Mesías Redentor”. Su silencio lleno de fe lo experimentó como “padre del Salvador”. Los pastores, en su sencillez y pobreza, contemplaron al Niño en el portal de Belén y se hicieron testigos de la gloria reflejada por el Niño Dios. Luego, en el templo, Simeón y Ana profetizarían el dolor de María ante la misión redentora del Niño que llevaba en sus maternales brazos. Finalmente, los Reyes venidos del Oriente, con sus regalos garantizaban que la misión salvífica de Jesús se abriría a todos en la humanidad, sin acepción de personas.
4.- Como muy bien lo expusiera el Divino Maestro en su diálogo con Nicodemo, se trata de un misterio de amor. “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo… no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16.17). Por eso, lo que celebramos en Navidad es la fiesta del amor de Dios. No se conmemora unas efemérides cualesquiera ni se trata de “simples fiestas” como se suele ir diciendo en el lenguaje contemporáneo. Estamos conmemorando una de las tres grandes fiestas del Año Litúrgico, junto con la Pascua y Pentecostés. Con ella, no sólo recordamos lo acontecido en Belén, sino que reafirmamos la continua presencia del “Dios con nosotros” en todas las épocas y, por tanto, hoy mismo. Así, la mejor y más adecuada forma de conmemorar esta festividad es asumiendo su significado: la fiesta de un Dios que se ha quedado entre nosotros para abrirnos las puertas de la salvación pues se trata de un “Dios que es amor” (1 Jn 4,8). Por eso, el tiempo de Navidad, sin dejar de ocultar nuestra alegría, no puede ser reducido a una mera conmemoración cultural o a un nuevo tipo de manifestación carnavalesca. Celebrar la Navidad implica hacerlo con el amor de Dios que invadió a la humanidad con la entrega del Señor Jesús.
5.- Hay tres actitudes que nos permiten hacer de la Navidad la “fiesta del amor”: la ternura, como la de José que puso toda su atención en el cuidado del Niño Dios y lo hizo centro de su vida; la contemplación de los pastores y de los magos, con la que reconocieron al “Rey de Reyes” para darlo a conocer sin temores de ningún tipo; y la voz profética, de Ana y Simeón, con la cual anunciamos valientemente que “la Palabra se hizo Carne y puso su morada en medio de nosotros” (Jn 1,14). Dichas actitudes expresan una fe que reconoce quién es el Niño nacido en Belén. Sólo así, podremos contagiarnos del amor de Dios con todas sus consecuencias, para testimoniarlo con esperanza en medio del mundo actual, lleno de desconsuelos y oscuridades.
6.- Pero, a la vez, tomando el ejemplo de José, hemos de asumir el encargo de ser “nuevos custodios del Redentor”. Entonces, protegeremos al Niño Dios que se halla hoy presente en quienes han tenido que huir de una situación degradante: la de tantos migrantes que transitan por nuestros caminos tachirenses; la de aquellos que son víctimas del tráfico de personas, con las tristes consecuencias como las sufridas por los náufragos de Güiria; la de tantísimos pobres sin qué comer o sin un sueldo para sobrevivir dignamente; la de numerosos enfermos de covid-19 sin los recursos necesarios y que sólo son atendidos por la valiente dedicación de nuestros médicos y enfermeros; la de los desconsolados que han perdido la esperanza o son rechazados por gente como la que no le dio acogida a María y José. Este año, sea por las consecuencias de la covid-19 como por la aguda crisis que golpea el país, la Navidad debe ser enfocada más desde su fuente: el amor que todo lo puede.
7.- Sólo podremos celebrarla con dignidad y sentimiento cristiano si nos abrimos al amor: así éste, en la Persona del Redentor, se hará presente en cada uno de nosotros y en nuestros hogares y comunidades. Esto implica renunciar a cualquier conducta egoísta y materialista a fin de recibir a tantas personas que no tienen un puesto en la sociedad: los migrantes, los alejados, los que tienen sus familiares fuera del país, los que está padeciendo hambre y empobrecimiento. ¡Qué hermoso sería demostrar cómo en nuestros corazones y hogares sí hay un lugar para que Dios se haga presente! Todo ello requiere, por supuesto, la apertura de mente y espíritu y reconocer en nosotros y en los demás el rostro del “Dios con nosotros”.
8.- Ya desde ahora, con la alegría del nacimiento del Niño Dios nos comenzamos a preparar de manera inmediata a un año que quisiéramos pueda ser mejor, lleno de salud, de gracia, paz y amor. Lo que se avizora en el panorama no es tan cierto y puede poner en riesgo nuestra convivencia y esperanza. Sin embargo, al conmemorar el Nacimiento del Niño Dios abrimos las ventanas de nuestras existencias a “la luz que brilla en la oscuridad” como nos lo advierte el Profeta. En nuestra Diócesis, amén de ayudarnos mutuamente para enfrentar esas situaciones difíciles, seguiremos las sendas propuestas para la conmemoración de los 100 años de su fundación. Sin abandonar el proyecto pastoral ni las estrategias evangelizadoras para enfrentar lo que tenemos ante nuestro horizonte, daremos un paso importante para fortalecernos como IGLESIA EN SALIDA: será un tiempo bonito para una sincera revisión de vida de lo que somos y se ha hecho en comunión y participación, siempre “en espíritu y verdad”.
9.- Como los Pastores, Simeón, Ana y los Reyes del Oriente, estamos invitados a contemplar el misterio del “Dios con nosotros”; pero de tal modo que los demás puedan contemplar el rostro del Niño Dios reflejado en el testimonio de fe, esperanza y caridad de cada uno de nosotros. José y María nos acompañan con su ejemplo y su intercesión. La gracia del “Emmanuel” nos acompaña para reafirmar, como dice Pablo, que en Jesucristo “hemos sido bendecidos, elegidos y santificados” a tal punto que hemos llegado a ser “hijos de Dios” (cf. Efes. 1,2ss)
Con nuestra cariñosa bendición y los mejores deseos de una feliz y santa Navidad y un año 2021 lleno del entusiasmo del Espíritu Santo.
San Cristóbal, 25 de diciembre del año 2020
+Mario del Valle, Obispo de San Cristóbal
+Juan Alberto, Obispo Auxiliar de San Cristóbal.